Malaquías 3, 1-4: Entrará en el santuario el Señor a
quien ustedes buscan
Salmo Responsorial 23: El Señor, Dios de los ejércitos, es
el Rey de la gloria.
Hebreos 2, 14-18: Tenía que parecerse en todo a sus
hermanos
Lucas 2, 22-40: Mis ojos han visto a tu Salvador
Hoy
la Iglesia celebra la Fiesta de la Presentación del Señor. Nuestros hermanos cristianos de Oriente le
llaman a esta fiesta “el Encuentro”. Si nos fijamos bien eso es lo que Jesús hace
tener un encuentro pero no solo con Simeón y Ana sino con el pueblo de Dios o
los “anawim” (pobres del Señor) que
con mucha fe y esperanza esperaban la llegada del Mesías. La devoción o piedad
popular recuerda esta fiesta con el nombre de la “Virgen de la Candelaria”.
Todos estos nombres tienen un simbolismo y contenido (teológico) cristo-céntrico de gran
trascendencia.
Nos
podríamos preguntar ¿Por qué esta fiesta se celebra hoy y no en la
navidad? La Ley de Moisés establecía que
cuarenta días después del nacimiento del primogénito, este fuera llevado al
Templo de Jerusalén para ser presentado y ofrecido al Señor. La Iglesia para la liturgia de este domingo sigue
este decreto de la Ley Mosaica de los 40 días para ser presentado y ofrecido al
Señor.
El
pueblo judío designaba a este lapso de los cuarenta días como la "purificación". Durante este tiempo la madre después de
haber dado a luz necesitaba purificarse.
Hay que clarificar que no era que el niño había ensuciado a la
madre. Ni más aun, no quiere decir que
María Santísima, Madre de nuestro Señor Jesucristo debía limpiar su corazón (ni
su alma, ni su interior) de alguna mancha pecaminosa. Porque como nos enseña la Iglesia María nació
sin macha alguna (o sea María es Inmaculada).
Malaquías
en percepción inspirada nos dice: “Estoy
para enviar a mi mensajero, al que
despejará el camino delante de mí; pues pronto entrará en su santuario el Señor
que ustedes piden. Fíjense que ya llega
el mensajero de la alianza que ustedes tanto desean” (Mal. 3, 1). Mirándolo tras el espejo del texto evangélico
(ver Lc. 2, 22-40) nos podremos dar cuenta que el Profeta Malaquías estaba
prefigurando (anunciar antes de…) la presentación de Jesús en el Templo.
Hoy
en día, tú y yo (o sea todos los bautizados) estamos llamados a ser ese
mensajero(a) delante del Señor. Nuestro
testimonio de vida cristiana debe ser esa bandera que va delante de
nosotros. Mensajeros dispuestos a ser
testigos con todas las responsabilidades y el compromiso sincero y fiel con la
Iglesia quien es Maestra y Portadora de la Palabra del Dios.
El
autor de la Carta a los Hebreos (quien es anónimo) nos indica que Jesús: “tuvo que hacerse semejante en todo a sus
hermanos” (Heb. 2, 17) “menos en el pecado” (ver Heb. 4, 15). Jesús como Mesías (= Cristo; el ungido) y
Redentor nos quiere ofrecer la Salvación de Dios y esto es posible (además de
ser Dios) porque posee el Sacerdocio Eterno “según
el rito (o a la manera de) Melquisedec”
(ver Heb. 5, 6). Jesús como Sacerdote se
ofrece a sí mismo como víctima perfecta.
Lo hizo en la Cruz y lo sigue realizando en la Eucaristía.
Ofrezcámosle
a Dios el sacrificio de nuestro diario quehacer, de nuestra vida, de nuestra
familia en fin de todo lo que somos como
sacrificio no igual al de Cristo pero con sinceridad, y de corazón. Este llegará ante Dios como una ofrenda grata
a sus ojos.
San
Lucas nos presenta este relato de la presentación de Jesús en forma precisa y
sencilla. Pero a pesar que este relato
sea sencillo y preciso Lucas no omite la significación teológica (sobre la Ley
Mosaica) de esta ceremonia. “Cuando llegó
el día en que, de acuerdo con la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la
purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, tal como
está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor” (Lc. 2, 22-23).
“Porque mis ojos han visto a tu
salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblos, luz que se revelará
a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel” (Lc. 2, 30-32). Dejemos que la luz de Cristo absorba toda nuestra
vida. De igual forma seamos motivo e
inspiración para que la luz de Cristo llegue a la vida de otros.
Que
el Espíritu Santo lleve nuestros pasos por esa senda luminosa que Cristo quiere
para nuestra vida. En nuestra oración no
olvidemos pedirle al Espíritu Santo que de la misma forma que hablo por los
profetas y siga hablando y poniendo en nosotros palabras fundamentadas por el
buen testimonio de vida Cristiana. ¡Que así nos ayude el Dios que es todo Amor,
hoy mañana y siempre!
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