3 de octubre de 2013

¡Levántate y vete, tu fe te ha salvado! Domingo XXVIII Tiempo Ordinario – Ciclo C

2 Reyes 5, 14-17
Salmo Responsorial 97. 1. 2 3ab. 3cd 4
2 Timoteo 2, 8-13
Lucas 17, 11-19

En los tiempos bíblicos la enfermedad de la lepra era vista no sola como una mera enfermedad sino más bien se veía el mal exterior como inmundicia o impureza y este se relacionaba muy fuertemente al pecado.   Si una persona sufría lepra era porque había vivido en pecado y estaba sufriendo las consecuencias de su pecado, esa era la concepción de la época.   Su rechazo por parte del resto de la comunidad era tal que estos (los leprosos) vivían en las entradas de la aldea o población.  Estos estaban en las entradas pero no podían entrar según la ley de Moisés.  Como antítesis y contrastes de esta concepción tenemos la primera y la segunda lecturas.  Estas tienen algo más trascendente que la curación de la lepra como argumento y es el agradecimiento por parte de los personajes en ambos casos extranjeros.

Nuestra raza latina, nuestra raza hispana (que es la misma) tiene en lo más profundo de su idiosincrasia el ser agradecido.  Decir gracias para nosotros los hispanos es algo que es “apellido” de todo lo que nos dan o nos ayudan.  Esta actitud (cualidad, proceder, gesto, postura) y esta aptitud (capacidad, disposición, facultad, inclinación) de ser agradecido la podemos visualizar en la primera y segunda lecturas.
Para el funcionario sirio Naamán su curación implicaba la curación de su vida social.  O sea que se podría incorporar nuevamente y sin restricciones a la vida (familiar, social, profesional, etc.) que este realizaba antes de contraer la lepra.  Lo mismo lo podemos aplicar para el samario curado por parte de Jesús en el evangelio.  Ambos regresaron a donde sus respectivos profeta y salvador (Eliseo y Jesús) dándoles gracias y reconociendo la grandeza del Dios de Israel.  Aquí ambos muestran gran gratitud.  Pero no es casualidad que los personajes de estos relatos bíblicos sean ajenos al Pueblo Escogido por Dios.  Estas dos  personas que no pertenecían a Israel y que precisamente se sentían más "excluidos" parecía que más les alegraban el hallarse y concebirse sanados.  ¡Que lección para todos nosotros!  ¿Somos así de agradecidos con Dios?
San Pablo le recuerda a su discípulo y su “querido hijo” Timoteo que la Palabra de Dios no puede estar encadenada.  Pablo sufría la persecución y como consecuencia de su seguimiento de Cristo estaba encadenado y encarcelado.  El evangelio sigue libre y produciendo libertad.  Este debe ser proclamado y anunciado por todas partes con valentía porque el Espíritu da las gracias y fuerzas necesarias a sus proclamadores.  Hoy el Espíritu Santo sigue moviendo los corazones dando todo lo que se necesita para que la Iglesia (o sea todos los bautizados sin importar cuál sea su vocación personal) siga cumpliendo el mandato del Señor: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.  Bauticenlos  en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes” (Mateo 28, 19–20).  Es por eso que las palabras “misa” y “misión” tienen la misma raíz etimológica (origen de las palabras) el de ser enviados.   Como dice el Padre José Duvan González: “cuando finaliza la Eucaristía es que comienza la Misa”.
“Cuando recibimos amor de Dios, y no nos convertimos en misioneros de su misericordia, frenamos la obra de Dios” (Fray Nelson Medina, O.P.).   Si somos agradecidos con cualquier persona que no nos puede dar todo en esta vida.   Cuan mayor agradecidos debemos ser con el que TODO lo puede (ver Lucas 1, 37).  Hagamos el propósito de no perder esa conciencia del agradecimiento a Dios.  Por tu grandeza, por tu bondad para conmigo, mi familia te doy gracias sobre gracias Señor.  Que nuestra oración sea ante todo acción de gracia. 

Sintiéndonos sanados como lo puede hacer Jesús por medio de los sacramentos (en especial la Eucaristía y la Reconciliación) con las disposiciones que nos pide la Iglesia (o sea en estado de gracia) vayamos a comulgar y con gran reverencia demos las más sinceras e íntimas gracias a Dios.  ¡Que la Eucaristía sea la Acción de Gracia de mayor trascendencia por excelencia!  Para que en estas disposiciones espirituales el Señor nos pueda decir como al samaritano: “levántate y vete, tu fe te ha salvado”.  ¡Que así sea!

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