14 de junio de 2013

¿Acogerías a Jesús en tu casa? Decimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C


Me gustaría comenzar esta reflexión con varias preguntas: ¿Cuántas personas te visitan y por ende invitamos al año? ¿Cómo tratas a cada una de estas personas invitadas a tu hogar?  Más que contestarme a mí o a otras personas estas preguntas me gustaría que cada uno se las conteste así mismo en una sincera e íntima reflexión.
Hoy el Evangelio de San Lucas (7, 36–8, 3) que nos muestra a Jesús visitando a Simón el Fariseo.  Este texto neotestamentario tiene mucho material para reflexionar y para aprender.  Para poder entender lo que hoy Lucas nos narra hay que estar muy consciente del contexto cultural del tiempo de Jesús.  En primer lugar que se acostumbraba para con un visitante.  Segundariamente como se veía y se trataba a la mujer en la cultura judía del tiempo de Jesús.
Además de estar Jesús visitando a Simón, San Lucas nos narra que llego “una mujer pecadora” con perfumes y está llorando, “se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume” (Lc. 7, 37–38).   Para entender la actitud del fariseo hay que conocer cuál era la situación de la mujer en términos generales de la cultura judía en tiempos de Jesús. 
Esta era la escala del primero al último en esta cultura: el hombre, la mujer, los niños (menores de 12 años), los esclavos y los animales domésticos.  La mujer no podía entrar a las sinagogas ni podía participar del culto litúrgicos en dichas sinagogas este era solo para hombres (mayores de 13 años de edad ya que esa era la edad el cual se consideraban adultos los hombres).  En el templo de Jerusalén las mujeres tenían un área destinadas solo para ellas y separada del área del culto (y los sacrificios de animales) el cual solo era para los hombres.  En contraste con esta realidad cultural nos damos cuenta como durante la vida pública de Jesús (o su predicación del Reino de Dios) vemos que El rompe con este rasgo cultural y podemos notar como las mujeres se acercan y se integran con mayor confianza al ministerio público de Jesús.
San Lucas continua narrando que el fariseo sea decía así mismo: “Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora" (Lc. 7, 39).  Otras versiones bíblicas añaden lo siguiente: “conocería a la mujer y lo que vale” (Lc. 7, 39b – Biblia Latinoamérica).  En otras palabras el autor bíblico nos está diciendo que Jesús conocería como la sociedad judía clasificaba a la mujer.  Para muchas circunstancias de la vida judía algo denigrante, por eso nos dice este personaje Simón “y lo que vale.”  Como consecuencia a esto Jesús le narra una “parábola” o comparación de “un prestamista tenía dos deudores” uno que debía 500 denarios y otro que debía 50 denarios, Él le perdona la deuda ambos.  Entonces viene la pregunta de Jesús: “¿Cuál de los dos lo amará más?" a lo que Simón contesta: "Supongo que aquel a quien le perdonó más."  Jesús le dice: "Has juzgado rectamente."
¿Te gustaría saber cuánto vales? Primordialmente asegúrate de no contar lo que tienes.  Fíjate solamente si te aman y si amas.  Como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo.  El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no había discriminación alguna.  Él ama a todos los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos.  De igual forma en nuestra vida, amemos a los hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus defectos.
El amor cubre todo un sinnúmero de pecados.  Por eso la mujer pecadora (al igual que todos nosotros) puede escuchar (y podemos escuchar) de labios de Jesús: “¡Vete en Paz!”  Es una insolencia y un escándalo para quien está falto de amor, pues sólo desde el amor se entiende el perdón.  Si no, que lo diga una madre dispuesta siempre a perdonar los errores de sus hijos.  El amor es la fuerza del alma y la llave que abre todas las puertas.  En especial las de los corazones rotos y abatidos por los pecados de toda una vida.
Jesús obra y vive, irradia y predica una certeza de amor y de gracia que al mismo tiempo muestra el ideal y lo hace cercano a nuestra realidad humana.  Nadie tan santo como Jesús; nadie tan próximo al ser humano como Jesús.  Su excelsa santidad no lo aleja y su cercanía no lo hace cómplice de nuestras bajezas.

Como la pecadora, hoy somos invitados a sellar con lágrimas de amor y arrepentimiento nuestro deseo de recibir el perdón que Dios nos da en su Hijo. Al igual que ella, es muchísimo que debemos agradecer.   No sabemos la medida exacta (de nuestro agradecimiento) pero debe ser parecido al precio de la Sangre de Jesús.

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