¿Cuántas veces hemos
escuchado o leído que “el purgatorio es una segunda oportunidad”? Sin
duda alguna tenemos que establecer que esto NO es así.
Muchos de nuestros hermanos protestantes, o sea
hermanos esperados han preguntado, nos preguntan y nos preguntaran que ¿Dónde
está el purgatorio en la Biblia? Esta pregunta de por si tiene un gran
problema y dificultad para muchos católicos, especialmente si no conocen su fe
católica.
La Iglesia Católica nos enseña que la Divina Revelación
o sea la Palabra de Dios está contenida en dos fuentes fundamentales que son la
Tradición Apostólica y la Palabra Escrita que solemos llamar Biblia.
Pero a la vez es sumamente importante saber: ¿dónde en
la Iglesia está contenida la Tradición Apostólica? Antes contestar esta pregunta hay que
advertir que el Apóstol San Juan nos indica de este asunto de la Palabra de
Dios que no está escrita que solemos llamar Tradición Apostólica. “Muchas
otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están
escritas en este libro. Estas han sido escritas
para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Crean, y tendrán vida por su Nombre” (Jn.
20, 30-31).
Entonces volvamos a la pregunta en cuestión: ¿Dónde
está contenida esta Tradición Apostólica? Como bien sabemos los Apóstoles eran
personas de carne y huesos (más con otros elementos necesarios para la vida
humana) por lo tanto fueron delegando o más bien fueron ordenando a sus sucesores a los cuales solemos llamar
obispos (obispo del latín epíscopos; en griego epískopos
que significa 'vigilante', 'inspector', 'supervisor'
o 'superintendente' [podríamos decir que también se podría
traducir como ‘gerente’ o ‘manager’]).
De entre estos primeros obispos ordenados por los
Apóstoles se encuentran los Padres de la Iglesia (aunque no todos los Padres de
la Iglesia fueron obispos). Los primeros de estos Padres de la Iglesia son
llamados Padres Apostólicos porque fueron discípulos directos de uno o
varios de los Apóstoles. Estos
recibieron la enseñanza y predicación directa de los Apóstoles y claro está, la
siguieron difundiendo a sus futuras comunidades cristianas.
Los próximos Padres de la Iglesia cronológicamente
después de estos primeros antes mencionados lo son los Padres Apologistas. Estos se dedicaron a defender la fe cristiana
(apología del latín apologia y este a su vez del
griego antiguo apología que significa la defensa de algo)
contra sus adversarios de otras religiones, contra los emperadores y en contra
de los filósofos. Después de estos
surgieron otros Padres de la Iglesia cuya doctrina y escritos se consideran una
joya literaria y espiritual para la Iglesia y toda la humanidad.
Otra pregunta que nos hacen los hermanos esperados es
similar a la primera (¿Dónde está el purgatorio en la Biblia?) ¿Dónde
está la palabra purgatorio, en la Biblia? Primero recordemos las dos fuentes de
la Revelación Divina en la Iglesia Católica. En segundo lugar el hecho que no
aparezca esta palabra en la Biblia no quiere decir que no exista.
A quienes nos pregunten sobre la palabra purgatorio en
la Biblia le podemos fácilmente preguntar ¿Dónde aparece la palabra Trinidad
en la Biblia? O ¿Dónde aparece la palabra Encarnación en
la Biblia? Hay que decirles de antemano
que ambas palabras no están escritas en la Biblia, pero ¿vamos a negar por eso
las doctrinas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Verbo o sea
Jesucristo?
Yo dudo grandemente que los “hermanos esperados”
o protestantes vayan a negar estas doctrinas las cuales ambas no solo son dogmas
de fe o sea verdades de fe para la Iglesia Católica sino que además estas son
el motor principal dentro de la doctrina protestantes o sea para un gran
porciento de estas denominaciones.
Al igual que la Santísima Trinidad (Padre, Hijo &
Espíritu Santo) y la Encarnación de Jesús de Nazaret el Purgatorio es un dogma
de la fe católica.
Antes de entrar como dice Alejandro Bermúdez (del
Programa Televisivo y Radial [Radio Católica Mundial] “Cara a Cara” en
EWTN) “al plato fuerte” del tema, el purgatorio. Hablemos de nuestra meta como cristianos y
católicos que debe ser ir el Cielo.
"Cristiano es mi nombre, y católico mi
apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye
específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando
somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene
alejado de cualquier nombre herético" (San
Pacián (o Panciano) de Barcelona, Carta a Sympronian, 375 d.C.). Como cristianos y como católicos debemos
estar muy atentos a nuestra meta que es llegar al Cielo.
Desde muy pequeño he escuchado decir a los mayores
(padres, abuelos, tíos, padrinos, etc.) decir que “la ignorancia es
atrevida”. Esto fue lo que le paso
al cosmonauta Yuri Alekséyevich Gagarin quien fue el primer ser humano viajar
al espacio. Este cosmonauta se atrevió a
decir (una vez que llego al espacio, el 12 de abril de 1961) cuando observaba desde la ventana de la nave
espacial Vostok 1ª “no veo a ningún Dios acá”. Muchos de nosotros aunque no diciendo estas
palabras solemos con nuestras aptitudes (talentos, disposiciones,
facultades, orientaciones, ingenios, inclinaciones,
propensiones, etc.); con nuestras actitudes (géneros,
composturas, modales, aspectos, acciones, posturas,
intenciones, etc.) y con nuestras acciones (operaciones,
tareas, actos, iniciativas, actividades, funciones,
oficios, etc.) solemos decir para nosotros mismos y para nuestras
vidas “Dios no existe o Dios no me mi importa”.
Ahora bien, sabiendo que nuestra meta como cristianos
es el Cielo, nos debemos preguntar: ¿Qué es el Cielo? Yo recuerdo con mucho cariño que mi abuelita
me solía decir “nene pórtate bien para que vayas al Cielo”.
Llegar al Cielo es llegar ante la Presencia Beatifica y
Eterna del mismo Dios. Nos dice el Libro
del Apocalipsis que: “Nada manchado entrará en ella (Cielo), ni los
que cometen maldad y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la
vida del Cordero” (Ap. 21, 27). Es
muy conveniente dividir en dos “fragmentos” este texto
apocalíptico.
Primero nos dice: “Nada manchado entrará en ella (Cielo),
ni los que cometen maldad y mentira”.
Teniendo este texto muy claro y conociendo lo que es el pecado y sus
secuelas y consecuencias (que explicare más adelante) es muy lógico entender el
porqué del purgatorio.
Lo que suele complicarse es la segunda parte de este
texto. Fijémonos que nos dice que
entraran solo “los inscritos en el libro de la vida del Cordero”. Uno de
los atributos de Dios que menos se suele hablar hoy en día es la omnisciencia o
sea que Dios posee sabiduría infinita o en términos más sencillos que Dios lo
sabe todo.
Aquí se habla de la Doctrina de la Predestinación. Pero veamos que nos enseña la Iglesia
Católica sobre esta doctrina.
Hay aclarar de ante mano, que Dios no predestina a
nadie a la condenación en el infierno.
Dios nos da la libertad y dentro de esa libertad tenemos lo que se llama
el libre albedrio para decidir qué camino seguir el bien o el mal
(ver Salmo 1).
En ética y moral se enseña que la libertad siempre debe
obrar para el bien. Y nos debemos
preguntar: ¿Qué mejor bien que el mismo Dios?
Lo contrario a la libertad es el libertinaje o sea el abuso de la
libertad que sin duda alguna nos lleva al mal.
Entonces ¿Qué es la Doctrina de la Predestinación según
la enseñanza de la Iglesia Católica?
Primero Dios nos llama (vocación) a la fe y por medio
de esta fe en Cristo somos justificados.
Por justificación debemos entender: “la gracia del Espíritu Santo
tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y
comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en Jesucristo’ y por el Bautismo” (CIC
# 1987) (ver Rm. 6, 3-8).
Para lograr el éxito de la justificación Dios nos puede
dar también ciertas gracias como lo son las gracias actuales. La gracia actual es una ayuda temporal o
transitoria que Dios nos da. Esta ilumina
e inspira la inteligencia y estimula la voluntad para realizar acciones
sobrenaturales. La gracia actual Dios la
confiere en situaciones concretas.
En la predestinación la justificación es en sí misma
principio y punto de partida del estado de la gracia y del amor que proviene
del mismo Dios.
El Apóstol Santiago nos enseña que la fe hay que
demostrarla con las obras. Aquí
podríamos aplicar una expresión de una canción de Joan Manuel Serrat: “golpe
a golpe, caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Es parte de esta doctrina la perseverancia
final y una muerte feliz (bienaventuranza, dichosa). Esto implica que cuando me caigo (porque me
sucede muchas veces) me quedo estancado por el contrario cuando esto sucede le
pedimos a Dios que nos ayudes a levantarnos y seguir en la marcha peregrina de
la fe cristiana.
Para sintetizar en la Predestinación se dan
varios pasos y estos son la vocación, la justificación, la perseverancia
y la Corona de la Vida Eterna. Vocación
de un Dios que llama por amor y en amor.
Justificación que nos mueve a la conversión, nos libera del
pecado, como prolongación de la misericordia de Dios que perdonando, nos libera
y sana. La justificación también “es
acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo” (CIC # 1991). Esta “es concebida por el Sacramento del
Bautismo que es el Sacramento de la Fe” (CIC # 1992) por excelencia. “La justificación establece la
colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre” (CIC # 1993). La justificación es la obra más excelente del
amor de Dios (cf. CIC # 1994).
Toda nuestra vida cristiana debe ser habitada por la
gracia bajo la iniciativa de la libertad que el mismo Dios nos da. Cuando continuamos en fidelidad nuestro
compromiso cristiano que adquirimos desde Bautismo. Esto no significa que no vamos a fallar. El mismo Señor lo sabe muy bien por eso nos dejó
los Sacramentos en especial la Reconciliación.
Seguir este patrón hasta el final es lo que llamamos la
Perseverancia. Al finalizar
nuestra vida terrena somos llamados a la Casa del Padre. Y sabiendo que hemos vividos libremente en la
gracia de Dios al final de nuestros suspiros sabremos decir como San Pablo: “He
combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que me
confiaron. Sólo me queda recibir la
corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor, juez
justo; y conmigo la recibirán todos los que anhelaron su venida gloriosa”
(2ªTim. 4, 7-8).
Vayamos a retroceder un poco para
entender esto muy bien.
Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (esto lo
explicaré más adelante). También nos ha
creado para que seamos bienaventurados, dichosos, felices pero no se forma
pasajera o temporera sino más bien duradera, definitiva o eternamente a su lado, en su
presencia.
Todos los seres humanos estamos llamados (tenemos la
vocación de) por Dios a la salvación.
Para eso Cristo en su Infinito Amor le dejo a la Iglesia el Bautismo y
los demás sacramentos. Pero aun ya
bautizados y miembros de la Iglesia Dios sigue respetando nuestra
libertad. Por eso de nosotros depende si
trabajamos o no para la gracia (don de Dios en nuestras vidas).
Como mencione previamente Dios es omnisapiente y
seguramente sabe quién se salvara y quien se condenara. Pero el salvarnos o condenarnos dependerá de
nuestro esfuerzo. Claro está, Dios está
siempre dispuesto a brindarnos su ayuda y su gracia pero nuevamente insisto
tenemos que luchar (oración, sacramentos, dirección y acompañamiento
espiritual, apostolado, etc. y más oración) de distintas formas para eso.
Personalmente creo (y esta es una opinión mia muy
personal) que más que preocuparnos si estamos o vamos a estar en el “libro de
la vida” nos debemos enfocar más en trabajar arduamente por nuestra salvación y
la salvación de otros.
Al final de esta vida terrena nos debemos preocupar en
decir como San Pablo: “He combatido el buen combate, he terminado mi
carrera, he guardado lo que me confiaron.
Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me
premiará aquel día el Señor, juez justo; y conmigo la recibirán todos los que
anhelaron su venida gloriosa” (2ªTim. 4, 7-8).
Una de las descripciones más hermosas del Cielo no las
da el Libro del Apocalipsis: “Después el ángel me mostró el río de agua de
la vida, transparente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del
Cordero. En medio de la ciudad, a uno y
otro lado del río, hay árboles de la vida, que dan fruto doce veces, una vez
cada mes, y sus hojas sirven de medicina para las naciones. No habrá ya maldición alguna; el trono de
Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus servidores le rendirán
culto. Verán su rostro y llevarán su
nombre en la frente. Ya no habrá noche.
No necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque Dios mismo será su luz,
y reinarán por los siglos para siempre” (Ap. 22, 1-5).
Veamos lo que dicen algunos de los Santos Padres de la
Iglesia sobre el purgatorio.
“Respecto
a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un
fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si
alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será
perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas
faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro”
(San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3) (ver CIC # 1031).
“Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si
los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre
(cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los
muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en
socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos” (San
Juan Crisóstomo, In Epistulam I Ad Corinthios homilía 41, 5) (ver CIC #
1032).
Si se han fijado que he puesto con la abreviatura del
Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y sus respectivos numerales para que
puedan verificar estas citas anteriores en el mismo CIC. Hoy en día creo con toda certeza que el mejor
documento de la Iglesia donde está recogida la Tradición Apostólica es el
Catecismo de la Iglesia Católica. De
forma similar verán que las iniciales que usare para el Código de derecho
Canónico será CDC.
Pero ¿Por qué sucede esto que algunas personas digan o
afirmen que el purgatorio es una segunda oportunidad y más aún que muchas
personas así lo crean? A mi entender
esto tiene dos razones.
La primera de estas es que nuestros hermanos esperados
así lo promulgan. Y la segunda razón es
porque lamentablemente muchos católicos le creen más a los protestantes que lo que
enseña el Magisterio de la Iglesia. Es triste y desconsolador pero hay que
reconocer que esto que antes mencione es una realidad. Por eso es que desde mi comunidad
parroquial y cualquier sitio que puedo llegar de una forma u otra enfatizo la
gran importancia de que los católicos debemos reeducarnos en la fe de la
Iglesia.
La Iglesia y su Magisterio (el Papa y los obispos en
comunión plena con el Santo Padre) nos comienzan a explicar lo que es el
purgatorio. “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios,
pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna
salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener
la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo”
(CIC # 1030).
Para poder comprender esto que nos dice el Catecismo de
la Iglesia Católica debemos entender varias cosas entre ellas: ¿Qué son los novísimos?
¿Qué es el Cielo? ¿Qué es la gracia de Dios? y con especial
atención ¿Qué es el pecado?
Los novísimos son el campo o área de la teología
(estudio sobre Dios) que trata de las "cosas últimas" o
sea la muerte, el juicio, el purgatorio,
el cielo y el infierno. A esta rama de la teología que estudia los
novísimos le llamamos escatología. La escatología
viene del griego éskhatos que significa ‘último’ y
logos cuyo significado es estudio o tratado. La escatología pertenece a la teología
sistemática.
Veamos entonces que es la teología sistemática. Es la teología o estudio sobre Dios que establece
una base de sistemas y metódicas más fundamentales para trata el discurso
hermenéutico (o sea la interpretación o
exegesis bíblica) de la fe cristiana y de esta forma crear una praxis (practica
o acciones) adecuada para la vida cristiana en todos sus aspectos.
Hoy lamentablemente muchos piensan (incluyendo
católicos) que es algo anticuado y hasta “pasado de moda” hablar sobre
estas cosas (los novísimos). Bueno les
tengo una buena noticia como verdadero católico que me considero debo hablar y
no callar sobre estas cosas porque de eso no solo depende mi salvación sino la
de muchos hermanos. Quizás para quien
considere estos temas como arcaicos el hablar sobre ellos parezcan anticuados y
pasados de moda. Seguramente no quisiera
ver a estos hermanos en el día del juicio.
Sin duda alguna desde el punto de vista humano,
emocional y espiritual la muerte es algo sumamente difícil para los familiares
y seres queridos de la persona que muere.
Por eso la Palabra de Dios nos anima y nos da la fe y la esperanza que
después de la muerte viene algo más grande que llamamos la vida eterna. Para quienes hemos visto morir a personas (la
menos yo he visto morir a tres) que han llevado una vida cristiana en santidad
nos daremos cuenta que mueren con una felicidad y tranquilidad que muchas veces
ni sabríamos entender.
Nos enseña la Iglesia que después de morir seremos
sometidos a dos tipos de juicios.
Primero tenemos el juicio que la Iglesia llama “juicio particular”. En
este seremos juzgados según nuestras obras (ver Sant. 2, 14-26). O como el cofundador de los Carmelitas
Descalzos: “A la tarde te examinarán en el amor” (San Juan de la Cruz,
Avisos y Sentencias # 57). “Cada
hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en
un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una
purificación (purgatorio), bien para entrar inmediatamente en la
bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre”
(CIC # 1022).
En otras palabras y según nos enseña la Iglesia en el
juicio particular tendremos tres opciones en cuanto a sentencia se
refiere. Si hemos muerto en la gracia de
Dios pero nuestra alma no ha sido purificada del todo nos tocara el purgatorio
o sea ese estado de purificación que solemos llamar
purgatorio. Ahora bien para poder
entender el purgatorio es muy importante saber que es el pecado y sus
consecuencias.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos presenta
tres numerales (ver CIC 1849 al 1851) que son vitales para poder entender que
es el pecado. Veamos cada uno de estos
con algunas líneas de reflexión en cada uno de estas.
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la
conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una
palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna’”
(CIC # 1849). Aquí en CIC se hace
eco y resonancia tanto de San Agustín de Hipona como en Santo Tomas de Aquino.
Comúnmente pensamos que el pecado es una falta a Dios y
los hombres y es muy cierto eso pero el pecado es mucho más que eso. Una “falta, error, infracción (y
podríamos seguir con los sinónimos) a la razón, a la verdad y a la
conciencia recta”. El hombre fue
credo por Dios y para Dios. Cuando
leemos la Carta Encíclica Fides et Ratio (Fe y Razón / FR) de San Juan
Pablo II nos daremos cuenta que esto es una enorme realidad. Veamos que nos dice el primer párrafo de esta
grandiosa encíclica: “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las
dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de
la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la
verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo,
pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (FR # 1).
Dos cosas son de suma importancia mencionar. Primero, en este inicio de esta encíclica
nuestro santo polaco está siendo una reverberación o reflejo de lo que dicen
ciertos pasajes bíblicos como lo son el
Libro del Éxodo (ver Éx. 33, 18), como lo es también del Libro de los Salmos
(ver Sal. 27 [26], 8-9; Sal. 63 [62], 2-3), al igual que del Evangelio de San
Juan (ver Jn. 14, 8) y la Primera Carta de San Juan (ver 1Jn. 3, 2). Con mucho interés quisiera sugerir mi muy
apreciado lector o lectora que busques en tu Biblia (Católica) cada
uno de estos textos y los leas con detenimiento.
El CIC continua diciéndonos que el pecado “es faltar
al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego
perverso a ciertos bienes” (cf. CIC # 1849). Aquí es de suma importancia poder discernir
que causa estos apegos y adhesiones perversas y libertinas a ciertos
bienes. Otra pregunta que nos podríamos
hacer en este discernimiento debe ser ¿Qué cosas causan que vaya disminuyendo
ese amor que le debemos a Dios y al prójimo y a los hermanos? Cada uno de nosotros debemos hacer un examen
de conciencia con toda la fidelidad y sinceridad de este mundo. Después de reconocer que no nos permite amar a
Dios y al prójimo debe venir como vamos a desprendernos de esas cosas. Escribir esto parece la cosa más fácil de
este mundo pero llevarlo a la realidad es la cosa más difícil de hacerlo una
realidad en nuestras vidas.
San Pablo nos da uno de los mejores consejos que
podemos seguir y especialmente pedir para cuando estamos en situaciones como
esta. “Ayúdense mutuamente a llevar
sus cargas y cumplan así la Ley de Cristo” (Gal. 6, 2). Aquí Pablo no habla solamente de la Iglesia
Peregrinante o sea los cristianos (comunidad eclesial) que somos parte de
esta vida terrena. Sino además de la Iglesia
Triunfante o Celestial a los cuales podemos pedir su intercesión en
especial a María Santísima la Madre de Dios y de la Iglesia y los santos (ya
sean canonizados o no). También esto
incluye a las almas las cuales ya están salvadas pero que están en su estado de
purificación en el purgatorio. Por eso
San Juan nos dice que “nada
manchado entrará en el Cielo” (Ap.
21, 27). En este sentido la
Iglesia (en sus tres realidades o Comunión de los Santos con la Iglesia peregrina,
Iglesia purgante, Iglesia celestial o triunfante) unos tenemos la
necesidad de ayudar y otros ser ayudados.
Continuando la reflexión del numeral 1849 del CIC
veremos que nos dice que el pecado “hiere la naturaleza del hombre y atenta
contra la solidaridad humana”.
Cuando leemos el relato de la creación del Génesis primero leemos que
todo lo creado antes del hombre y la mujer era bueno. Pero cuando Dios decide crear al ser humano
se refiere a sí mismo como plural. Como
suelen decir y afirmar los teólogos aquí el Verbo (o sea la Segunda
Persona de la Trinidad antes de la Encarnación) les está hablando al Padre y al
Espíritu Santo por eso dice “hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza” (Gn. 1, 26).
Nos debemos preguntar: ¿Qué implica y qué conlleva que hayamos sido creados a imagen y semejanza
de Dios? Ser imagen de Dios en primer
lugar significa que nos hace capaz reconocer que Dios nos ama y de responder a
ese amor que Dios nos tiene y siempre ha tenido desde la eternidad. Recordemos que si Dios es eterno (o sea que
en Dios no hay tiempo ni espacio) y omnipresente (además de ser
omnipotente). Ser imagen de Dios implica
que somos capases de amarlo y reconocerlo como nuestro creador. “De todas las criaturas visibles sólo el
hombre es ‘capaz de conocer y amar a su Creador’ (GS 12,3); es la ‘única
criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma’ (GS 24,3);
sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de
Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su
dignidad. Además el ser imagen de Dios
nos da una dignidad” (CIC # 356).
Esta cita del CIC hace eco y referencia de uno de los
documentos del Concilio Vaticano II la Constitución Pastoral Gaudium et Spes
(GS) sobre la Iglesia en el Mundo Actual. El numeral 356 del CIC nos propone dos citas
del GS. La primera nos dice que la
Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios y por lo tanto
tenemos la capacidad de conocer y amar a Dios reconociéndolo como nuestro
creador. La segunda nos señala que el
ser humano (hombre y mujer) somos la única criatura a quien Dios ha amado por
sí misma. Como conclusión de esto nos
expone este numeral 356 para esto hemos sido creados para conocer, amar y
participar de la vida de Dios o su Santo Espíritu.
¿Qué significa el ser creado a imagen de Dios y
semejanza de Dios? El ser imagen de Dios
denota e indica que poseemos un entendimiento que nos permite razonar y
discernir y una voluntad para tomar decisiones.
Esto nos parecemos a Dios y nos diferencia de los demás animales. Ser imagen de Dios se refiere a nuestra vida
natural. Semejanza de Dios significa
que tenemos la gracia o la vida de Dios en nuestra alma. O sea que la semejanza de Dios se refiere a
nuestra vida sobrenatural o espiritual. Para poder mantener la semejanza con Dios
debemos mantener su gracia.
Si lo analizamos y reflexionamos bien el poseer la
imagen y semejanza de Dios es quizás después de su amor el don más grande que
Dios nos pueda dar. Pero tengamos
presente que el ser semejanza de Dios surge por el mismo amor que Dios nos
tiene.
La gracia la perdemos con el pecado mortal o grave. Aunque los pecados veniales no nos separan por
completo de su gracia. Como algo viscoso
que es en la vida espiritual si nos dejamos llevar nos puede separar de la
gracia de Dios o sea que pueden llegar a ser pecado mortal o grave. Por eso cuando vivimos en el pecado
mantenemos la imagen de Dios pero perdemos la semejanza de Dios. Para recobrar esa semejanza con Dios la
Iglesia nos deja los sacramentos en especial el Sacramento de la Reconciliación.
Los pecados son cometidos en distintas forma: de pensamiento porque pensamos algo malo de
una persona; de palabra porque
decimos algo malo o falso de una persona; de obra
porque hacemos algo malo o dañino a una persona; y de omisión ya que no le dijimos (no corregimos,
no llamamos la atención) algo a una persona que
estaba haciendo algo indebido y estaba perjudicando a la familia o a la
comunidad. Como solemos rezar en el Yo
Confieso usualmente en la Santa Misa: “Yo confieso ante Dios Todopoderoso,
y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra,
obra y omisión”.
Los pecados además de ser perdonados requieren expiación,
reparación y satisfacción.
Esto es algo que lamentablemente no se suele predicar, catequizar y
mucho menos mencionar en la formación permanente de los laicos. Vemos un ejemplo clásico (que por desgracia
suele ser una realidad en muchos de nuestros países).
“Un(a) político(a) se roba $ 500,000.00 en su tiempo de “servicio
público”.
Esta persona es arrestada, va juicio, se declara culpable le dan 5 años
de cárcel (de los cuales solo cumple 2 y los demás los hace en probatoria) y le
dan una multa de $ 5,000.00. ¿Creen
ustedes que hubo reparación total del delito?
La contestación sin duda alguna es: NO. Porque para que haya reparación total debía
devolver $ 500,000.00 y no $ 5,000.00 que le dieron de multa. Y si no podía devolver el dinero debe cumplir
en cárcel en proporción a los que se robó.
Los pecados muchas veces tienen unos efectos temporales
y nuestro deber es repararlos y satisfacer lo que hayamos hecho mal. Como el ejemplo anterior.
Sólo Dios perdona el pecado, nos dirán muchos hermanos
[católicos y no-católicos] (ver CIC # 1441).
Cuando el presbítero (sacerdote) nos perdona los pecados lo hace en
nombre de Dios: Padre, Hijo & Espíritu Santo. El sacerdote que actúa “in persona Christi”
(en el nombre de Cristo) nos dirá “Por el poder ministerial que me concede
la Iglesia; yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Esto es así por la ordenación presbiteral (y
la imposición de las manos) que recibe de parte de un obispo. El cual como sucesor de los Apóstoles está en
comunión con el Papa (sucesor de San Pedro numero 266 hasta el Papa Francisco) formando
así el Magisterio de la Iglesia.
La Reconciliación como todos los sacramentos es un
signo visible o palpable de una realidad interior y espiritual mucho más grande
y trascendente que el signo visible o palpable.
Contrición (arrepentimiento): “Entre los actos del penitente, la
contrición aparece en primer lugar. Es ‘un dolor del alma y una detestación
del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar’ [Concilio
de Trento: DS 1676]” (CIC # 1451).
La confesión de los pecados: “La
confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista
simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación
con los demás. Por la confesión, el
hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su
responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión
de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro” (CIC # 1455).
La satisfacción: “Muchos
pecados causan daño al prójimo. Es
preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas
robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las
heridas). La simple justicia exige
esto. Pero además el pecado hiere y
debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no
remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf. Concilio de Trento:
DS 1712). Liberado del pecado, el
pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar
sus pecados: debe ‘satisfacer’ de manera apropiada o ‘expiar’ sus
pecados. Esta satisfacción se
llama también ‘penitencia’” (CIC # 1459).
Las indulgencias:
Usualmente cuando escuchamos o leemos esta palabra
indulgencias solemos asociarla con las disputas y cuestionamientos que le hizo
Martin Lutero a la Iglesia Católica (desde Roma), y las críticas y censuras por
parte de otros reformadores del siglo XVI.
Para conocer mejor esta palabra indulgencia conviene
conocer mejor su etimología u origen de esta palabra. La misma proviene del latín “indulgeo”
que significa “ser indulgente” o “conceder”. La indulgencia es algo que se nos concede de
forma benigna para nuestro beneficio.
“La doctrina y la práctica de las indulgencias en la
Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la
Penitencia. ¿Qué son las indulgencias?
‘La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los
pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y
cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la
cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el
tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos’
[Pablo VI, Constitución Apostólica, Indulgentiarum Doctrina,
normas 1]. ‘La indulgencia es
parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados
en parte o totalmente’ [Indulgentiarum doctrina, normas 2]. ‘Todo fiel puede
lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias
tanto parciales como plenarias’ [Código de Derecho Canónigo (CDC) canon
994]” (CIC # 1471).
“El cristiano que quiere purificarse de su pecado y
santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo. ‘La vida de
cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y
por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad
sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística’
[Beato Pablo VI, Const. Apost. Indulgentiarum Doctrina # 5]” (CIC #
1474).
Los efectos espirituales del Sacramento de la
Penitencia son:
— la reconciliación con Dios por la que el penitente
recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los
pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas
temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo
espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para
el combate cristiano. (CIC # 1496).
“Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar
para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas
temporales, consecuencia de los pecados”
(CIC # 1498).
Como mencione previamente todo pecado además de ser
perdonado requieren expiación, reparación y satisfacción. Muchos santos al vivir una vida de penitencia
y orando contantemente por la reparación y satisfacción de sus pecados y los de
los demás se dice que vivieron el purgatorio en esta vida. Por eso van al cielo directamente. En este sentido pudiéramos decir que tenemos
opciones “de cuando y donde” vivir el purgatorio.
Un hermano esperado ya que no pertenece al seno de la
Iglesia Católica me ha de preguntar seguramente ¿Dónde está el purgatorio en la
Biblia? De ante mano tengo que
advertirle que la palabra purgatorio no aparece en la Biblia (de la misma forma
que no están las palabras encarnación, ni trinidad). Pero hay textos bíblicos que nos hablan del
purgatorio como una realidad espiritual.
“Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público
en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues,
probará la obra de cada uno. Si lo que
has construido resiste al fuego, serás premiado. Pero si la obra se convierte
en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero como a través del
fuego” (1Cor. 3, 13-15).
“Por esto estén alegres, aunque por un tiempo tengan
que ser afligidos con diversas pruebas.
Si el oro debe ser probado pasando por el fuego, y es sólo cosa
pasajera, con mayor razón su fe, que vale mucho más. Esta prueba les merecerá
alabanza, honor y gloria el día en que se manifieste Cristo Jesús”
(1Pe. 1, 6-7).
“Entonces bendijeron el comportamiento del Señor, justo
Juez, que saca a la luz las cosas ocultas, y le pidieron que el pecado cometido
fuera completamente borrado. El heroico
Judas animó a la asamblea a que se abstuviera de cualquier pecado, pues
acababan de ver con sus propios ojos lo que había ocurrido a sus compañeros,
caídos a causa de sus pecados. Luego
efectuó una colecta que le permitió mandar a Jerusalén unas dos mil monedas de
plata para que se ofreciese allí un sacrificio por el pecado. Era un gesto muy bello y muy noble, motivado
por el convencimiento de la resurrección.
Porque si no hubiera creído que los que habían caído resucitarían,
habría sido inútil y ridículo orar por los muertos. Pero él presumía que una hermosa recompensa
espera a los creyentes que se acuestan en la muerte, de ahí que su inquietud
fuera santa y de acuerdo con la fe.
Mandó pues ofrecer ese sacrificio de expiación por los muertos para que
quedaran libres de sus pecados” (2Mac. 12,
41-46).
Es nuestro deber orar por las almas que actualmente
están en el purgatorio. Para que un día
puedan llegar “más brillosos que el oro” al Cielo. Hay una expresión que dice: “hoy por ti y
mañana por mí”. En cada Misa
en cada Rosario en las Liturgias de las Horas en cada oportunidad
de oración que tengamos no olvidemos como decía un sacerdote amigo mío “no
olvidemos a nuestros primos (hermanos) que están en el
purgatorio”. “Ayúdense mutuamente
a llevar sus cargas y cumplan así la Ley de Cristo” (Gal. 6, 2). El Purgatorio debe ser un motivo de esperanza
no para conformarnos con el purgatorio sino más bien para llegar directo a la
meta o sea al Cielo. Una vez más
recordemos que el purgatorio no es la meta, la meta es el Cielo.
Veamos lo que han dichos algunos Padres de la Iglesia y
santos de la Iglesia sobre la oración y plegarias por las almas del Purgatorio.
“Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos
es una costumbre observada en el mundo entero.
Por eso creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos
Apóstoles. En efecto, la Iglesia
Católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan
los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni
ofrecería por ellas el sacrificio a Dios” (San
Isidoro de Sevilla, Sobre los Oficios Eclesiásticos, 1).
“Debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio.
Demasiado insensible seria quien no auxiliar a un ser querido encarcelado en la
tierra; más insensible es el que no auxilia a un amigo que está en el
purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de
allí” (Santo Tomás de Aquino, Sobre el
Credo, 5, 1).
Como hemos podido visualizar el Purgatorio es una
realidad espiritual. El Purgatorio como
realidad espiritual es un misterio. Hay aclarar
que para el cristiano el misterio es algo que Dios nos revela pero no lo
entendemos del todo. Dios en sí mismo es
un misterio, más aun Dios es el Misterio de los misterios. Se nos ha revelado que Dios es Padre, es Hijo
(Verbo) y es Espíritu Santo (Amor).
Los cristianos estamos llamados a actuar en todas las
cosas de nuestras vidas en la caridad ( = amor hecho acción) fraterna. Esta caridad fraterna debe comenzar desde las
realidades espirituales. En este sentido
es más que lógico y razonable pedir por las almas que están en el purgatorio
para que prontamente esta alma llegue ante la Presencia Real Beatifica e Infinita
del Dios Altísimo que es Uno y Trino.
¡Que María Santísima quien es Madre de las Almas del Purgatorio y de toda la Iglesia en cuanto a Comunión de los Santos interceda por estas almas para que prontamente lleguen a la Morada Celestial Presencia Beatifica del Dios Altísimo!
¡Que María Santísima quien es Madre de las Almas del Purgatorio y de toda la Iglesia en cuanto a Comunión de los Santos interceda por estas almas para que prontamente lleguen a la Morada Celestial Presencia Beatifica del Dios Altísimo!
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