18 de diciembre de 2019

Redescubriendo a Jesús (Cap. 2)


¡Conociendo a Jesús!: Dios Padre quiere que conozcamos a su Hijo.
Reflexión:
La primera pregunta que nos debemos hacer debería ser: ¿cuán bien conoces a Jesús?  Para los que llevamos más de 20 o más de 30 años (como este tu servidor) dedicando al estudio teológico, bíblico y apologético hay veces que parece que es menos de lo mínimo lo que conocemos de Jesús. 

Hay quienes piensan que para conocer a Jesús solo basta con lo académico o el conocimiento didáctico o pedagógico.  Si esto es necesario pero el momento de la verdad descubriremos esto solo una parte mínima de camino del conocimiento de Jesús.  Son muchos los teólogos que en cierto momento de su vida se han dado cuenta que esto no es suficiente.
En mi humilde opinión la forma más adecuada de conocer a Jesús o sea al Dios Encarnado es por medio de la oración bíblica.  Me explico.  La Iglesia tiene casi desde sus inicios una práctica bíblica que se llama ‘lectio divina’.  A esta se le conoce también como la ‘lectura orante de la Palabra’.  Nos dice el Papa Emérito Benedicto XVI citando al Dei Verbum, que “la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón (cf. Dei Verbum, 25)” (Discurso del Santo Padre Benedicto XVI al Congreso Internacional en el XI Aniversario de la Constitución Conciliar ‘Dei Verbum’; septiembre 2005).
Hay que recordar lo que nos dice San Jerónimo: “la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo”.
Para la Lectio Divina se suele usar el siguiente método:
1) Invocamos al Espíritu Santo.  Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine para poder comprender la Palabra.  También le pedimos que nos mueva a la respuesta de esa Palabra para que mueva y transforme nuestras vidas.
2) Leemos despacio el texto bíblico y lo volvemos a releer.  También es muy aconsejable leer algún comentario que nos guíe y nos ayude a conocer mejor el texto.  Aquí es muy recomendable entrar en el tiempo de Dios (todo un presente o sea una eternidad) para escuchar el mensaje que el Señor quiere para cada uno de nosotros.
3) Meditamos para ver que te dice la Palabra.  Una vez que estamos familiarizados con el texto nos podemos hacer la siguiente pregunta: ¿Qué me dice esta Palabra?
4) Oramos para responderle al Señor.  Aquí es muy recomendable asumir la actitud biblia de la Virgen María “Hágase según tu Palabra” (Lc. 1, 38).
5) Contemplamos y nos quedamos admirados en el silencio del ardor y la fuerza de la Palabra.
6) Actuamos y nos comprometemos: que este compromiso brote del encuentro con el Señor cómo los discípulos de Emaús.  Aquí comienza la transformación de nuestras vidas.  Invadidos por la Santa Palabra regresamos al diario vivir con una actitud (cualidad, proceder y disposición) aptitud (talento, destreza, e ingenio) renovada.
Cómo todo en esta vida la lectio divina la debemos realizar de poco a gradualmente más y más.  No me cabe la menor duda que cuando vamos perseverando y siendo fieles Dios nos irá cambiando.  La Palabra de Dios nos debe confrontar nuestros razonamientos, valores, consideraciones, actuación.  De esta forma nos mueve al cambio o sea a la conversión y nos inspira e infunde calor y fuerza a nuestro espíritu.  Recordemos que no es lo mismo lidiar con algo que no queremos ni amamos que a atarearnos  con algo que queremos o amamos.  Por eso quien ama la Palabra (o sea Cristo) la estudia, sé deja moldear por ella.
“La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo” (San Jerónimo).  El Evangelio de San Juan nos habla del anuncio del otro paráclito por parte de Jesús (ver y leer Jn. 14,15-21).  Este otro paráclito (ya que Jesús es el primer paráclito) o sea el Espíritu Santo es quien ha estado guiando a la Iglesia y lo seguirá haciendo hasta el fin de los tiempos.  Por eso se dice que el principal protagonista de la historia de la Iglesia lo es el Espíritu Santo.
Hoy más que nunca debemos dejar que el Espíritu Santo nos revele las Sagradas Escrituras con su verdadero contenido y contexto.  Esto lo hace mediante el instrumento indispensable del Magisterio de la Iglesia (el papa y los obispos en colegial comunión con el primero).  Por eso a los laicos católicos nos toca realizar estudio asiduo de la Palabra guiados siempre del Magisterio.  Por eso vuelvo y repito: “La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo” (San Jerónimo).
¡María Santísima Madre de la Iglesia ora y ruega por cada uno de nosotros!

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