26 de noviembre de 2015

¡El Purgatorio no es una segunda oportunidad!


¿Cuántas veces hemos escuchado o leído que “el purgatorio es una segunda oportunidad”? Sin duda alguna tenemos que establecer que esto NO es así.

Muchos de nuestros hermanos protestantes, o sea hermanos esperados han preguntado, nos preguntan y nos preguntaran que ¿Dónde está el purgatorio en la Biblia? Esta pregunta de por si tiene un gran problema y dificultad para muchos católicos, especialmente si no conocen su fe católica.
La Iglesia Católica nos enseña que la Divina Revelación o sea la Palabra de Dios está contenida en dos fuentes fundamentales que son la Tradición Apostólica y la Palabra Escrita que solemos llamar Biblia.
Pero a la vez es sumamente importante saber: ¿dónde en la Iglesia está contenida la Tradición Apostólica?  Antes contestar esta pregunta hay que advertir que el Apóstol San Juan nos indica de este asunto de la Palabra de Dios que no está escrita que solemos llamar Tradición Apostólica. “Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro.  Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.  Crean, y tendrán vida por su Nombre” (Jn. 20, 30-31). 
Entonces volvamos a la pregunta en cuestión: ¿Dónde está contenida esta Tradición Apostólica? Como bien sabemos los Apóstoles eran personas de carne y huesos (más con otros elementos necesarios para la vida humana) por lo tanto fueron delegando o más bien fueron ordenando  a sus sucesores a los cuales solemos llamar obispos (obispo del latín epíscopos; en griego epískopos que significa 'vigilante', 'inspector', 'supervisor' o 'superintendente' [podríamos decir que también se podría traducir como ‘gerente’ o ‘manager’]).
De entre estos primeros obispos ordenados por los Apóstoles se encuentran los Padres de la Iglesia (aunque no todos los Padres de la Iglesia fueron obispos). Los primeros de estos Padres de la Iglesia son llamados Padres Apostólicos porque fueron discípulos directos de uno o varios de los Apóstoles.  Estos recibieron la enseñanza y predicación directa de los Apóstoles y claro está, la siguieron difundiendo a sus futuras comunidades cristianas.
Los próximos Padres de la Iglesia cronológicamente después de estos primeros antes mencionados lo son los Padres Apologistas.  Estos se dedicaron a defender la fe cristiana (apología del latín apologia y este a su vez del griego antiguo apología que significa la defensa de algo) contra sus adversarios de otras religiones, contra los emperadores y en contra de los filósofos.  Después de estos surgieron otros Padres de la Iglesia cuya doctrina y escritos se consideran una joya literaria y espiritual para la Iglesia y toda la humanidad.
Otra pregunta que nos hacen los hermanos esperados es similar a la primera (¿Dónde está el purgatorio en la Biblia?) ¿Dónde está la palabra purgatorio, en la Biblia? Primero recordemos las dos fuentes de la Revelación Divina en la Iglesia Católica. En segundo lugar el hecho que no aparezca esta palabra en la Biblia no quiere decir que no exista.
 
A quienes nos pregunten sobre la palabra purgatorio en la Biblia le podemos fácilmente preguntar ¿Dónde aparece la palabra Trinidad en la Biblia? O ¿Dónde aparece la palabra Encarnación en la Biblia?  Hay que decirles de antemano que ambas palabras no están escritas en la Biblia, pero ¿vamos a negar por eso las doctrinas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Verbo o sea Jesucristo?
Yo dudo grandemente que los “hermanos esperados” o protestantes vayan a negar estas doctrinas las cuales ambas no solo son dogmas de fe o sea verdades de fe para la Iglesia Católica sino que además estas son el motor principal dentro de la doctrina protestantes o sea para un gran porciento de estas denominaciones.
Al igual que la Santísima Trinidad (Padre, Hijo & Espíritu Santo) y la Encarnación de Jesús de Nazaret el Purgatorio es un dogma de la fe católica.
Antes de entrar como dice Alejandro Bermúdez (del Programa Televisivo y Radial [Radio Católica Mundial] “Cara a Cara” en EWTN) al plato fuerte del tema, el purgatorio.  Hablemos de nuestra meta como cristianos y católicos que debe ser ir el Cielo.
"Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético" (San Pacián (o Panciano) de Barcelona, Carta a Sympronian, 375 d.C.).  Como cristianos y como católicos debemos estar muy atentos a nuestra meta que es llegar al Cielo.
Desde muy pequeño he escuchado decir a los mayores (padres, abuelos, tíos, padrinos, etc.) decir que “la ignorancia es atrevida”.  Esto fue lo que le paso al cosmonauta Yuri Alekséyevich Gagarin quien fue el primer ser humano viajar al espacio.  Este cosmonauta se atrevió a decir (una vez que llego al espacio, el 12 de abril de 1961)  cuando observaba desde la ventana de la nave espacial Vostok 1ª “no veo a ningún Dios acá”.  Muchos de nosotros aunque no diciendo estas palabras solemos con nuestras aptitudes (talentos, disposiciones, facultades, orientaciones, ingenios, inclinaciones, propensiones, etc.); con nuestras actitudes (géneros, composturas, modales, aspectos, acciones, posturas, intenciones, etc.) y con nuestras acciones (operaciones, tareas, actos, iniciativas, actividades, funciones, oficios, etc.) solemos decir para nosotros mismos y para nuestras vidas “Dios no existe o Dios no me mi importa”.
Ahora bien, sabiendo que nuestra meta como cristianos es el Cielo, nos debemos preguntar: ¿Qué es el Cielo?  Yo recuerdo con mucho cariño que mi abuelita me solía decir “nene pórtate bien para que vayas al Cielo”
Llegar al Cielo es llegar ante la Presencia Beatifica y Eterna del mismo Dios.  Nos dice el Libro del Apocalipsis que: “Nada manchado entrará en ella (Cielo), ni los que cometen maldad y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21, 27).  Es muy conveniente dividir en dos “fragmentos” este texto apocalíptico. 
Primero nos dice: “Nada manchado entrará en ella (Cielo), ni los que cometen maldad y mentira”.  Teniendo este texto muy claro y conociendo lo que es el pecado y sus secuelas y consecuencias (que explicare más adelante) es muy lógico entender el porqué del purgatorio.
Lo que suele complicarse es la segunda parte de este texto.  Fijémonos que nos dice que entraran solo “los inscritos en el libro de la vida del Cordero”.   Uno de los atributos de Dios que menos se suele hablar hoy en día es la omnisciencia o sea que Dios posee sabiduría infinita o en términos más sencillos que Dios lo sabe todo.
Aquí se habla de la Doctrina de la Predestinación.  Pero veamos que nos enseña la Iglesia Católica sobre esta doctrina.   
Hay aclarar de ante mano, que Dios no predestina a nadie a la condenación en el infierno.  Dios nos da la libertad y dentro de esa libertad tenemos lo que se llama el libre albedrio para decidir qué camino seguir el bien o el mal (ver Salmo 1).     
En ética y moral se enseña que la libertad siempre debe obrar para el bien.  Y nos debemos preguntar: ¿Qué mejor bien que el mismo Dios?  Lo contrario a la libertad es el libertinaje o sea el abuso de la libertad que sin duda alguna nos lleva al mal.
Entonces ¿Qué es la Doctrina de la Predestinación según la enseñanza de la Iglesia Católica? 
Primero Dios nos llama (vocación) a la fe y por medio de esta fe en Cristo somos justificados.  Por justificación debemos entender: “la gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en Jesucristo’ y por el Bautismo” (CIC # 1987) (ver Rm. 6, 3-8).
Para lograr el éxito de la justificación Dios nos puede dar también ciertas gracias como lo son las gracias actuales.  La gracia actual es una ayuda temporal o transitoria que Dios nos da.  Esta ilumina e inspira la inteligencia y estimula la voluntad para realizar acciones sobrenaturales.  La gracia actual Dios la confiere en situaciones concretas.
En la predestinación la justificación es en sí misma principio y punto de partida del estado de la gracia y del amor que proviene del mismo Dios.
El Apóstol Santiago nos enseña que la fe hay que demostrarla con las obras.  Aquí podríamos aplicar una expresión de una canción de Joan Manuel Serrat: “golpe a golpe, caminante no hay camino, se hace camino al andar”.  Es parte de esta doctrina la perseverancia final y una muerte feliz (bienaventuranza, dichosa).   Esto implica que cuando me caigo (porque me sucede muchas veces) me quedo estancado por el contrario cuando esto sucede le pedimos a Dios que nos ayudes a levantarnos y seguir en la marcha peregrina de la fe cristiana.
Para sintetizar en la Predestinación se dan varios pasos y estos son la vocación, la justificación, la perseverancia y la Corona de la Vida EternaVocación de un Dios que llama por amor y en amor.  Justificación que nos mueve a la conversión, nos libera del pecado, como prolongación de la misericordia de Dios que perdonando, nos libera y sana.  La justificación también “es acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo” (CIC # 1991).  Esta “es concebida por el Sacramento del Bautismo que es el Sacramento de la Fe” (CIC # 1992) por excelencia.  “La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre” (CIC # 1993).  La justificación es la obra más excelente del amor de Dios (cf. CIC # 1994). 
Toda nuestra vida cristiana debe ser habitada por la gracia bajo la iniciativa de la libertad que el mismo Dios nos da.  Cuando continuamos en fidelidad nuestro compromiso cristiano que adquirimos desde Bautismo.  Esto no significa que no vamos a fallar.  El mismo Señor lo sabe muy bien por eso nos dejó los Sacramentos en especial la Reconciliación.   
Seguir este patrón hasta el final es lo que llamamos la Perseverancia.  Al finalizar nuestra vida terrena somos llamados a la Casa del Padre.  Y sabiendo que hemos vividos libremente en la gracia de Dios al final de nuestros suspiros sabremos decir como San Pablo: “He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que me confiaron.  Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor, juez justo; y conmigo la recibirán todos los que anhelaron su venida gloriosa” (2ªTim. 4, 7-8).
Vayamos a retroceder un poco para entender esto muy bien.       
Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (esto lo explicaré más adelante).  También nos ha creado para que seamos bienaventurados, dichosos, felices pero no se forma pasajera o temporera sino más bien duradera,  definitiva o eternamente a su lado, en su presencia.
Todos los seres humanos estamos llamados (tenemos la vocación de) por Dios a la salvación.  Para eso Cristo en su Infinito Amor le dejo a la Iglesia el Bautismo y los demás sacramentos.  Pero aun ya bautizados y miembros de la Iglesia Dios sigue respetando nuestra libertad.  Por eso de nosotros depende si trabajamos o no para la gracia (don de Dios en nuestras vidas).
Como mencione previamente Dios es omnisapiente y seguramente sabe quién se salvara y quien se condenara.  Pero el salvarnos o condenarnos dependerá de nuestro esfuerzo.  Claro está, Dios está siempre dispuesto a brindarnos su ayuda y su gracia pero nuevamente insisto tenemos que luchar (oración, sacramentos, dirección y acompañamiento espiritual, apostolado, etc. y más oración) de distintas formas para eso.
Personalmente creo (y esta es una opinión mia muy personal) que más que preocuparnos si estamos o vamos a estar en el “libro de la vida” nos debemos enfocar más en trabajar arduamente por nuestra salvación y la salvación de otros.
Al final de esta vida terrena nos debemos preocupar en decir como San Pablo: “He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que me confiaron.  Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor, juez justo; y conmigo la recibirán todos los que anhelaron su venida gloriosa” (2ªTim. 4, 7-8).
Una de las descripciones más hermosas del Cielo no las da el Libro del Apocalipsis: “Después el ángel me mostró el río de agua de la vida, transparente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero.  En medio de la ciudad, a uno y otro lado del río, hay árboles de la vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes, y sus hojas sirven de medicina para las naciones.  No habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus servidores le rendirán culto.  Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche.  No necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque Dios mismo será su luz, y reinarán por los siglos para siempre” (Ap. 22, 1-5).
Veamos lo que dicen algunos de los Santos Padres de la Iglesia sobre el purgatorio.  
“Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31).  En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro” (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3) (ver CIC # 1031). 
“Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos” (San Juan Crisóstomo, In Epistulam I Ad Corinthios homilía 41, 5) (ver CIC # 1032).
Si se han fijado que he puesto con la abreviatura del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y sus respectivos numerales para que puedan verificar estas citas anteriores en el mismo CIC.  Hoy en día creo con toda certeza que el mejor documento de la Iglesia donde está recogida la Tradición Apostólica es el Catecismo de la Iglesia Católica.   De forma similar verán que las iniciales que usare para el Código de derecho Canónico será CDC.
Pero ¿Por qué sucede esto que algunas personas digan o afirmen que el purgatorio es una segunda oportunidad y más aún que muchas personas así lo crean?  A mi entender esto tiene dos razones.
La primera de estas es que nuestros hermanos esperados así lo promulgan. Y la  segunda razón es porque lamentablemente muchos católicos le creen más a los protestantes que lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. Es triste y desconsolador pero hay que reconocer que esto que antes mencione es una  realidad. Por eso es que desde mi comunidad parroquial y cualquier sitio que puedo llegar de una forma u otra enfatizo la gran importancia de que los católicos debemos reeducarnos en la fe de la Iglesia.
La Iglesia y su Magisterio (el Papa y los obispos en comunión plena con el Santo Padre) nos comienzan a explicar lo que es el purgatorio. “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (CIC # 1030).
Para poder comprender esto que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica debemos entender varias cosas entre ellas: ¿Qué son los novísimos? ¿Qué es el Cielo? ¿Qué es la gracia de Dios? y con especial atención ¿Qué es el pecado?   
Los novísimos son el campo o área de la teología (estudio sobre Dios) que trata de las "cosas últimas" o sea la muerte, el juicio, el purgatorio, el cielo y el infierno.  A esta rama de la teología que estudia los novísimos le llamamos escatología.  La escatología viene del griego éskhatos que significa ‘último’ y logos cuyo significado es estudio o tratado.  La escatología pertenece a la teología sistemática.
Veamos entonces que es la teología sistemática.  Es la teología o estudio sobre Dios que establece una base de sistemas y metódicas más fundamentales para trata el discurso hermenéutico (o sea la interpretación  o exegesis bíblica) de la fe cristiana y de esta forma crear una praxis (practica o acciones) adecuada para la vida cristiana en todos sus aspectos.
Hoy lamentablemente muchos piensan (incluyendo católicos) que es algo anticuado y hasta “pasado de moda” hablar sobre estas cosas (los novísimos).  Bueno les tengo una buena noticia como verdadero católico que me considero debo hablar y no callar sobre estas cosas porque de eso no solo depende mi salvación sino la de muchos hermanos.  Quizás para quien considere estos temas como arcaicos el hablar sobre ellos parezcan anticuados y pasados de moda.  Seguramente no quisiera ver a estos hermanos en el día del juicio.
Sin duda alguna desde el punto de vista humano, emocional y espiritual la muerte es algo sumamente difícil para los familiares y seres queridos de la persona que muere.  Por eso la Palabra de Dios nos anima y nos da la fe y la esperanza que después de la muerte viene algo más grande que llamamos la vida eterna.  Para quienes hemos visto morir a personas (la menos yo he visto morir a tres) que han llevado una vida cristiana en santidad nos daremos cuenta que mueren con una felicidad y tranquilidad que muchas veces ni sabríamos entender.
Nos enseña la Iglesia que después de morir seremos sometidos a dos tipos de juicios.  Primero tenemos el juicio que la Iglesia llama “juicio particular”.   En este seremos juzgados según nuestras obras (ver Sant. 2, 14-26).  O como el cofundador de los Carmelitas Descalzos: “A la tarde te examinarán en el amor” (San Juan de la Cruz, Avisos y Sentencias # 57).  “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (purgatorio), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre” (CIC # 1022). 
En otras palabras y según nos enseña la Iglesia en el juicio particular tendremos tres opciones en cuanto a sentencia se refiere.  Si hemos muerto en la gracia de Dios pero nuestra alma no ha sido purificada del todo nos tocara el purgatorio o sea ese estado de purificación que solemos llamar purgatorio.   Ahora bien para poder entender el purgatorio es muy importante saber que es el pecado y sus consecuencias.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos presenta tres numerales (ver CIC 1849 al 1851) que son vitales para poder entender que es el pecado.  Veamos cada uno de estos con algunas líneas de reflexión en cada uno de estas.
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna’” (CIC # 1849).  Aquí en CIC se hace eco y resonancia tanto de San Agustín de Hipona como en Santo Tomas de Aquino.
Comúnmente pensamos que el pecado es una falta a Dios y los hombres y es muy cierto eso pero el pecado es mucho más que eso.  Una “falta, error, infracción (y podríamos seguir con los sinónimos) a la razón, a la verdad y a la conciencia recta”.  El hombre fue credo por Dios y para Dios.  Cuando leemos la Carta Encíclica Fides et Ratio (Fe y Razón / FR) de San Juan Pablo II nos daremos cuenta que esto es una enorme realidad.  Veamos que nos dice el primer párrafo de esta grandiosa encíclica: “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (FR # 1).
Dos cosas son de suma importancia mencionar.  Primero, en este inicio de esta encíclica nuestro santo polaco está siendo una reverberación o reflejo de lo que dicen ciertos  pasajes bíblicos como lo son el Libro del Éxodo (ver Éx. 33, 18), como lo es también del Libro de los Salmos (ver Sal. 27 [26], 8-9; Sal. 63 [62], 2-3), al igual que del Evangelio de San Juan (ver Jn. 14, 8) y la Primera Carta de San Juan (ver 1Jn. 3, 2).  Con mucho interés quisiera sugerir mi muy apreciado lector o lectora que busques en tu Biblia (Católica) cada uno de estos textos y los leas con detenimiento.
El CIC continua diciéndonos que el pecado “es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes” (cf. CIC # 1849).  Aquí es de suma importancia poder discernir que causa estos apegos y adhesiones perversas y libertinas a ciertos bienes.  Otra pregunta que nos podríamos hacer en este discernimiento debe ser ¿Qué cosas causan que vaya disminuyendo ese amor que le debemos a Dios y al prójimo y a los hermanos?  Cada uno de nosotros debemos hacer un examen de conciencia con toda la fidelidad y sinceridad de este mundo.  Después de reconocer que no nos permite amar a Dios y al prójimo debe venir como vamos a   desprendernos de esas cosas.  Escribir esto parece la cosa más fácil de este mundo pero llevarlo a la realidad es la cosa más difícil de hacerlo una realidad en nuestras vidas.
San Pablo nos da uno de los mejores consejos que podemos seguir y especialmente pedir para cuando estamos en situaciones como esta.  “Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas y cumplan así la Ley de Cristo” (Gal. 6, 2).  Aquí Pablo no habla solamente de la Iglesia Peregrinante o sea los cristianos (comunidad eclesial) que somos parte de esta vida terrena.  Sino además de la Iglesia Triunfante o Celestial a los cuales podemos pedir su intercesión en especial a María Santísima la Madre de Dios y de la Iglesia y los santos (ya sean canonizados o no).  También esto incluye a las almas las cuales ya están salvadas pero que están en su estado de purificación en el purgatorio.  Por eso San Juan nos dice que nada manchado entrará en el Cielo (Ap. 21, 27).  En este sentido la Iglesia (en sus tres realidades o Comunión de los Santos con la Iglesia peregrina, Iglesia purgante, Iglesia celestial o triunfante) unos tenemos la necesidad de ayudar y otros ser ayudados.
Continuando la reflexión del numeral 1849 del CIC veremos que nos dice que el pecado “hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”.  Cuando leemos el relato de la creación del Génesis primero leemos que todo lo creado antes del hombre y la mujer era bueno.  Pero cuando Dios decide crear al ser humano se refiere a sí mismo como plural.  Como suelen decir y afirmar los teólogos aquí el Verbo (o sea la Segunda Persona de la Trinidad antes de la Encarnación) les está hablando al Padre y al Espíritu Santo por eso dice hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn. 1, 26).
Nos debemos preguntar: ¿Qué implica y qué conlleva  que hayamos sido creados a imagen y semejanza de Dios?  Ser imagen de Dios en primer lugar significa que nos hace capaz reconocer que Dios nos ama y de responder a ese amor que Dios nos tiene y siempre ha tenido desde la eternidad.  Recordemos que si Dios es eterno (o sea que en Dios no hay tiempo ni espacio) y omnipresente (además de ser omnipotente).  Ser imagen de Dios implica que somos capases de amarlo y reconocerlo como nuestro creador.  “De todas las criaturas visibles sólo el hombre es ‘capaz de conocer y amar a su Creador’ (GS 12,3); es la ‘única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma’ (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad.  Además el ser imagen de Dios nos da una dignidad” (CIC # 356).
Esta cita del CIC hace eco y referencia de uno de los documentos del Concilio Vaticano II la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (GS) sobre la Iglesia en el Mundo Actual.  El numeral 356 del CIC nos propone dos citas del GS.  La primera nos dice que la Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios y por lo tanto tenemos la capacidad de conocer y amar a Dios reconociéndolo como nuestro creador.  La segunda nos señala que el ser humano (hombre y mujer) somos la única criatura a quien Dios ha amado por sí misma.  Como conclusión de esto nos expone este numeral 356 para esto hemos sido creados para conocer, amar y participar de la vida de Dios o su Santo Espíritu.
¿Qué significa el ser creado a imagen de Dios y semejanza de Dios?  El ser imagen de Dios denota e indica que poseemos un entendimiento que nos permite razonar y discernir y una voluntad para tomar decisiones.  Esto nos parecemos a Dios y nos diferencia de los demás animales.  Ser imagen de Dios se refiere a nuestra vida natural.  Semejanza de Dios significa que tenemos la gracia o la vida de Dios en nuestra alma.  O sea que la semejanza de Dios se refiere a nuestra vida sobrenatural o espiritual.   Para poder mantener la semejanza con Dios debemos mantener su gracia. 
Si lo analizamos y reflexionamos bien el poseer la imagen y semejanza de Dios es quizás después de su amor el don más grande que Dios nos pueda dar.   Pero tengamos presente que el ser semejanza de Dios surge por el mismo amor que Dios nos tiene.
La gracia la perdemos con el pecado mortal o grave.  Aunque los pecados veniales no nos separan por completo de su gracia.  Como algo viscoso que es en la vida espiritual si nos dejamos llevar nos puede separar de la gracia de Dios o sea que pueden llegar a ser pecado mortal o grave.  Por eso cuando vivimos en el pecado mantenemos la imagen de Dios pero perdemos la semejanza de Dios.  Para recobrar esa semejanza con Dios la Iglesia nos deja los sacramentos en especial el Sacramento de la Reconciliación.
Los pecados son cometidos en distintas forma: de pensamiento porque pensamos algo malo de una persona; de palabra porque decimos algo malo o falso de una persona; de obra porque hacemos algo malo o dañino a una persona; y de omisión ya que no le dijimos (no corregimos, no llamamos la atención) algo a una persona que estaba haciendo algo indebido y estaba perjudicando a la familia o a la comunidad.  Como solemos rezar en el Yo Confieso usualmente en la Santa Misa: “Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Los pecados además de ser perdonados requieren expiación, reparación y satisfacción.  Esto es algo que lamentablemente no se suele predicar, catequizar y mucho menos mencionar en la formación permanente de los laicos.  Vemos un ejemplo clásico (que por desgracia suele ser una realidad en muchos de nuestros países). 
“Un(a) político(a) se roba  $ 500,000.00 en su tiempo de “servicio público”.  Esta persona es arrestada, va juicio, se declara culpable le dan 5 años de cárcel (de los cuales solo cumple 2 y los demás los hace en probatoria) y le dan una multa de $ 5,000.00.  ¿Creen ustedes que hubo reparación total del delito?  La contestación sin duda alguna es: NO.  Porque para que haya reparación total debía devolver $ 500,000.00 y no $ 5,000.00 que le dieron de multa.  Y si no podía devolver el dinero debe cumplir en cárcel en proporción a los que se robó.
Los pecados muchas veces tienen unos efectos temporales y nuestro deber es repararlos y satisfacer lo que hayamos hecho mal.  Como el ejemplo anterior.
Sólo Dios perdona el pecado, nos dirán muchos hermanos [católicos y no-católicos] (ver CIC # 1441).  Cuando el presbítero (sacerdote) nos perdona los pecados lo hace en nombre de Dios: Padre, Hijo & Espíritu Santo.  El sacerdote que actúa “in persona Christi” (en el nombre de Cristo) nos dirá “Por el poder ministerial que me concede la Iglesia; yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del  Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.  Esto es así por la ordenación presbiteral (y la imposición de las manos) que recibe de parte de un obispo.  El cual como sucesor de los Apóstoles está en comunión con el Papa (sucesor de San Pedro numero 266 hasta el Papa Francisco) formando así el Magisterio de la Iglesia.
La Reconciliación como todos los sacramentos es un signo visible o palpable de una realidad interior y espiritual mucho más grande y trascendente que el signo visible o palpable.
Los actos del penitente:
Contrición (arrepentimiento): “Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es ‘un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar[Concilio de Trento: DS 1676] (CIC # 1451).
La confesión de los pecados: “La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás.  Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro” (CIC # 1455).
La satisfacción: “Muchos pecados causan daño al prójimo.  Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas).  La simple justicia exige esto.  Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo.  La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf. Concilio de Trento: DS 1712).  Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual.  Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe ‘satisfacer’ de manera apropiada o ‘expiar’ sus pecados.  Esta satisfacción se llama también ‘penitencia’” (CIC # 1459).
Las indulgencias:
Usualmente cuando escuchamos o leemos esta palabra indulgencias solemos asociarla con las disputas y cuestionamientos que le hizo Martin Lutero a la Iglesia Católica (desde Roma), y las críticas y censuras por parte de otros reformadores del siglo XVI.
Para conocer mejor esta palabra indulgencia conviene conocer mejor su etimología u origen de esta palabra.  La misma proviene del latín “indulgeo” que significa “ser indulgente” o “conceder”.  La indulgencia es algo que se nos concede de forma benigna para nuestro beneficio.
“La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia. ¿Qué son las indulgencias?  ‘La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos’ [Pablo VI, Constitución Apostólica, Indulgentiarum Doctrina, normas 1].  ‘La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente’ [Indulgentiarum doctrina, normas 2]. ‘Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias [Código de Derecho Canónigo (CDC) canon 994]” (CIC # 1471).
La Comunión de los Santos
“El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo. ‘La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística’ [Beato Pablo VI, Const. Apost. Indulgentiarum Doctrina # 5] (CIC # 1474).
Los efectos espirituales del Sacramento de la Penitencia son:
— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia;
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano. (CIC # 1496).
“Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados” (CIC # 1498).
Como mencione previamente todo pecado además de ser perdonado requieren expiación, reparación y satisfacción.  Muchos santos al vivir una vida de penitencia y orando contantemente por la reparación y satisfacción de sus pecados y los de los demás se dice que vivieron el purgatorio en esta vida.  Por eso van al cielo directamente.  En este sentido pudiéramos decir que tenemos opciones “de cuando y donde” vivir el purgatorio.
Un hermano esperado ya que no pertenece al seno de la Iglesia Católica me ha de preguntar seguramente ¿Dónde está el purgatorio en la Biblia?  De ante mano tengo que advertirle que la palabra purgatorio no aparece en la Biblia (de la misma forma que no están las palabras encarnación, ni trinidad).  Pero hay textos bíblicos que nos hablan del purgatorio como una realidad espiritual.
“Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno.  Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero como a través del fuego” (1Cor. 3, 13-15).
“Por esto estén alegres, aunque por un tiempo tengan que ser afligidos con diversas pruebas.  Si el oro debe ser probado pasando por el fuego, y es sólo cosa pasajera, con mayor razón su fe, que vale mucho más. Esta prueba les merecerá alabanza, honor y gloria el día en que se manifieste Cristo Jesús” (1Pe. 1, 6-7).
“Entonces bendijeron el comportamiento del Señor, justo Juez, que saca a la luz las cosas ocultas, y le pidieron que el pecado cometido fuera completamente borrado.  El heroico Judas animó a la asamblea a que se abstuviera de cualquier pecado, pues acababan de ver con sus propios ojos lo que había ocurrido a sus compañeros, caídos a causa de sus pecados.  Luego efectuó una colecta que le permitió mandar a Jerusalén unas dos mil monedas de plata para que se ofreciese allí un sacrificio por el pecado.  Era un gesto muy bello y muy noble, motivado por el convencimiento de la resurrección.  Porque si no hubiera creído que los que habían caído resucitarían, habría sido inútil y ridículo orar por los muertos.  Pero él presumía que una hermosa recompensa espera a los creyentes que se acuestan en la muerte, de ahí que su inquietud fuera santa y de acuerdo con la fe.  Mandó pues ofrecer ese sacrificio de expiación por los muertos para que quedaran libres de sus pecados” (2Mac. 12, 41-46).
Es nuestro deber orar por las almas que actualmente están en el purgatorio.  Para que un día puedan llegar “más brillosos que el oro” al Cielo.  Hay una expresión que dice: “hoy por ti y mañana por mí”.  En cada Misa en cada Rosario en las Liturgias de las Horas en cada oportunidad de oración que tengamos no olvidemos como decía un sacerdote amigo mío “no olvidemos a nuestros primos (hermanos) que están en el purgatorio”“Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas y cumplan así la Ley de Cristo” (Gal. 6, 2).  El Purgatorio debe ser un motivo de esperanza no para conformarnos con el purgatorio sino más bien para llegar directo a la meta o sea al Cielo.  Una vez más recordemos que el purgatorio no es la meta, la meta es el Cielo.
Veamos lo que han dichos algunos Padres de la Iglesia y santos de la Iglesia sobre la oración y plegarias por las almas del Purgatorio.
“Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos es una costumbre observada en el mundo entero.  Por eso creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles.  En efecto, la Iglesia Católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios” (San Isidoro de Sevilla, Sobre los Oficios Eclesiásticos, 1).
“Debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible seria quien no auxiliar a un ser querido encarcelado en la tierra; más insensible es el que no auxilia a un amigo que está en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí” (Santo Tomás de Aquino, Sobre el Credo, 5, 1).
Como hemos podido visualizar el Purgatorio es una realidad espiritual.  El Purgatorio como realidad espiritual es un misterio.  Hay aclarar que para el cristiano el misterio es algo que Dios nos revela pero no lo entendemos del todo.  Dios en sí mismo es un misterio, más aun Dios es el Misterio de los misterios.  Se nos ha revelado que Dios es Padre, es Hijo (Verbo) y es Espíritu Santo (Amor).

Los cristianos estamos llamados a actuar en todas las cosas de nuestras vidas en la caridad ( = amor hecho acción) fraterna.  Esta caridad fraterna debe comenzar desde las realidades espirituales.  En este sentido es más que lógico y razonable pedir por las almas que están en el purgatorio para que prontamente esta alma llegue ante la Presencia Real Beatifica e Infinita del Dios Altísimo que es Uno y Trino.   
¡Que María Santísima quien es Madre de las Almas del Purgatorio y de toda la Iglesia en cuanto a Comunión de los Santos interceda por estas almas para que prontamente lleguen a la Morada Celestial Presencia Beatifica del Dios Altísimo! 

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