El libro del profeta
Isaías o el tercer Isaías como es conocido (Is. 66, 10–14) nos muestra la
alegría del pueblo de Israel cuando contempla su renacer después de todas las
amarguras del destierro. Este usa la figura del parto y los hijos recién nacidos
que necesitan de la madre para mamar de sus pechos y recibir así sus
consolaciones. Hay otra figura y
analogía que es muy interesante también.
De la misma forma que la madre teniendo a sus criaturas entre sus brazos
y sentándolos sobre las rodillas los acariciarán consuela a sus hijos Dios
también nos consolará.
Aquí hay una promesa
importante y transcendental y de la cual nosotros también somos participes y es
la promesa de la paz. Esta promesa fue
eco fundamental y radical en las voces de los profetas en el Antiguo Testamento.
Es muy conveniente conocer cuál era la misión primordial de los profetas. En primer lugar tenían el cometido de denunciar los pecados (del rey y del pueblo) y los males sociales que estos acarreaban. Esto antes mencionado no solamente era su función como profetas. Además de esto estaban llamados de una forma u otra a educar en la esperanza al pueblo de Dios.
Es muy conveniente conocer cuál era la misión primordial de los profetas. En primer lugar tenían el cometido de denunciar los pecados (del rey y del pueblo) y los males sociales que estos acarreaban. Esto antes mencionado no solamente era su función como profetas. Además de esto estaban llamados de una forma u otra a educar en la esperanza al pueblo de Dios.
Ejemplo de esto
podríamos utilizar al profeta Jeremías.
Podríamos decir Jeremías se sentía impotente ante un pueblo que marchaba
por un camino que lo llevaba a la ruina.
Él fue un profeta de denuncia, de crisis y de lamentos, lo es también y
sobre todo, profeta de la esperanza.
Según la óptica de Jeremías, su Dios está deseando volver a ser el Dios
del pueblo que el mismo escogió. Ser el amor
de su intimidad compartida y la esperanza de futuro. Jeremías quiere tocar el corazón de los seres
humanos este es sin duda alguna el único lugar donde se origina una
transformación de verdad.
Hoy el Evangelio de San
Lucas (Lc. 10, 1–12, 17–20) nos muestra la misión exitosa que Jesús les
encomienda a los setenta y dos discípulos.
Este acontecimiento es solo mencionado por San Lucas. Hay tres momentos fundamentales en este texto
misionero. Estos son él envió, la tarea
misionera y el gozo balanceado por el éxito de la misión. Sobre este último cabe mencionar que Jesús
orienta a los discípulos sobre que deben estar alegres y gozosos. “Alégrense
no porque los espíritus se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres
están escritos en los cielos” (Lc. 10, 20).
Estos tres momentos
sintetizan la vida de la Iglesia. En
Resucitado envía Pedro y los demás apóstoles (junto a los primeros discípulos)
a anunciar la Buena Nueva (Evangelio) de Salvación. Desde este instante hasta el presente la
Iglesia continúa con la mandato misionero de Jesús viviendo la vida cristiana
siendo peregrinos o caminantes en este mundo.
La Iglesia transciende toda realidad de este mundo. La Iglesia también habita en el Cielo o sea
ante la presencia beatísima y eterna del Dios que es Uno y Trino. El Cielo es llamado la “Nueva Jerusalén” o “Jerusalén
Celestial” (ver Apoc. 21, 9–27).
Jerusalén es considerada una ciudad sagrada por tres de las religiones
monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Cuando escuchamos las
palabras “misa” y “misión” ¿Qué nos viene a la mente? Podríamos decir que lo primero que viene a
nuestro pensamiento es que son similares estas dos palabras. La razón de esto es que su raíz o significado
etimológico (origen de las palabras) es el mismo el de “ser enviados.” En el caso
de la palabra misa; cuando finaliza la Santa Eucaristía el sacerdote nos
despide con la siguiente frase: “pueden
irse en paz.” En latín esta
expresión se dice: “ite missa est.” Es de ahí que a esta gran celebración de la
Eucaristía, según nos ensena el Concilio Vaticano II, que es el centro y culmen
de la vida cristiana también le llamamos la Santa Misa.
¿Para qué ser bien
percibidos en lo humano si no puedo gloriarme en la cruz de Cristo? En la despedida de su carta a los Gálatas, San
Pablo de manera muy resumida ratifica dos de sus temas favoritos. La salvación que no se nos da por la ley, y el
hombre en Cristo es una nueva criatura (nueva creación). Circuncidarse o no circuncidarse no es lo
primordial. Lo fundamental es renacer
como nueva criatura. El mundo de la ley
ha expirado. Ya no hay diferencia entre
judíos y paganos. Ya no hay circuncisos
e incircuncisos, lo único que cuenta es el hombre nuevo, el hombre que es capaz
de superar la tragedia del pecado y por medio de la Resurrección de Jesús, poder
llegar a ser una persona nueva en el Amor infinito de Dios.
Jesús habla de una
cosecha. Los discípulos no fueron
enviados como sembradores más bien como encargados de recoger la mies (cosecha)
que es “mucha.” ¿Quiénes la sembraron? Puede entenderse que Cristo está aludiendo a
lo que sembraron los patriarcas y profetas.
Además en términos generales todo que se sembró en el Antiguo
Testamento.
La misión no será fácil;
debe llevarse a cabo en medio de la necesidad, sin mochilas ni suministros. La misión es imperiosa y nada puede limitarla,
por eso no pueden detenerse a saludar durante el camino; tampoco los discípulos
deben obligar a nadie para que los escuchen pero sí hay un deber y responsabilidad
de anunciar la proximidad del Reino. Este
tipo de evangelización es siempre actual. Ciertamente es una tarea difícil si queremos
ser fieles al evangelio de Jesús. Muchas
veces por una falsa concepción de la inculturación se hacen condescendencias o favores
que van contra de la naturaleza del evangelio.
Hoy en día podemos decir
que somos cosechadores y sembradores.
Cosechamos lo que otros sembraron como lo podría ser la justicia, el
amor y la paz. Pero también tenemos la
misión de sembrar (justicia, amor y paz entre otros frutos) para que otros en
el futuro (próximo o lejano) puedan recolectar la mies. Que María Madre de Dios y de la Iglesia que
su supo cosechar excelsamente el amor de Dios interceda por nosotros en esta
gran misión que Jesús nos da evangelizar a todo el mundo. ¡Que así sea!
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