25 de octubre de 2013

¡La Fe junto con el Amor y la Esperanza los más grandes dones de Dios para el hombre! Domingo XXIX Tiempo Ordinario – Ciclo C

Ex 17, 8-13a
Salmo Responsorial: 121
2Tim 3, 14 - 4,2
Lc. 18, 1-8
En nuestro segundo nacimiento, el nacimiento a la vida de la gracia divina por medio de las aguas bautismales, Dios nos  da tres virtudes (teologales) y dones de mayor trascendencia en nuestras vidas y estas son el amor, la esperanza y la fe.    Estas son como eslabones de la cadena.  Si se zafa o se sale uno de estos eslabones los demás se van perjudicar también.   Cada una de estas tres virtudes hay que cuidarlas de igual manera, con el mejor esmero posible.  En otras palabras donde hay fe debe estar la esperanza y el amor estas tres son inseparables.  Hoy quisiera darle mi atención en esta reflexión a la fe.

La primera pregunta debe ser: ¿Qué es la fe? La Carta a los Hebreos nos da la respuesta fundamental a esta pregunta.  “La fe es aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver” (Hebreos 11, 1). 
Hoy San Lucas en el evangelio de hoy nos da pistas sobre lo que nos dice este texto de la Carta a los Hebreos.  
Aferrarse a lo que se espera: “¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche, mientras él deja que esperen?  Yo les aseguro que les hará justicia, y lo hará pronto” (Lucas 18, 7–8).  Recordemos que en Dios no hay tiempo y espacio como lo tenemos los seres humanos.  “Mil años para ti son como un día, un ayer, un momento de la noche” (Salmo 90 [89], 4).  “No olviden, hermanos, que ante el Señor un día es como mil años y mil años son como un día.  El Señor no se demora en cumplir su promesa, como algunos dicen, sino que es generoso con ustedes, y no quiere que se pierda nadie, sino que todos lleguen a la conversión.  Llegará el día del Señor como hace un ladrón, y entonces los cielos se desarmarán entre un ruido ensordecedor, los elementos se derretirán por el calor y la tierra con todo lo que hay en ella se consumirá” (2Pedro 3, 8). 
Sobre la segunda parte de esta definición sobre la fe que nos da el autor bíblico: es la certeza de cosas que no se pueden ver; hay que decir dos cosas (de muchas que se podría decir).  ¿Podemos ver a Dios? ¿Podemos ver el amor?  La respuesta es no, pero muy dentro de nuestro ser sabemos que existen.  La fe no es cuestión de ver sino de creer.
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lucas 18, 8).  Esta es una pregunta que debemos responder (cada bautizado o sea toda la Iglesia [católicos y no católicos]) hoy y aquí.  Las cifras de los niños (y adultos) en nuestras parroquias y diócesis siguen en aumento cada día, semana, meses y años.   Nuestros sacerdotes (Víctor Hernández, Bernardo Olvera y este servidor) pueden dar testimonio de esto en nuestra parroquia.  Pero lo importante aquí no son las cifras sino el compromiso y responsabilidad que conlleva este sacramento para los padres, padrinos y para toda la comunidad.  Decía el Papa Francisco apenas unas semanas atrás, que los padres deben ser los primeros catequistas.    Esta función en primera instancia la debemos realizar por medio del buen y ejemplar testimonio cristiano luego con la preparación y formación en la fe cristiana.   Lo mismo aplica para los padrinos y madrinas cuando se habla de los Sacramentos del Bautismo y la Confirmación.  Sin el digno y santo ejemplo no puede haber cristianismo.
Cuando no cumplimos con el compromiso de educar a nuestros hijos y ahijados en la fe católica les estamos negando la mejor y más valiosa de las herencias que estos puedan lograr tener.  Esta es la herencia de la fe y conjunta a la fe, la esperanza y el amor que provienen de Dios.  Esta es la herencia que nos deja Dios y que cuando fuimos pequeños (y menores de edad) el mismo Dios dejo como administradores de esa herencia a nuestros padres y padrinos.
Una vez que hemos crecido en edad y madures humana y por lo regular recibimos en Sacramento de la Confirmación ya este compromiso y responsabilidad de crecer (y muchas veces hasta re-educarnos en la fe) es nuestra.  Eso no quiere decir que desde ese momento nuestros padres y padrinos dejen de velar y cuidar por nosotros (un buen padre y padrino lo es para toda la vida). 
Esta pregunta de Jesús tiene grandes implicaciones.  Esta es una pregunta que Jesús nos hace desde el punto de vista personal pero también no las hace desde punto de vista comunitario.  La fe es personal porque se nos da a cada uno en particular.  Pero esta también es comunitaria porque es el deber de cada uno en la Iglesia velar y orar por cada uno dentro de la comunidad (ya sea capilla, misión, parroquial, diocesana y hasta universal).  Como solía decir San Juan Pablo II “cada hombre es mi hermano.” 
Hoy más que nunca estamos llamados a cuidar por la fe de cada uno de los hermanos.  La oración como nos implica el evangelio debe ser la base y fuente de este cuidar la fe comunitaria (y hasta personal).  Que el ejemplo de María Madre de Dios y de la Iglesia que velaba por el bien común de la primera comunidad cristiana sea siempre nuestra motivación sabiendo que de la misma forma que cuido de su familia terrenal cuidó y sigue cuidando de sus hijos en la Iglesia.   ¡Que así nos ayude Dios! 

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