8 de noviembre de 2015

“En Dios vivimos, nos movemos, y existimos”, tres realidades del cristiano…

Hoy en día hay tantas personas que se declaran ateos y esto es algo que se puede apreciar extensamente en el Internet.  Hoy no pretendo atacar a los ateos en cuanto a personas y seres humanos.  Lo que si me gustaría es dar razones de esa fe que poseo en Dios.  

Esa fe que me revela el misterio[1] de Dios por excelencia el de ser Padre, Hijo & Espíritu Santo o sea la Santísima Trinidad.  Su Revelación nos indica gradualmente desde el Antiguo, Nuevo Testamento y en la Tradición Apostólica que siendo un solo Dios se declara y se comunica en tres Divinas Personas cada cual distintas y con su propia “mentalidad” y por ende razón de ser.
De antemano hay que advertir que esta “mentalidad” de Dios es perfecta.  Claro está como humano que soy, voy y tengo que hablar sobre Dios con un lenguaje humano.  Es muy meritorio señalar que nuestro lenguaje al ser humano será limitado.  Al menos que alguien en estos tiempos tenga la capacidad intelectual y sabiduría (como donde del Espíritu Santo) que Dios le dio a San Agustín de Hipona y a San Tomas de Aquino.  Que sin duda alguna los hay, pero no soy yo.
La frase que he escogido como tema y título de esta reflexión: “En Dios vivimos, nos movemos, y existimos”.[2]  Es una de las frases más famosas de San Pablo.  Como católico que soy no puedo tomar un texto aislado sino que me debo someter a todo el contexto de este tema en cuestión sobre la reflexión.
Tomemos como punto inicial la definición sobre Dios que nos da San Juan: “Dios es Amor”.[3] Cuando de Jesús le preguntaron ¿Cuál es el principal de los mandamientos?   “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”.[4]  Luego de forma muy espontanea les dice: “Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos”.[5] Ser cristiano tiene por naturaleza muy intrínseca e íntima amar a Dios y a nuestro prójimo.  Sin esto no existiría el cristianismo.
Con esto en cuenta (amor a Dios y al prójimo) podríamos decir que en Dios amándolo vivimos, por su amor nos movemos, y en su amor existimos.  Notemos que aquí el amor es una acción hecha realidad.  La Iglesia nos enseña que la caridad es el amor hecho acción.  Amar se demuestra amando pero no en abstracto sino tangible y evidentemente.
Si se fijan en el logo de este “Blog: Catequesis de Adultos” notaras que el centro de la paloma que simboliza al Espíritu Santo dice “Yo Soy Amor”.  Muchos teólogos definen al Espíritu Santo como el Amor entre Padre y el Hijo y viceversa.  Con esto en cuenta podríamos decir, en Dios con la efusión del Espíritu Santo vivimos, con el fuego y la fuerza divina que trasciende toda nuestra realidad humana nos movemos, y por medio de su Divina Inspiración y sus dones existimos.
La tradición bíblica pone el Espíritu Santo desde el Génesis como protagonista detallando su cercanía con esta vida terrena.  “En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”.[6]  Este texto nos da una prefiguración del Sacramento del Bautismo.  La Iglesia como Madre y Maestra nos enseña que el Bautismo es el Sacramento de la Fe y nos abra la puerta de la salvación. Además por filiación adopción nos hace hijos de Dios y de la Iglesia.
El Bautismo no da la fe (virtud teologal junto a la esperanza y a la caridad). Aquí será muy útil recordar lo que es la fe para eso vallamos a la Carta a los Hebreos.  “La fe es la garantía de lo que se espera; la prueba (la certeza) de lo que no se ve”.[7] 
“¿No saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte? Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva. Si la comunión en su muerte nos injertó en él, también compartiremos su resurrección”.[8]
Por el Bautismo todos los cristianos participamos de la muerte y la resurrección de Cristo. En este sentido el Bautismo se convierte en una pascua o sea en paso de la muerte a la vida.  En otras palabras o mejor dicho en palabras similares por el Bautismo morimos al pecado (ya sea original y cualquier pecado personal en el caso de Bautismo de adultos) y nacemos (vivimos) a la gracia o don de Dios.
La Iglesia es el sacramento o signo de Cristo. Este a su vez es el Sacramento del Padre y es Sacramento de Salvación. Nuestro Bautismo nos hace participes de la Redención.  Cristo Jesús pagó con su Sangre y con su muerte en la Cruz nuestra redención.  O sea que pagó con el más alto precio.
Es desde el Bautismo que comenzamos a vivir en Dios, moviéndonos bajo su amparo y en El existimos para vivir a plenitud la vida cristiana.  Al igual que las etapas del desarrollo humano la vida cristiana debe ir creciendo y desarrollándose en Dios, con El y para El.  “En Dios vivimos, nos movemos, y existimos”.  Sería muy conveniente tener unos momentos de reflexión y examen de conciencia para ver cuán cerca o más distantes estamos de nuestra meta cristiana o nuestra meta espiritual.
“En Dios vivimos, nos movemos, y existimos” al menos yo quiero vivir así.



[1] Como ya he dicho en otras ocasiones el misterio para el cristiano (y en cierta forma para el judaísmo) no es lo mismo que nos propone el mundo y la sociedad.  Para estos últimos el misterio es aquello que está oculto del todo. En ocasiones se le implica con el ocultismo. Para el cristiano el misterio es todo aquello que Dios nos revela pero que no conocemos del todo.  Ejemplos de esto podrían ser el misterio de la Santísima Trinidad y también los sacramentos de la Iglesia.  Los cristianos de oriente (Medio Oriente, Grecia, Rusia y los países formados después de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), etc. le llaman a los sacramentos, mysterion o sea misterio en griego) ya que los sacramentos son realidades externas que significan una realidad interna o espiritual mayor y trascendente que la misma realidad externa.
[2] Hch. 17, 28
[3] 1Jn. 4, 8
[4] Mt. 22, 37
[5] Mt. 22, 39-40
[6] Gn. 1, 1-2
[7] Hb 11, 1
[8] Rm. 6, 3-5

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