En nuestra Iglesia Católica la liturgia y sus lecturas
bíblicas están divididos en ciclos (A, B & C en Domingos y años par e impar
en días de la semana). Durante este año
en el Ciclo C (y los años que se utiliza este ciclo) las lecturas suelen ser
del Evangelio de San Lucas. Este domingo
leemos el capítulo noveno de Lucas (Lc. 9, 18 – 24).
En este capítulo el hagiógrafo o autor bíblico nos
muestra una peculiaridad muy especial. En este capítulo se da una transición en el
ministerio de Nuestro Señor Jesucristo. Desde
el inicio de este evangelio hasta el capítulo noveno (mitad del capítulo, más o
menos) se nos muestra a un Jesús que es total misericordia con los
pecadores. Aunque esto no va a dejar de suceder en el
resto del texto de este evangelio vamos a ver un nuevo elemento y es el
misterio de la Cruz de Jesús y la cruz de los discípulos.
Así como con los discípulos de Jesús, que no entendían
a Él también nos suele pasar a nosotros.
Y como los discípulos del tiempo de Jesús tampoco nosotros nos atrevemos
a preguntarle. ¿Cómo le pregunto a Jesús?
En oración, estudio bíblico, si hay
dudas le podemos preguntar a algún sacerdote, religioso, religiosa o algún laico
líder en nuestra comunidad. En
definitiva preguntarle a la Iglesia, el cual es el Cuerpo Mistico de Cristo
(como afirma San Pablo) es preguntarle al mismo Cristo. Y al final preguntemos nuevamente en la oración,
en especial al Espíritu Santo quien es quien nos recuerda lo que Jesucristo nos
enseña.
El no tomar la verdadera conciencia de que somos
cristianos y hemos de seguir a Cristo con todas las consecuencias hace que
pensemos lo menos posible en el misterio de la cruz. Esto trae como consecuencia que nuestra vida
cristiana y espiritual se vuelve árida y monótona.
¿Cómo visualizar y entender el la cruz? Primero recordando como San Pablo “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Filipenses 4, 13). Esto en primer
lugar hay que vivir de la oración porque si lo podemos todo en Cristo es que
sin El “no llegamos ni a primera base” y no podemos nada. Después de esto y siguiendo en aptitud de oración
hay que saber enfrentar los problemas (dolores, sufrimientos, enfermedades,
etc.) de cada día, por pequeños o grandes que sea… recuerda Filipenses 4, 13.
Es muy interesante como el Profeta Zacarías en la
primera lectura de hoy (Zac. 12, 10 – 11; 13, 1) nos dice “que miraran al que traspasaron” (Zac. 12, 10). ¿Qué nos quiere decir esta frase? Hay un momento en que hay que enfrentar al
Misterio de la Cruz. Hay un momento en
que tenemos que tomar conciencia que el quebranto que causa nuestro pecado se
va sumando y hace daño (físico, emocional y espiritual) de manera exponencial. No solo a nosotros mismos sino a cada uno de
los hermanos en la Iglesia (ya sea parroquial, diocesana y universal) y todos
los seres humanos (sin importar credo, cultura o nación) porque como decía el
Beato Juan Pablo II “todo hombre es mi
hermano.”
El pecado puede ser comparado con el daño ecológico. Cada vez, que arrojamos un papelito, una
botella, un plástico (en fin cualquier desperdicio) a nuestro patio parece que
no estuviéramos haciendo daño. Pero
cuando se acumula la basura llegan a producir verdaderas montañas casi
imposible de cruzar o escalar. Entonces
lo que sucede es que toda esa acumulación de desperdicios destruye la armonía ecológica.
Con el pecado sucede similar a lo antes
mencionado. Con el pecado ocurre que la
suma de nuestros egoísmos caen pesadísimos para muchos en especial aquellos más
inocentes. Nuestra manera de disfrutar
la vida produce abortos (daños emocionales, etc.) y produce hambre e injusticia
(de todo tipo) y destruye lo más importante de la creación, nosotros mismos. Es por eso que hay que enfrentar el misterio
del dolor y daño que nuestro pecado ha causado.
Tenemos que mirar a la cruz como fuente suprema y fundamental de redención.
Pero Cristo quiere:
- Que la cruz no sea maldición para nosotros.
- Que la cruz sea pedagogía (enseñanza) para nosotros.
- Que las dificultades, las limitaciones e incluso las persecuciones que cada día sufrimos no queden como un dolor estéril.
- Sino que unidas a su dolor, unidas a su propia Cruz lleguen a ser fecundas.
Entonces… ¿Cuál debe ser la lección de todo esto? Primero dejemos de mirar para el otro lado
como si lo que ocurre es problema de los demás.
Dejemos de pensar que este planeta todo lo aguanta. Dejemos de pensar que las cosas se van
arreglar por sí mismas.
Tenemos que mirar tarde o temprano al Misterio del
Amor Puro, al amor inocente de la persona de Cristo. Amor que aparenta terminar en la cruz. Pero esta es una historia que no se acaba en
la cruz sino que se vuelve redención, se vuelve vida nueva, se vuelve Resurrección.
No esquivemos la cruz pero tampoco nos detengamos
en la cruz porque mas allá hay un final que no perece, no muere y es eterno.
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