Hoy en día hablar de
navidad parece ser sinónimo de comprar, regalar y que nos regalen. Estas cosas en sí mismas no son malas. El problema estriba en que sea lo único que represente lo que es
la navidad para nosotros. Más aun la contrariedad
consiste en que esto se convierta en una obsesión tal en la cual gastamos hasta
lo que no tenemos en otras palabras nos “embrollamos
hasta mas no poder” como decimos en mi isla borinqueña.
Ahora bien ¿Qué es y debe
ser la navidad para un cristiano? Sería
absurdo celebrar la navidad sin recordar para nada al principal invitado, o se
a Jesús. Mucho se nos acusa de que los católicos
inventamos la navidad o las “christmas”
y como decía en P Duvan González (Vicario Parroquial en la Parroquia San José,
Dalton, Georgia USA o sea mi parroquia) en su homilía este pasado domingo (4to
de Aviento, ciclo A) defíname las palabras navidad y “christmas”. La palabra
navidad viene del latín “nativitatis” el
cual significa nacimiento. Los
cristianos de origen anglosajón
adoptaron la palabra “christmas” (en
inglés) que significa la Misa de Cristo.
Todos los cristianos
estamos de acuerdo en que Jesucristo nació.
O sea que la Palabra (o Verbo) se encarnó. Lo que muchos de nuestros hermanos cristianos
no están de acuerdo sería en algunos de los detalles de este grandioso evento. Por ejemplo los católicos creemos que María
fue virgen antes, durante y después del parto o sea que ella es virgen
perpetua. Esto para los católicos en un
dogma de fe.
Ahora bien, Jesús nació y
se hiso carne eso lo reconocen hasta los no creyentes incluyendo muchos
ateos. Pero para los católicos el
Misterio de la Encarnación debe implicar mucho más que eso.
Se suele decir que no se
puede amar lo que no se conoce. Por
ende, no podemos apreciar y valorar lo que no conocemos.
Veamos cómo algunos de
los profetas fueron anunciando en su tiempo al futuro Mesías, ahora para
nosotros a Cristo Jesús.
Isaías es por excelencia
el “profeta mesiánico”. Isaías nos ofrece algunas características del
Mesías. Nos dice que regirá y gobernará a los pueblos y
será árbitro y enderezará a la humanidad (ver Is. 2, 1–5). Isaías
también nos dice que el Mesías ha de ser príncipe de la paz. Este no ha de juzgar por apariencias sino más
bien hará justicia a los pobres y oprimidos.
Como parte de su “curriculum” está
el brindar la paz verdadera el género humano (ver Is. 11, 1–10).
Jeremías (quien es mi
profeta favorito) nos recuerda la promesa de que el Mesías tenía que provenir
del linaje de David. Este habría de
ejercer la justicia y el derecho. Estos
han de ser sellos y características distintivas del Reino de Dios que Jesús comenzó
a anunciar en su Vida Pública o predicación (ver Jer. 33, 14–16).
El profeta Sofonías luego
de un silencio de la palabra profética (de unos 60 años después de Isaías) que
Dios estará en medio de su pueblo. Ya no
habrá razón de porque tener temor. El júbilo
y la alegría han de manifestarse porque Dios está con nosotros (Sof. 3, 14–18).
El segundo Isaías (capítulos
40 al 55 del Libro de Isaías) quien posiblemente fuera un discípulo del profeta
Isaías (capítulos 1 al 39 del Libro de Isaías) nos indica que hay que preparar
los caminos del Señor. Aquí aparece
como una palabra y promesa nueva y la vez esperanzadora, el consolar al pueblo. El Señor ha de ser el pastor que cuida de su
pueblo con esmerada dedicación (ver Is. 40, 1– 11).
La tercera parte del
Libro de Isaías (capítulos 56 al 66) nos habla de la vocación y misión del Mesías. Este debe anunciar la Buena a los pobres, sanara
los corazones afligidos y abatidos, ha de traer la libertad a los cautivos, y
ha de consolar a los que lloran. Podremos
entender estas cosas porque el Evangelio es la semilla de esperanza que por
medio de la Resurrección de Jesús no trae de prestamente la transformación del
mundo (ver Is. 61, 1–3).
En el Nuevo Testamento veremos
que San Lucas y San Mateo son los que nos hablan como nació el Hijo de Dios. San Juan en su evangelio no nos dice como nació
Jesús sino más bien nos dice: “La Palabra
era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn.
1, 9).
Lucas usa el término “primogénito” que recordaba los privilegios del hijo mayor
que en cuanto tal, pertenecía a Dios (ver Ex 13, 1; Rm. 8, 29, Col 1, 15). Esto
no opone para nada el que sea hijo único.
En este evangelista podemos apreciar que la anunciación le es dada a María. De la respuesta de María habría de depender
todo el cristianismo.
Mateo nos presenta a José
como varón justo. Como he mencionado en
otras ocasiones cuando en la Biblia se habla del hombre justo se está hablando
del hombre santo. Bíblicamente hablando la justicia evoca e
implica la santidad. Mateo además nos expone como fue el nacimiento
de Jesús (ver Mt. 1, 18–24).
Según nos muestra la
Palabra de Dios Jesús se encarnó de María.
De María seguramente saco el Hijo de Dios sus cualidades y sentimientos
humanos. Con José y María aprendió a
convivir en familia, comenzó a conocer su cultura, su nación. Además junto a sus padres Jesús fue creciendo
en sapiencia y en santidad ante de Dios
y su pueblo (ver Lc. 2, 52).
Lo más importante hoy en día
no es que Cristo haya nacido hace más de 2000 años sino más bien que hoy y
siempre nazca y renazca en nuestros corazones y en nuestras vidas. Ser cristianos, ser bautizados implica que
debemos seguir a Cristo con todas las consecuencias. La Virgen María y los santos fueron testigos de esto. Nosotros también podemos ser esos testigos, a
la máxima expresión y en el sentido pleno de lo que es ser un cristiano.
Hoy el Belén donde debe
nacer Jesús ha de ser nuestro corazón.
Hoy el templo donde el Hijo Unigénito es presentado es nuestra
alma. Como los pastores y después los
magos de orientes que fueron a adorarlo hoy postremos nuestra vida a Jesús.
Hoy pensemos en todo lo
que Jesús nos ha regalado; su vida, su gracia y su amor hasta la muerte (por
cada uno de nosotros y nuestra salvación).
Hoy pensemos y meditemos que le hemos de regalar a Jesús; nuestro ser
(con lo bueno y lo malo, tal como somos… Jesús no discrimina), cada uno de
nuestros actos como ofrenda de amor.
Solo recordemos que cualquier cosa que le ofrezcamos a dar a Jesús y Él
no los ha dado. Pero de todos modos
vamos a dárselo.
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