26 de julio de 2014

¿Reinado de quien y de dónde? Domingo XVII – Ciclo A

1 Reyes 3, 5-13: Por haberme pedido sabiduría… yo te concedo lo que me has pedido.
Salmo Responsorial 118: R/. Yo amo, Señor, tus mandamientos.
Romanos 8, 28-30: Nos predestina para que reproduzcamos en nosotros mismos la imagen de su Hijo.
Mateo 13, 44-52: Vende cuanto tiene y compra aquel campo.
Sin duda alguna uno de los títulos y honores de Jesús de Nazaret que más se suele ser reconocido después del de Cristo (=Mesías) es el de Rey cuya fiesta se celebra el domingo (después de Domingo 33 del Tiempo Ordinario) antes del comenzar el tempo de adviento (esta Fiesta de Cristo Rey del Universo puede variar entre a final de noviembre y principio de diciembre).  Le podríamos preguntar a un católico no-practicante y este(a) nos sabrá decir que Cristo Jesús es Rey además de ser Salvador y Redentor.
Desde hace varios domingos se ha estado proclamando y reflexionando en capítulo 13 del Evangelio de San Mateo.  Este capítulo es conocido el Discurso de las Parábolas y estas parábolas son las Parábolas del Reino.  Estas comienzan comúnmente con una formula común: “el Reino de los cielos se parece a”.  Notemos además que el evangelio mateano nos dice el “Reino de los cielos” y no Reino de Dios.  Esto es así ya que Mateo escribe su evangelio a una comunidad judeo-cristiana y como buenos judíos ellos no podían mencionar ni decir el nombre de Dios.  Hoy en día un Hebreo Católico (judío o descendiente judío que abraza la fe católica) escribe esta palabra de la siguiente forma: “Di_s”
Con estas parábolas los discípulos de Jesús supieron comprender de quién es ese reino y hacia dónde se dirige.  Estas primeras generaciones de cristianos supieron reconocer que ese reino es de Dios pero a la vez (con una gran responsabilidad y compromiso) ese reino pertenece a cada uno de los bautizados.
Tengamos en cuenta que el Reino de Dios brota desde el mismo corazón amoroso de Dios.  Es por eso que la primera cualidad del reino es el mismo amor ya que y como mencione antes este brota del mismo núcleo trascendental del corazón de Dios.  Además de amor este reino es justicia y paz.  Esta últimas dos, no pueden funcionar una sin la otra.   Entonces tenemos que las tres características principales del reino son la justicia, la paz y el amor. 
Este reino además de brotar del corazón repleto de amor de Dios debe comenzar a encaminarse desde cada uno de nuestros corazones.  Pero el Reino de Dios debe manifestarse además en nuestro diario testimonio de vida cristiana.  Por eso se suele decir y con mucha razón “que no podemos dar lo que no tenemos”.  Para llevar y guiar a otros al Reino de Dios, este debe brotar desde nuestro interior y exteriorizarse con nuestra vida.
En nuestra primera lectura podemos visualizar como el autor bíblico resalta enormemente el don de la sabiduría.  Pero esta sabiduría no es una sabiduría cualquiera sino que viene de lo alto del mismo Dios.  Los dones son hábitos  sobrenaturales infundidos por Dios en el alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.  El hábito es una cualidad (buena o mala) que es difícil de cambiar y que dispone a la persona hacia el bien o hacia el mal.  Entonces tenemos que la sabiduría nos hace comprender la maravilla incomprensible (para la razón o inteligencia humana) de Dios y nos impulsa a buscar al mismo Dios sobre todas las cosas, en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones.  En este sentido es muy justo pedirle sabiduría a Dios para todas las cosas que solemos realizar.
San Pablo en su Carta a los Romanos nos recalca que todo lo creado por Dios (quien es amor infinito) contribuye para el bien de los que aman a Dios.  Tengamos en cuenta que estas palabras la escribió una persona que padeció fuertemente toda clase de pruebas y tormentos. 
Este texto nos muestra como Pablo arbitra con aquellos quienes desconfían de Dios porque este no suele responder a sus deseos de personales.   Ante este comportamiento de impaciencia de muchos en la comunidad el apóstol quiere inculcarles la virtud de la esperanza.  Aunque hay que advertir que esta tarea muchas veces ser cuesta arriba muchas veces por la impaciencia y desesperación del mismo ser humano.
Como consecuencia Pablos nos recuerda un aspecto importante de nuestra vocación y compromiso bautismal que estamos llamamos a reproducir la imagen de su Hijo.  Como seres creados por Dios quedamos constituidos a su imagen y semejanza.  Pero como nuevas criaturas por nuestro bautismo somos a ejemplo de Cristo sacerdotes (sacrificio), reyes (servicio) y profetas (anunciar y denunciar).  De esta forma los cristianos por nuestra propia vocación a la santidad estamos llamados a imitar y ser imagen del Hijo Amado del Padre.  Claro está nuestras propias fuerzas no son suficiente para esto, sino que es necesaria la asistencia y la fuerza el Espíritu Santo.

Pidámosle a Dios la gracia de ser semejantes a Jesucristo y de esta forma promover con toda firmeza el Reino de Dios.  Un reino que es justicia, paz y amor.  

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