Is 7,
10-14: Le virgen está encinta y dará a luz un hijo
Salmo
Responsorial 23: Que entre el Señor, el rey de la gloria
Rm.
1,1-7: Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios
Mt 1,
18-24: Jesús nacerá de María
Hoy en día es preciso ver cómo les seres humanos, las
culturas, y las naciones has ido perdiendo esta realidad (aunque para muchos es
o representa una mera idea o noción) del “Dios
con nosotros”. Para solo poner el
ejemplo a mi correo electrónico me llegan noticias de distintas agencias
noticiosas católicas. Apenas unos días atrás
(jueves antes de escribir esta reflexión) en la Agencia de noticias infoCatólica acabo
de leer un artículo sobre el sistema escolar en el país de Lituania. A los niños de este país les están enseñando
que ellos tienen “padre 1” y “padre 2” (o “madre 1” y “madre 2”) en
vez de padre y madre como propiamente corresponde enseñar. Similarmente vemos noticias que nos indican
que de alguna u otra forma estamos viviendo en una sociedad sin el “Dios-sin-nosotros”.
“Emmanuel
es uno de los nombres de Cristo pero es también la expresión de la perfección
de la nueva alianza: nosotros con Dios y Dios con nosotros” (Fray Nelson Medina O.P.). Sin duda alguna Fray Nelson tiene toda la
razón. Podemos ver que toda la relación
de Dios para con el ser humano se ha querido manifestar en una alianza y una
alianza de amor.
En el Antiguo Testamento desde Moisés, Josué, Samuel y profetas se fue
manifestando la relación (muchas veces de infidelidad) del Pueblo Escogido
hacia Dios. Esta relación era sellada (comprometida de ambas partes) por medio
de una alianza. Notemos que la palabra “religión” que nos viene del latín “religare” o significa religar. En otras palabras religión es tratar con
Dios. Entonces tenemos que Dios desde un
principio de su revelación al ser humano ha querido establecer un orden para
tratar con nosotros. Este orden o forma
del trato con Dios siempre ha estado (y
debe estar) basado en el amor. Por eso
San Juan nos dice que Dios es amor (ver 1Jn. 4, 8).
Desafortunadamente el Antiguo Testamento termina con
un aire de derrota porque tras el desamor y la infidelidad de Israel y Judá ya
se veían al final sin profetas y por ende sin signos de la presencia y acción
de Dios. Hay que recalcar que Dios nunca
falló a la Alianza para con el pueblo que Él mismo escogió. Esta infidelidad muchas veces estaba
encabezada por los reyes (quienes eran ungidos para ser mesías) y líderes del
pueblo que debían ser los responsables del bien común en la comunidad. Por eso se dice que cuando la raíz está
dañada es muy probable que el árbol crezca y de los frutos debidos.
El hombre se ve ante la realidad que su realidad
humana está herida y necesita ser sanada. Aquí entra Jesucristo en la realidad
del ser humano para sanar los corazones (ver Is. 61, 1–2). La Iglesia nos
enseña que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. O sea que posee dos
naturalezas una humana y otra divina. La
palabra o nombre que se nos repite hoy la liturgia es Emmanuel. Este nombre como todos sabemos significa Dios-con-nosotros.
Pero el Dios-con-nosotros no hubiese sido posible sin
María o sea sin el Sí, y la Fe de María. En el vientre de María se realzo el
más importante de los desposorios y fue la unión entre lo humano y lo divino.
En ella (María) se unieron o más bien se entretejieron estas dos naturalezas ya
de condición entrañable e inseparable.
Porque Cristo posee la perfecta naturaleza humana
puede sellar la Alianza (alianza de amor) con Dios para con sus hijos. Simultáneamente porque Jesucristo es
verdadero Dios es nos quiere y puede ofrecer su misericordia y salvación para
sanar nuestra condición humana que está herida.
Por eso podemos decir sin temor a equivocarnos que Jesús quiere y puede
sanar los corazones.
Ante este mundo que cada día parece perder más y más
la realidad del Dios-con-nosotros debemos todos los cristianos hacer recordar y
recalcar que Dios quiere y puede estar con nosotros. Claro está la primera y fundamental forma de
anunciar esto, debe ser con nuestro testimonio. Esto fue lo hiso la Virgen María y han hecho
los santos en la Iglesia anunciar con su vidas (muchas con su sangre) que ese
Dios que es Amor quiere ser Dios-con-nosotros.
O sea un Dios que los demás puedan ver cristalinamente en nuestras almas
y nuestros seres.
Para esto nos debemos alimentar del Pan del Cielo o
Pan de los Ángeles porque de Él depende nuestro ser. Alimentarse no es simplemente abrir nuestra
boca (o poner nuestras manos) para comulgar.
Esto implica que Cristo es nuestro alimento en todo y pleno sentido de
la palabra. Nos debemos alimentar de su
Palabra Divina, de sus ejemplos, de su testimonio, de su amor y del Espíritu de
Cristo. Cuando nos alimentamos así de
Cristo podemos cumplir con su alianza.
Una Alianza que es nueva y eterna, que es renovada por el mismo amor de
Dios. De esta forma podemos celebrar la
unión con Dios y podemos decir con toda razón Dios-con-nosotros.
Solo Él es Dios-con-nosotros, a Él la Gloria, el
Poder, la Alabanza por los siglos de los siglos. AMÉN.
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