Hoy el Evangelio de San Lucas (7, 36–8, 3)
que nos muestra a Jesús visitando a Simón el Fariseo. Este texto neotestamentario tiene mucho
material para reflexionar y para aprender.
Para poder entender lo que hoy Lucas nos narra hay que estar muy
consciente del contexto cultural del tiempo de Jesús. En primer lugar que se acostumbraba para con
un visitante. Segundariamente como se
veía y se trataba a la mujer en la cultura judía del tiempo de Jesús.
Además de estar Jesús visitando a Simón, San
Lucas nos narra que llego “una mujer
pecadora” con perfumes y está llorando, “se
puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume” (Lc. 7, 37–38). Para entender la actitud del fariseo hay que
conocer cuál era la situación de la mujer en términos generales de la cultura
judía en tiempos de Jesús.
Esta era la escala del primero al último en
esta cultura: el hombre, la mujer, los niños (menores de 12 años), los esclavos
y los animales domésticos. La mujer no
podía entrar a las sinagogas ni podía participar del culto litúrgicos en dichas
sinagogas este era solo para hombres (mayores de 13 años de edad ya que esa era
la edad el cual se consideraban adultos los hombres). En el templo de Jerusalén las mujeres tenían
un área destinadas solo para ellas y separada del área del culto (y los
sacrificios de animales) el cual solo era para los hombres. En contraste con esta realidad cultural nos
damos cuenta como durante la vida pública de Jesús (o su predicación del Reino
de Dios) vemos que El rompe con este rasgo cultural y podemos notar como las
mujeres se acercan y se integran con mayor confianza al ministerio público de
Jesús.
San Lucas continua narrando que el fariseo
sea decía así mismo: “Si este fuera
profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una
pecadora" (Lc. 7, 39). Otras
versiones bíblicas añaden lo siguiente: “conocería
a la mujer y lo que vale” (Lc. 7, 39b – Biblia Latinoamérica). En otras palabras el autor bíblico nos está
diciendo que Jesús conocería como la sociedad judía clasificaba a la
mujer. Para muchas circunstancias de la
vida judía algo denigrante, por eso nos dice este personaje Simón “y lo que vale.” Como consecuencia a esto Jesús le narra una “parábola” o comparación de “un prestamista tenía dos deudores” uno
que debía 500 denarios y otro que debía 50 denarios, Él le perdona la deuda
ambos. Entonces viene la pregunta de
Jesús: “¿Cuál de los dos lo amará
más?" a lo que Simón contesta: "Supongo
que aquel a quien le perdonó más."
Jesús le dice: "Has juzgado
rectamente."
¿Te gustaría saber cuánto vales? Primordialmente
asegúrate de no contar lo que tienes. Fíjate solamente si te aman y si amas. Como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y
Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus
pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo. El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que
él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no había
discriminación alguna. Él ama a todos
los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos. De igual forma en nuestra vida, amemos a los
hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus
defectos.
El amor cubre todo un sinnúmero de pecados. Por eso la mujer pecadora (al igual que todos
nosotros) puede escuchar (y podemos escuchar) de labios de Jesús: “¡Vete en Paz!” Es una insolencia y un escándalo para quien
está falto de amor, pues sólo desde el amor se entiende el perdón. Si no, que lo diga una madre dispuesta siempre
a perdonar los errores de sus hijos. El
amor es la fuerza del alma y la llave que abre todas las puertas. En especial las de los corazones rotos y
abatidos por los pecados de toda una vida.
Jesús obra y vive, irradia y predica una
certeza de amor y de gracia que al mismo tiempo muestra el ideal y lo hace
cercano a nuestra realidad humana. Nadie
tan santo como Jesús; nadie tan próximo al ser humano como Jesús. Su excelsa santidad no lo aleja y su cercanía
no lo hace cómplice de nuestras bajezas.
Como la pecadora, hoy somos invitados a
sellar con lágrimas de amor y arrepentimiento nuestro deseo de recibir el
perdón que Dios nos da en su Hijo. Al igual que ella, es muchísimo que debemos agradecer.
No sabemos la medida exacta (de nuestro
agradecimiento) pero debe ser parecido al precio de la Sangre de Jesús.
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