14 de diciembre de 2013

¡La Alegría de Dios… que espera abrir sus puertas para nosotros! Tercer Domingo de Adviento – Ciclo A

Isaías 35, 1-6.10: Dios viene en persona y los salvará
Salmo Responsorial 145: Ven, Señor, sálvanos
Santiago 5, 7-10: Manténganse firmes, porque la venida del Señor está cerca
Mateo 11, 2-11: ¿Eres tú el que ha de venir?
El adviento es tiempo de reflexión, tiempo de conversión y tiempo de esperanza.  Es tiempo de reflexión porque nos llama al examen de conciencia personal y comunitario para saber cómo nos hemos preparados para que Cristo nazca en nuestras vidas y corazones.  Es tiempo de conversión porque para que Cristo llegue a nuestra vida es necesario una transformación y metamorfosis del alma y todo nuestro ser.  Es tiempo de esperanza porque nos llama a desear y anhelar esa Mirada que penetra nuestra ardua realidad que solamente puede hacer Jesús  con Palabra y obra redentora en la Iglesia y en todos los seres humanos.  Pero el adviento es tiempo de alegría, y es tiempo de alegría porque como dice la expresión: “después de la tormenta viene la calma.”
Hoy en el tercer domingo de adviento celebramos  lo que la Iglesia llama “Domingo del Gaudete”  o sea el Domingo de la Alegría.  La palabra gaudete que nos viene del latín significa regocíjense.  Nos podríamos preguntar porque regocijarnos.  Esto es lo que nos dice San Lucas sobre la “alegría divina”: “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse” (Lucas 15, 7).  Cuando realmente Jesucristo llega a nuestra vida y hacemos el firme propósito y opción por vivir según enseña Jesús y por ende la Iglesia, no tenemos otra alternativa que gozarnos grandemente y a la vez querer hacer que otros vivan de ese inmenso entusiasmo y exaltación que estamos viviendo. 
También este es un domingo de alegría porque ya se acerca el nacimiento de nuestro salvador y redentor, Jesús.  Algo que debemos tener muy presente es que lo más importante de la Navidad no fue que Cristo nació hace más de 2000 años atrás sino que hoy, día a día, El siga naciendo en nuestras vidas y corazones.   Por eso la Iglesia por medio de las lecturas (Palabra de Dios) de la liturgia en este adviento nos viene preparando no solo para la Navidad sino también para la Parusía o sea para la manifestación gloriosa del Señor al final de los tiempos.
El dramaturgo puertorriqueño Jacobo Morales tiene una obra literaria que se llama “Todo el Año es Navidad”.  Con esto se nos quiere recordar que Jesús renace (y debe renacer) día a día en la Iglesia.  Cuando se dice que Cristo renazca en nuestro corazón y nuestras vidas no se refiere solo a esta época sino más bien que renazca todos los días.  Cuando comenzamos el día en oración (y seguimos todo el día en aptitud de oración), cuando recibimos los sacramentos (como serian por ejemplo la Reconciliación, la Eucaristía y la Unción de los Enfermos), cuando llevamos ese perseverante testimonio cristiano, cuando vivimos en comunión con El y la Iglesia ahí renace Cristo en nuestras vidas y corazones.
El profeta Isaías nos muestra como la alegría se convierte un don de Dios que invade hasta la naturaleza.  Pero esta trasformación de la naturaleza debe lograr también  que se manifieste en las personas.   Por eso el profeta de forma singular nos dice que la salvación quiere alcanzar a todas las personas.   En otras palabras, que Dios quiere estar (nacer y renacer) en la vida de todos los seres humanos.  Por eso aclamamos y proclamamos en el Salmo 145 “Ven Señor a salvarnos”.  Esta salvación se manifiesta en todos pero de forma especial en los más oprimidos, marginados y necesitados.
La Carta de Santiago es una espléndida catequesis y una explicación del Sermón de la montaña guiado por un interés primordial y es que estas han de llevarse a la vida concreta y cotidiana de cada cristiano.  Este apóstol hoy nos quiere recordar que es necesario la perseverancia, la paciencia y la constancia para a la gran meta del encuentro con el Señor glorioso.   Seguramente el Señor ha de volver, esta es una meta común para toda la Iglesia y requiere un camino compartido, auxiliado y solidario en el amor.  Por eso San Pablo nos dice: “ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo” (Gálatas 6, 2).

San Mateo hoy nos presenta a Juan el Bautista quien está la cárcel.  Este en el silencio y en su reflexión personal se pregunta: ¿Es realmente Jesús, del que oigo tantas maravillas, el verdadero Mesías?   ¿El modo de comportarse encaja realmente con la imagen del Mesías?  Las preguntas e interrogantes pudiesen haber llegado del cielo a la tierra.  La contestación de Jesús (ver Mateo 11, 2–6) es muy interesante y retadora a la misma vez.
¡Bienaventurados los que no se escandalizan de Jesús! En otras palabras: ¡dichosos los que no se sientan defraudados por Jesús!  Lamentablemente hoy en día está muy de moda estar frustrado con la Iglesia, esto trae muchas veces el que nos lleguemos a frustrar con el mismo Dios.  Hoy nos toca reflexionar: ¿acaso doy yo motivo para esto? ¿Cuánto hacemos para curar y sanar los corazones que se sienten así?  Sin duda alguna la oración es la base prescriptiva para aliviar este mal de los hermanos(as) que se han alejado de la Iglesia con un mal sabor en su alma y su ser.
La bondad y la misericordia de Dios nos hacen ver a un Jesús muy diferente de la idea común del Mesías.  Según la vida, enseñanzas y testimonio de Jesús, podemos apreciar que Dios no es un Dios que castiga a los malos y premia a los buenos, sino que acepta a todos.  A esto estamos llamados todos los cristianos y más aún  es vocación de todos los seres humanos.

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