Durante las secciones anteriores hemos discutidos símbolos dentro de liturgia tales como: el fuego, el incienso, la imposición de las manos, el saludo de la paz, la señal de la cruz, el agua, el canto, el ponerse de pie, la cenizas, entre otros. Estos simbolismo como ya hemos mencionado le dan vitalidad y significación a la liturgia. De igual forma, nos ayudan a inculturizar la nuestras culturas o en otros términos nos ayuda a evangelizar nuestras culturas. Esto es algo que la Iglesia ha estado realizando desde tiempos apostólicos.
La palabra "colecta" viene del latín "collecta, colligere", que significa "recogida o recoger." Se aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía dominical o para las asambleas "estacionales" en Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor. 16, 1-2). Pero su uso más técnico es el referido a la "oración colecta" al principio de la Misa. Este nombre pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de cada uno de los presentes. También se aplica este nombre a las "oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH 112). La expresión "colligere ortationem", usual en los primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger en una oración las intenciones de los que habían rezado el salmo." De ahí las "colectas sálmicas."
El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR 32). Es la primera oración importante del presidente, que dé pie, con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su súplica a Dios. Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de Cristo. El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del Misal o del Breviario, se llamó "Colectario."
Con el símbolo de las gotas de agua en el vino el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz...” (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana. San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente: "en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13). Después de que el sacerdote ha preparado los dones del se lava las manos antes de la consagración. Esto lo hace como un gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados. Esto nos debe motivar al todo el pueblo de Dios a que durante este momento (y durante toda la Santa Misa) oremos a Dios por nuestra purificación interior y nuestra santificación.
Otro símbolo de vital trascendencia e importancia lo es el partir el pan. El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios. Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan. Cristo también lo hizo en su última cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. "Le reconocieron al partir el pan." Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación “la fracción del pan.”
Veamos cuales son los dos significados que la Iglesia a este símbolo tan solemne. El primer significado de este gesto lo es el Cuerpo "entregado roto" de Cristo. La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica." El Segundo significado es sin alguna discusión lo es el signo de la unidad fraterna. El Misal Romano explica: "por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48) "el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).
El momento de la comunión es signo dentro de la liturgia que representa la unión (en todo el sentido de la palabra) de la Iglesia con Cristo. Donde Cristo es el esposo y la Iglesia es la esposa lista a vivir en eterna unión de amor con su amado esposo. De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios. Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística: con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad; una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar, mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran, la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"), la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro), con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de Cristo, Amén") con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo, recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978), a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte. Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973). Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (canon # 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez."
Comer el pan uno los signos más significante y es el último símbolo de la liturgia que quisiera discutir. Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman." Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come... tiene vida eterna." El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida." Él es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hch. 10,40). Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. El pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17). "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hch. 11,3 y Gál. 2,12).
Todos estos símbolos dentro de la liturgia nos deben llevar a una conclusión, la que no importa cuales sean los símbolos que usemos todos nos deben llevar cada vez más cerca de alcanzar el Reino de Dios, tanto de manera personal como comunitaria. Desde el amor a Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y los hermanos en la comunidad eclesial que lo obramos por la caridad fraterna que nos inspira el mismo Espíritu de Jesús. Hasta la fracción y comer de ese pan que deja de ser pan para ser el mismo Jesús que se quiere quedar en medio de su Iglesia. Que cada uno de los signos y símbolos en la liturgia nos ayude a concientizar de forma más clara el mensaje evangélico que el mismo Jesús nos comanda a vivir y compartir con todos en este mundo. Que así nos ayude Dios por medio las inspiraciones que su Espíritu Santo les da día a día a la Iglesia Todos estos símbolos dentro de la liturgia nos deben llevar a una conclusión, la que no importa cuales sean los símbolos que usemos todos nos deben llevar cada vez cerca al Reino de Dios.
Fuente: http://www.cpl.es/ Adaptado del Libro " Gestos y Símbolos" del P. José Aldazabal
La palabra "colecta" viene del latín "collecta, colligere", que significa "recogida o recoger." Se aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía dominical o para las asambleas "estacionales" en Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor. 16, 1-2). Pero su uso más técnico es el referido a la "oración colecta" al principio de la Misa. Este nombre pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de cada uno de los presentes. También se aplica este nombre a las "oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH 112). La expresión "colligere ortationem", usual en los primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger en una oración las intenciones de los que habían rezado el salmo." De ahí las "colectas sálmicas."
El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR 32). Es la primera oración importante del presidente, que dé pie, con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su súplica a Dios. Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de Cristo. El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del Misal o del Breviario, se llamó "Colectario."
Con el símbolo de las gotas de agua en el vino el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz...” (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana. San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente: "en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13). Después de que el sacerdote ha preparado los dones del se lava las manos antes de la consagración. Esto lo hace como un gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados. Esto nos debe motivar al todo el pueblo de Dios a que durante este momento (y durante toda la Santa Misa) oremos a Dios por nuestra purificación interior y nuestra santificación.
Otro símbolo de vital trascendencia e importancia lo es el partir el pan. El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios. Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan. Cristo también lo hizo en su última cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. "Le reconocieron al partir el pan." Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación “la fracción del pan.”
Veamos cuales son los dos significados que la Iglesia a este símbolo tan solemne. El primer significado de este gesto lo es el Cuerpo "entregado roto" de Cristo. La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica." El Segundo significado es sin alguna discusión lo es el signo de la unidad fraterna. El Misal Romano explica: "por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48) "el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).
El momento de la comunión es signo dentro de la liturgia que representa la unión (en todo el sentido de la palabra) de la Iglesia con Cristo. Donde Cristo es el esposo y la Iglesia es la esposa lista a vivir en eterna unión de amor con su amado esposo. De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios. Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística: con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad; una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar, mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran, la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"), la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro), con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de Cristo, Amén") con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo, recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978), a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte. Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973). Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (canon # 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez."
Comer el pan uno los signos más significante y es el último símbolo de la liturgia que quisiera discutir. Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman." Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come... tiene vida eterna." El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida." Él es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hch. 10,40). Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. El pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17). "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hch. 11,3 y Gál. 2,12).
Todos estos símbolos dentro de la liturgia nos deben llevar a una conclusión, la que no importa cuales sean los símbolos que usemos todos nos deben llevar cada vez más cerca de alcanzar el Reino de Dios, tanto de manera personal como comunitaria. Desde el amor a Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y los hermanos en la comunidad eclesial que lo obramos por la caridad fraterna que nos inspira el mismo Espíritu de Jesús. Hasta la fracción y comer de ese pan que deja de ser pan para ser el mismo Jesús que se quiere quedar en medio de su Iglesia. Que cada uno de los signos y símbolos en la liturgia nos ayude a concientizar de forma más clara el mensaje evangélico que el mismo Jesús nos comanda a vivir y compartir con todos en este mundo. Que así nos ayude Dios por medio las inspiraciones que su Espíritu Santo les da día a día a la Iglesia Todos estos símbolos dentro de la liturgia nos deben llevar a una conclusión, la que no importa cuales sean los símbolos que usemos todos nos deben llevar cada vez cerca al Reino de Dios.
Fuente: http://www.cpl.es/ Adaptado del Libro " Gestos y Símbolos" del P. José Aldazabal