El sábado
(10/24/2015) pasado en conferencia de prensa en la Santa Sede en la XIV
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos sobre el tema de la familia un
reportero pregunto ¿si la regionalidad de la Iglesia no afectaría la unidad (y
por ende la universalidad) de la Iglesia?
Esta es una pregunta que es muy apremiante reflexionar sobre la misma.
Comencemos por
realizar algunas definiciones de términos para poder seguir fácilmente la línea
recta de esta reflexión. Hay tres
términos que debemos definir para el justo beneficio de esta reflexión. Los mismo son regionalidad, universalidad y
unidad todos desde el contexto eclesial.
¿Qué es la
regionalidad de la Iglesia? Recordemos
que la Iglesia está dividida (pero no separada entre sí ni de la Santa Sede) en
parroquias (algunas parroquias tienen sus misiones en su extensión geográfica
como suele suceder acá en EEUU), un conjunto de parroquias forma la diócesis (o
arquidiócesis). También un cierto número
de diócesis y/o arquidiócesis compone lo que se llama provincia
eclesiástica. Usualmente, esta figura o se compone de una arquidiócesis
metropolitana y de cierto número de diócesis (usualmente de 3 a 4
aunque podría ser solo una), conocidas como sedes o diócesis sufragáneas
[sufragáneo(a) = que depende de la autoridad de otro].
Veamos cuales son
las diócesis que componen la Provincia Eclesiástica de Atlanta (EEUU). La Provincia Eclesiástica de Atlanta
comprende los estados de Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur. Veamos que diócesis componen esta provincia
eclesiástica: la Arquidiócesis de Atlanta (Georgia) [sede metropolitana]; y las
diócesis sufragáneas (= que depende de la jurisdicción y autoridad de
otro, en este caso de otro obispo o arzobispo) de Savannah (Georgia); Charleston
(Carolina del Sur); Charlotte (Carolina del Norte) y Raleigh (Carolina del
Norte).
De esta forma las provincias
eclesiásticas con su sede metropolitana y sus diócesis sufragáneas forman una
porción de “área regional de la Iglesia”. El conjunto total de estas
provincias eclesiásticas (y por ende sus diócesis) forman la Conferencia
Episcopal. La conferencia episcopal es el área territorial o geográfica de la
Iglesia (en este caso como acabo de mencionar de los Estados Unidos de América).
Quisiera poner un
ejemplo sobre lo que acabo de mencionar. Mi parroquia se llama San José (o en
inglés, Saint Joseph’s Catholic Church) en Dalton, Georgia, EEUU. Mi parroquia tiene una misión que se llama Santo
Toribio Romo (quien fue un sacerdote y mártir mexicano de la época de los
Cristeros) cuya primera Misa fue celebrada en la Solemnidad de Cristo Rey en
noviembre 2012. Además en mi parroquia
tenemos la Capilla Inspiración en el Espíritu Santo. Mi parroquia pertenece a la Arquidiócesis de
Atlanta (Georgia EEUU) pero mi parroquia con varias parroquias adyacentes
forman lo que se llama el decanato. De
estas parroquias que forman el decanato el obispo suele nombrar a un sacerdote
que realice la función del decano. Este
grupo de decanatos forman la diócesis o la arquidiócesis.
Mi arquidiócesis
está formada de 90 parroquias y 11 misiones. Además como ya mencione la arquidiócesis forma
parte de la Conferencia Episcopal de los EEUU (USCCB, por sus siglas en inglés “United States Conference Bishops”). En la USCCB hay 145 diócesis y 33
arquidiócesis (ambas de Rito Latino para un total de 178) y un (1) Exarcado Apostólico (Rito
Siro-Malankara [India]) y un Ordinariato Personal de la Cátedra de
San Pedro (Rito Anglicano). También hay 15 diócesis católicas de ritos orientales
y 2 arquidiócesis católicas de ritos orientales. Como podrán ver la USCCB es algo
extensa. Esto que he descrito previamente
comprende un área regional de la Iglesia.
En forma similar mi
muy querido y apreciado lector podrías ubicar el área territorial que
corresponde a tu parroquia, (cada misión y/o cada capilla donde las haya), a tu
diócesis (o tu arquidiócesis) y la Conferencia Episcopal que tu diócesis
pertenezca. Esa sería tu área
territorial o geográfica a tu perteneces.
Es muy importante recordar que esa área regional que te corresponda no
es una frontera ni tiene límites espiritualmente hablando.
Ahora hablemos un
poco de la universalidad de la Iglesia. Hay
que entender que los católicos somos cristianos con todos los derechos pero
además con todos los deberes (y los compromisos y la triple misión bautismal de
ser sacerdotes [sacerdocio común de los fieles], reyes y profetas). Ya los Padres de la Iglesia iban reafirmando
la catolicidad de la Iglesia. La palabra
católica proviene del griego katholikos y esta significa universal.
San Ignacio de Antioquía (110 d.C.) fue
un Padre Apostólico (discípulo de San Juan) fue el primero que
usó la palabra katholikos para representar e identificar a la Iglesia
que Cristo Jesús fundo cuya base fueron los Apóstoles. “Donde esté el Obispo, esté la
muchedumbre así como donde está Jesucristo está la Iglesia Católica”
(San Ignacio de Antioquia en su Carta a los Esmirniotas 8, 2).
"Cristiano
es mi nombre, y católico mi apellido.
El primero me denomina, mientras que el otro me instituye
específicamente. De esta manera he sido
identificado y registrado... Cuando somos llamados católicos, es por esta
forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético"
(San Paciano de Barcelona 375 d.C. Carta a los Esmirniotas). Claro esta expresión de San Ponciano no se
puede interpretar y desde nuestro actual contexto humano y espiritual. Hoy en día hay muchas denominaciones e iglesias
que se llaman católicas pero en realidad están fuera de Comunión Petrina. Sin duda alguna esto confunde al Pueblo de
Dios. A los católicos (con la Cabeza
Visible el Papa Francisco) nos es muy meritorio discernir y saber distinguir
estas “iglesias seudo-católicas” para que de esta forma podamos advertir
de una forma u otra a los hermanos(as) en nuestras comunidades eclesiales.
Sería muy
importante preguntarnos ¿Por qué la Iglesia es católica o universal? La respuesta en simple términos es porque
Cristo Jesús lo quiso así. Veamos porque
la universalidad de la Iglesia proviene del mandato de Jesucristo. Veamos algunos textos bíblicos. “Y les dijo: Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que
se niegue a creer será condenado” (Mc. 16, 15-16). “Jesús se acercó y les habló así: Me ha
sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.
Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con
ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt. 28, 18-20).
Reflexionemos un
poco sobre estos dos textos neotestamentario.
La Iglesia no solo
es universal geográficamente sino también es universal más allá del tiempo y
del espacio. Por eso se dice que en Dios
no hay tiempo ni espacio. Aquí es
imperativo recordar la doctrina y dogma de fe de la Comunión de los
Santos. Con la Comunión de los Santos
la Iglesia es universal más allá del tiempo y del espacio.
¿Qué es la
comunión? Esta palabra la podemos
definir con la misma palabra. Comunión
es la unión común o la común unión entre personas y cosas. Ahora bien, el Catecismo de la Iglesia
Católica (CIC) nos dice: “La expresión ‘comunión de los santos’
tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: ‘comunión en
las cosas santas [sancta]’ y ‘comunión entre las personas
santas [sancti]’” (CIC # 948). Aquí hay dos puntos que son muy
propicios explicar.
Primero tenemos comunión
de las cosas santas. La palabra sacramento
en latín se dice sacramentum o sea momento sagrado. Los sacramentos son signos sensibles y
palpables que nos confieren la gracia (santificante y sacramental) instituidos
por Cristo Jesús para nuestra salvación. Podemos añadir que los sacramentos son signos
externos de una realidad (más grande, infinita y santísima) interna y
sobrenatural. Por eso los cristianos en
oriente (católicos de ritos orientales unidos a Roma y ortodoxos) a los sacramentos
le llaman Mysterion.
Lógicamente aquí la
palabra a definir es misterio.
Ya en otras ocasiones he mencionado y escrito que el misterio para el
cristiano no es lo mismo que lo que implica para la sociedad o el mundo. Para el mundo el misterio es todo aquello que
está oculto y en ocasiones se le asocia con el ocultismo. Mientras que para el cristiano (y en judaísmo)
el misterio es aquello que Dios nos revela pero que no lo podemos entender del
todo. Por eso la Iglesia nos enseña que
la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y el Espíritu Santo es el principal
misterio del cristianismo. Los misterios
en el cristianismo no son para conocerlos sino más bien para creerlos y tener
fe en ellos.
Veamos el segundo
punto comunión entre las personas santas. La Iglesia se compone de tres estados
o realidades y estas son: la Iglesia Triunfantes (santos
en el Cielo [Cielo es estar en la Presencia Eterna, Infinita
y Beatifica de Dios]), la Iglesia Purgante (almas del
purgatorio o purificación final) y la Iglesia Peregrina
(los que estamos vivos [biológicamente hablando] en esta tierra que
vamos caminando o peregrinando en la vida cristiana).
La Iglesia no
tiene fronteras estas tres realidades antes mencionadas estamos insertados de
forma tal que formamos el Cuerpo Místico de Cristo. Lamentablemente a los católicos en esta vida
terrenal nos da miedo, nos da terror que nos llamen santos. Cuando renacemos a la fe por medio del agua y
del Espíritu (ver Jn. 3. 5-6) somos santos.
Como he mencionado
otras veces la palabra usada en hebreo para santidad es Kiddushin
y esta palabra tiene una doble significación. Literalmente significa sacar aparte
pero también esta palabra en hebreo es usada para lo que español seria los esponsales
o compromiso matrimonial.
¿Qué implica esto? Que nuestra
relación con Dios (la palabra religión que viene del latín religare
significa religar, tratar con o relacionarnos
y en este caso con Dios) implica convivir en amor (ya que Dios es
amor) como se presupone en el matrimonio.
Tanto Juan el Evangelista como Pablo nos hablan de las Bodas del
Cordero. La Biblia comienza con una
boda y finaliza con otra boda. Primero tenemos
a Adán y Eva en el jardín del Edén en el Libro del Génesis (ver Gn. 2, 23-24) y
en el Apocalipsis se nos presenta la Cena de las Bodas del Cordero (ver Ap. 19,
9; 21, 9; 22, 17).
En la Biblia, el
matrimonio es imagen de la voluntad de Dios de la alianza de relación amorosa
con su pueblo escogido. Ese Dios que es
Todo Amor es el novio, la humanidad es su amada y anhelada esposa. Esto lo vemos reflejado muy bien con el
Profeta Isaías (Is. 62, 1-5). Por eso nos dice San Juan que Jesús realizó
su primer "signo" (milagro) público en un banquete de
bodas. Cuando Israel quebranta el pacto,
este es comparado con un cónyuge infiel (ver Jer. 2, 20-36). Pero Dios promete tomarla de vuelta, para "abrazarla"
y unirla a Él para siempre en un pacto eterno (ver Os. 2, 18-22).
El Libro del
Apocalipsis nos habla de las Bodas del Cordero (ver Ap. 19, 6-9). Con esto el autor bíblico nos está diciendo
que nuestra relación con Dios debe ser una de completo amor tal como implica el
amor en el matrimonio. Por medio de
nuestro Bautismo hemos sido separados del mundo (santificados) para
vivir como Cristo Jesús. Eso en resumida
cuenta es la santidad. La santidad no
requiere "absoluta perfección". La santidad requiere que viendo y
reconociendo la grandeza de Dios aceptemos
nuestra pequeñez, debilidad y fragilidad. Después de esto (en fe y confianza) pedirle a
Dios que sea nuestra fortaleza y nuestro sostén. Las virtudes son hábitos operativos (que
realizamos y actuamos) que juntó a la acción de la Iglesia (oración [personal
y comunitaria]), sacramentos y caridad [= amor hecho acción]) fraterna
y la gracia de Dios nos llevan a la santidad.
“Sancta sanctis”
es una expresión del latín que significa “todo aquello que es santo o
sagrado para los que son santos”. Esta expresión se pronuncia por el celebrante
(obispo y/o presbítero) cuando se elevan los dones en la mayoría de las
liturgias de ritos orientales (ej. Rito Bizantino, Rito Cóptico, Rito Maronita,
Rito Siro-Malabar, etc.) antes de la distribución de la sagrada comunión. Los fieles (sancti)
nos nutrimos del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad (sancta) de
nuestro Señor Jesucristo. Pero esto lo
hacemos para lograr un propósito lo cual es la koinonía o comunión
del Espíritu Santo lo cual es una consecuencia que nace del Amor de Dios (ver
CIC # 948).
Si hay algo que ha
distinguido al Pueblo Hispano su amor y fidelidad al Santo Padre y por ende a
la Iglesia. Los Papas desde Pablo VI
(quien viajó a Colombia [agosto 1968] & Nueva York {Naciones Unidas} [octubre
1965]) hasta nuestro actual Santo Padre en Papa Francisco. Este amor y fidelidad ha sido (y sigue
siendo) reciproco por parte de los Papas hacia el mundo de habla hispana. Testigo de esto es San Juan Pablo II con su Exhortación Apostólica Postsinodal
Ecclesia in América (EA).
“Los elementos
comunes a todos los pueblos de América, entre los que sobresale una misma
identidad cristiana así como también una auténtica búsqueda del fortalecimiento
de los lazos de solidaridad y comunión entre las diversas expresiones del rico
patrimonio cultural del Continente, son el motivo decisivo por el que quise que
la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos dedicara sus reflexiones a
América como una realidad única. La opción de usar la palabra en singular
quería expresar no sólo la unidad ya existente bajo ciertos aspectos, sino
también aquel vínculo más estrecho al que aspiran los pueblos del Continente y
que la Iglesia desea favorecer, dentro del campo de su propia misión dirigida a
promover la comunión de todos en el Señor”
(EA # 5).
Aquí hay varios
elementos o puntos que quisiera reflexionar. “Una misma identidad cristiana… (con) una
auténtica búsqueda del fortalecimiento de los lazos de solidaridad y comunión”. Sin duda alguna esa identidad cristiana es común
entre muchos de los pueblos latinoamericanos.
Pero por otro lado hay obstáculos que buscan separar o romper con los
lazos comunes cristianos que nos unen como Pueblo de Dios. El mundo, la sociedad y en especial los medios
de comunicaciones seculares buscan de una forma u otra imponernos sus anti-testimonios
y anti-mandamientos. Ejemplo de esto lo
es el aborto, la eutanasia, y más recientemente “el mal llamado matrimonio”
entre parejas homosexuales o del mismo sexo.
La solidaridad y
la comunión se logran con la integridad, la verdad, y la entereza de la fe
cristiana. Esta misma distinción sobre
la solidaridad la podemos aplicar con la misericordia. Es cierta forma ser solidario es ser
misericordioso. La solidaridad es la acción
oblativa y dadivosa que realizamos para el bien de los demás. Por medio de estas acciones solidarias las
personas se sienten y reconocen unidas y compartiendo las mismas obligaciones,
intereses e ideales y conformando además uno de los pilares fundamentales sobre
los que se asienta la ética y moral cristiana. En esta línea descriptiva sobre la
solidaridad (y misericordia) tenemos que decir que los cristianos debemos tener
mucho cuidado de no banalizar nuestra fe católica. Los antónimos y lo contrario sobre la solidaridad
son la indiferencia, el egoísmo y el desamparo.
Otro elemento a
reflexionar seria “la misión dirigida a promover la comunión de todos en el
Señor”. La comunión que se logre en
la Iglesia es a la misma vez comunión con el Señor. San Pablo nos enseña que los todos los
bautizados forman la Iglesia y que esta es el Cuerpo Místico de Cristo (ver 1Cor. 12, 12-31). “Un solo Señor, una sola
fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de
todo, lo penetra todo y está en todo” (Ef. 4, 5-6). Podemos apreciar como San Pablo ya alentaba a
mantener la unidad de la Iglesia. Hoy en
día nuestros obispos siguen alentándonos a mantener la unidad en la Iglesia como
lo hizo Pablo a sus comunidades.
Los laicos estamos
llamado y tenemos el deber de buscar la unidad en la Iglesia. Pero quizás podríamos comenzar de menor a
mayor. La familia debe estar unida en el
amor y la misericordia. En los grupos
parroquiales o apostólicos debemos buscar la unidad. Aquí podríamos trabajar por la unidad propia
en los carismas y objetivos por los cuales fueron formados dichos grupos en la
parroquia. Nuestra comunidad parroquial
desde los sacerdotes y los laicos y todo el Pueblo de Dios estamos llamados a
vivir y caminar en la unidad. Es muy
importante tener presente que para lograr esa unidad externa primero debemos
lograr la unidad interior o espiritual.
Los laicos [o sea
las personas bautizadas que no somos sacerdotes, ni religiosos(as)] estamos
ubicados mentalmente es que solo hemos de servir en nuestra parroquia. Esto en cierta forma se vuelve algo negativo porque
no nos atrevemos a servir más allá de los terrenos de la parroquia o más allá
de la diócesis. Mi abuelo solía decir
que los cristianos tenemos que aprender a salir del cajón (aquí cajón se
refiere a la parroquia y/o diócesis) y como el servicio es parte de nuestra misión
bautismal (de ser sacerdotes [sacerdocio común de los fieles], reyes y profetas)
nunca debemos negarnos al servicio cuando estamos fuera de la parroquia o fuera
de la diócesis.
A mí me ha pasado
que estando en Misa Dominical en algún lugar que voy de vacaciones (usualmente
fuera de la parroquia y fuera de la diócesis y hasta fuera del estado) el
sacerdote pregunta y hay algún lector (o Proclamador de la Palabra) y/o Ministro
Extraordinario de la Sagrada Comunión. Yo rápido
respondí le indique que soy MESC o lector y he servido en estos ministerios litúrgicos. Esto me da una cierta sensación de que estoy contribuyendo
a hacer unidad en el sentido que yo que soy o pertenezco a otra parroquia en
distancia lejana he servido en otra parroquia que tenía esa necesidad. Por haber servido en estas facetas yo doy
gloria y gracias al Señor Dios Todopoderoso.
Pido al Espíritu
Santo que nos guie y nos ayude a que un día podamos obtener la unidad de la
Iglesia. Que María Santísima Madre de la
Iglesia ore e interceda siempre por sus hijos para que un día logren la unidad
de la Iglesia que es el Cuerpo Místico de su Hijo Jesús.
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