31 de julio de 2013

¡Ser ricos al estilo de Dios! Decimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C

La Iglesia que es sabia por obra del Espíritu Santo nos propone domingo tras domingo textos bíblicos que nos ayudan a recargar las “baterías” del alma y del espíritu.  Aunque estas (por rezones pastorales) la mayor parte del tiempo suelen darse en dos tonalidades (temas) distintas.  Uno de los pocos domingos del año donde las lecturas (1ra, 2da & evangelio) poseen un tema unísono es este domingo.  Hoy vamos a ver que la liturgia por medio de la Sagrada Escritura nos propone como llevar una acertada coherencia en torno al tema de los bienes. 
La primera lectura (Eclesiastés [o Qohelet] 1, 2; 2, 21-23) nos presenta la incertidumbre y la volatilidad de la vida humana.  Este libro forma parte de un itinerario que se va iluminando lentamente buscando superar las dudas y dificultades.  Es un libro que hay que tener mucho cuidado al leerlo dado su género literario muy peculiar conocido como la diatriba.  La diatriba, (del griego clásico “diatribé”) es un discurso hablado o conferencia.  Este suele ser un escrito “impetuoso” dirigido contra personas o grupos sociales. En el caso del Qohelet (como es más común llamarle a este libro del Antiguo Testamento) iba dirigido en contra la cultura helenística griega de esa época (siglo III a.C.).  Este pretendía desvelar las incógnitas de la “sabiduría helenística” y los apegos a los bienes materiales.  Cualquier similitud con la sociedad hoy en día no es mera coincidencia.
La Epístola a los Colosenses (3, 1-5. 9-11) nos muestra la nueva vida en Cristo en respecto a las exigencias que se desprenden del compromiso cristiano.  Por eso San Pablo nos exhorta a buscar los bienes de arriba a ejemplo evidentísimo del mismo Cristo. 
No podríamos y nos debemos preguntar ¿Qué es ser rico al estilo de Dios (o lo divino)?  Lo contrario a esto que sería ser rico como los hombres es exhibir las riquezas o como nos dice el evangelio acumular en los graneros.  Es contar con mucho dinero, muchas propiedades, muchos bienes para impresionar a los demás.  Pero Dios no se impresiona con estas cosas nos dice en el Salmo 50 (49 en la numeración litúrgica) sobre este Dios que no se impresiona y que le dice al pecador que no se satisface con sus sacrificios: “Si tuviera hambre, no te lo diría, pues mío es el orbe y lo que encierra” (Salmo 50, 12).
Para seguir dando luz a la respuesta de esta pregunta vemos como Pablo nos dice: “Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría” (Colosense 3, 5).  Más adelante nos dice: “Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras, y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador” (Colosense 3, 9–10).  Por eso el compromiso bautismal, que adquirimos todos los cristianos, nos debe llevar a no hacer distinciones; judíos o cristianos (o cualquier otra creencia religiosa para el caso), esclavo o libre porque todos  hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Ser rico al estilo de Dios es ser colmadamente su imagen hasta llegar a conocerlo.  Estas dos frases nos pueden parecer algo misteriosas, lo que ocurre es que uno pasa tan veloz y fugaz sobre ellas, que tal vez no nos damos entramos en razón de esto.  Se presume que uno primero conoce a Dios y luego nos vamos haciendo imagen de Él.  ¿De cuál conocimiento nos habla San Pablo aquí?  No es el conocimiento que esta al iniciar el caminar cristiano, por el cual vamos descubriendo como Dios obra en nuestras vidas.  Por el contrario Pablo nos habla aquí de un conocimiento que  corresponde como a conocer a Dios por dentro. Ser rico al estilo de  Dios no es tener nada de lo que Dios ha creado, más bien en cierta forma, poseerlo a Él, morar dentro de Él, saber y vivir cómo es Él, la plenitud del Amor.  Esto es vivir en la santidad (la-mejor-versión-de-nosotros-mismos) porque para eso hemos sido creados.


Cuando vivimos así podemos decir como el Salmo 89: “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”, porque reconocemos la grandeza de Dios y la vez otros pueden ver y conocer la grandeza de Dios en nuestras vidas.  Vivir así (en santidad) hace que el “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos” ya deja de ser meros mandamientos sino que se vuelven parte intrínseca y fundamental del ADN (los más profundo e interior) del ser cristianos.

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