Sirácides (Eclesiástico) 15, 16-21: Dios no ha dado a nadie permiso de pecar.
Salmo Responsorial 118: Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
1 Corintios: 2, 6-10: Predicamos una sabiduría misteriosa prevista por Dios
antes de los siglos, para conducirnos a la gloria.
Mateo 5, 17-37: Han oído lo que se dijo a los antiguos. Pero yo les
digo...
¿Alguna vez han visto a los
niños en algún salón de clase competir para ver cual proyecto ha quedado mejor? Algo así era lo que sucedía en tiempos de
Jesús en Judea. Pretendamos por un
momento que el pueblo de Israel era esa gran aula de clases donde Dios fue el Maestro. Ahora bien podríamos pensar en los
estudiantes; como por ejemplo los fariseos, los escribas, los maestros de la
ley, la clase sacerdotal (sanedrín y los saduceos), los nazareos (ej. Sansón…
no confundir con los nazarenos), los zelotes, los herodianos, entre otros
más. Llega el último estudiante quien no
pretende de grandezas, no hace alarde de su sabiduría (ver Filipenses 2, 6–7)
sino más bien actúa bajo el anonimato (al menos hasta su vida pública o
ministerio) y que durante este tiempo actuó y vivió semejante a todo ser humano
(como dice San Pablo, menos en el pecado).
Con este “alumno” comienza el cuestionamiento de que es lo que realmente
quiere el Maestro (Dios) para su pueblo.
De tantas preguntas que Jesús
hace (o que le hacen a Él) una hoy el Evangelio de San Mateo quiere responder:
¿Cuál es la ley más perfecta? Podríamos
decir si toda la ley es ley de Dios, entonces toda la ley es perfecta. En realidad nadie niega eso. Sino y re-fraseando la pregunta: ¿dentro de
toda la ley de Dios (que es perfecta) cual es la de mayor perfección?
Antes de contestar las preguntas
anteriores entendamos cuales son los contextos del Evangelio de San Mateo. Recordemos que Mateo le escribió a una
comunidad de judíos para los cuales por ser judíos la ley de Moisés o la Torah
era algo sumamente importante. Teniendo
esto en cuenta tenemos que el autor bíblico aquí (o sea en todo este evangelio)
nos quiere presentar a Jesús como el nuevo Moisés. De la misma forma que Moisés recibió la ley en
una montaña (Sinaí) aquí en este evangelio Jesús le está dando al pueblo la Ley
de las Bienaventuranzas o sea la ley del Amor.
Ya aquí (sin querer queriendo) contestamos la preguntas del párrafo
anterior.
Quisiera enfatizar entonces
porque el amor, en este caso el amor a Dios y al prójimo es la ley perfecta por
excelencia. Pensemos en un momento en
los Mandamientos de la Ley de Dios (que son 10). Tenemos que los primeros tres que se basan en
cuanto a nuestra relación con Dios.
Preguntemos entonces cual es el primero de estos: “Amar a Dios sobre todas las
cosas” y cuando le preguntaron a Jesús (ver Mateo 22, 36–40) dijo el
segundo es similar; “amar al prójimo como a ti mismo” y que en estos se basan la
ley y los profetas. Cuando leemos las
ocho bienaventuranzas de San Mateo (ver Mt. 5, 1–12) notaremos que al cumplir
cada una estamos amando en todo el sentido de la palabra. Es por eso que cuando yo enseño (catequesis)
los Mandamientos de la Ley de Dios también los expongo bajo el contexto de la
Bienaventuranzas (ya fuera en Mateo o Lucas).
En la primera lectura se nos afirma
rotundamente la libertad y responsabilidad del hombre. En otras palabras se nos está diciendo que
somos responsables de nuestras acciones.
Para nuestra reflexión personal en este texto del Eclesiástico (o Sirácides)
es muy recomendable comenzar a leer desde el versículo número 11. Este versículo comienza de esta forma: “No digas: ¡Dios me hizo pecar! porque él no
hace lo que odia…” (Sirácides 15, 11).
Decir que Dios nos hace pecar es decir que Dios no nos ama. Rotundamente tengo que decir que eso es
imposible (que Dios no nos ame) por Él es todo Amor (ver 1Juan 4, 7–8).
San Pablo le enseña a la
comunidad de Corintos que la verdadera sabiduría viene de Dios. Decir que Dios es un misterio (y por ende su
sabiduría) no es lo mismo que decir el misterio de las pirámides egipcias. Comúnmente en el mundo secular el misterio se
asemeja con lo oculto (u ocultismo = conocimientos y prácticas enigmáticas o insondables
como pretenden ser la magia, la alquimia y la adivinación). Para lo religioso el misterio es aquello que
Dios va revelando o manifestando y que el hombre no conoce del todo. Por eso hablamos del Misterio de la Santísima
Trinidad o sea un solo Dios en tres
divinas Personas. Esas tres divinas
personas la Palabra de Dios no las revela pero no conocemos todo los que
encierra y conllevan estas.
En el evangelio de hoy Jesús nos
dice: "No crean que he venido a
abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud”
(Mateo 5, 17). La Ley o los Profetas era
la expresión utilizada por el hagiógrafo o autor bíblico para referirse a toda
la Palabra de Dios. Recordemos que en
tiempo de Jesús solo existía lo que hoy en día llamamos el Antiguo
Testamento. En otras palabras Jesús nos
está diciendo que Él es la plenitud de la Palabra de Dios. Desde el inicio, Jesús habla como Señor y su
llamado o vocación es retomar y dar giro a las certezas adquiridas tal como Dios
sólo sabe hacerlo.
Esta es una excelente ocasión para rogarle a Dios que nos asista y socorra a
vivir tal como Jesús vivió. Su Palabra
nos dice que El vivió realizando plenamente esa Ley del Amor y de la
Bienaventuranzas que El mismo tanto predicó.
¡Que el Espíritu de Dios que lo puede y trasciende todo nos inspire a
vivir en el Amor de Dios!
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