Jeremías 20, 7-9: Soy objeto de burla por
anunciar la palabra del Señor.
Salmo Responsorial 62: R/. Señor, mi alma tiene
sed de ti.
Romanos 12, 1-2: Ofrézcanse ustedes mismos
como una ofrenda viva.
Mateo 16, 21-27: El que quiera venir
conmigo, que renuncie a sí mismo.
Hoy
en día el mundo y la sociedad por medios de los medios de comunicaciones
seculares nos proponen la “doctrina del pasarla bien” donde no se toman
en cuenta los dolores y sufrimientos que el ser humano, los cuales desde los inicios
(o desde su creación) el hombre ha llevado en sí mismo. Este tipo de pensar o adoctrinamiento en sí
mismo va en contra de la doctrina cristiana y veremos porqué.
El
problema aquí estriba en que no busquemos consuelo cuando estamos con
sufrimientos. Porque el mismo Jesús nos
dejó al Espíritu Santo como consolador (entre otras cosas). Sino más bien que esta “doctrina de
pasarla bien” que nos propone el mundo nos pone remedios que a la larga nos
traerán más problemas especialmente problemas espirituales. Porque estas soluciones que nos proponen (tal
como son el “new age” o nueva era entre muchas más) nos dejan vacíos de
Dios y de las gracias que este nos quiere dar para la salvación. Estas nos van distanciando de Dios más y más
además que en su verdadera esencia vamos a ver que este tipo de doctrinas o
pensamientos son anti-cristianas.
En la primera lectura Jeremías nos ha dejado un diario íntimo de su drama interior, el cual es conocido como sus "Confesiones", las cuales están dispersas entre los capítulos 10 al 20 de su libro. En estos versos del 7 al 9 del capítulo 20 el profeta apasionado por Dios desahoga su corazón. “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jer. 20, 7). Sin duda alguna la impresión que este verso produce respeto y asombro a la misma vez.
En la primera lectura Jeremías nos ha dejado un diario íntimo de su drama interior, el cual es conocido como sus "Confesiones", las cuales están dispersas entre los capítulos 10 al 20 de su libro. En estos versos del 7 al 9 del capítulo 20 el profeta apasionado por Dios desahoga su corazón. “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jer. 20, 7). Sin duda alguna la impresión que este verso produce respeto y asombro a la misma vez.
Produce
respeto porque podemos ver la sumisión del profeta hacia Dios. De asombro porque cuando ponemos este verso
en relación del resto del texto podemos notar que este texto se inicia con esa
gran sumisión pero en el transcurso del texto el profeta muestra un desahogo y
a la vez apertura de su corazón hacia Dios por los oprobios y agravios que este
padece en su ministerio profético.
Podríamos
decir sin temor a equivocarnos que en Jeremías se cumplió la máxima que Jesús
nos propone: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome
su cruz y me siga” (Mt. 16, 24).
Porque el profeta supo lidiar con su problemas y sufrimientos que
padeció en su ministerio. Pero por
encima de esto supo reconocer que la fidelidad a Dios hasta el último hilo de
vida le llevaría a una recompensa mucho más grande que sus sufrimientos. De
este modo podemos notar que la fuerza de la palabra que el mismo Dios inspira
en Jeremías es superior a las dificultades y obstáculos que pasó el profeta.
En
la segunda lectura podemos percibir como el Espíritu Santo, habita en la
comunidad de los romanos. Además la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad
confirma y anima la misión y la acción de esa nueva presencia de Dios en
medio de su nuevo pueblo o sea en medio de sus fieles. De esta forma tenemos que como pueblo de Dios
nos corresponde ofrecernos y darnos en nuestra totalidad (humana y
espiritualmente) al culto de Dios.
Hay
dos premisas que suelen darnos aquellos que de una forma u otra están
distanciados del seno de la Iglesia. Una
de ellas es la siguiente: “yo creo en Dios pero no creo en la religión”. La otra es similar a la primera: “yo creo
en Dios pero no creo en la Iglesia”.
¿Cómo podemos responder a estas dos premisas? Hay que establecer, en primer lugar, “que
no podemos dar lo que no tenemos”.
Yo
siempre digo en mis charlas o catequesis que suelo impartir a jóvenes y a
adultos que para estudiar un idioma debemos aprender y estudiar un vocabulario
propio de ese idioma que queremos aprender.
Lo mismo sucede cuando estamos en el colegio o escuela técnica
aprendiendo una profesión nueva igualmente debemos aprender y cultivar un
vocabulario propio de esa profesión. Con
el cristianismo sucede lo mismo para poder conocer bien nuestra fe cristiana
debemos conocer e ir cultivando un vocabulario propio a la doctrina cristiana. Debemos tener en cuenta que el vocabulario
cristiano nos viene de dos idiomas fundamentales que son el griego koiné (o sea
griego del pueblo) y el latín.
Para
poder aclarar estas premisas antes mencionadas debemos conocer el significado y
la aplicación apropiada de los términos “religión” e “iglesia”. La palabra religión nos viene del latín “religare”
o sea religar en otras palabras tratar con y en este caso tratar con
Dios. O sea decir que creemos en Dios y
no creemos en la religión es un absurdo porque como vamos a creer en Dios y nos
tratar con El. El cristianismo es una
religión porque Jesús de Nazaret nos propone una nueva forma de tratar con
Dios. Además Él le deja a la Iglesia
(del latín ecclesia y esta del griego ekklēsia
que significa
asamblea) que Él mismo fundó y en la cual nos dejó el depósito de la fe o en
otras palabras le da la potestad a la Iglesia para administrar y guiar a los
fieles (pueblo de Dios) en este trato con Dios o sea la religión.
En
el Evangelio de la semana pasada vimos la confesión de Pedro (tu eres Él
Mesías… ver Mt. 16, 15–17) y la promesa de Jesús (tu eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia… ver Mt. 16, 18–19), pero en esta
semana veremos el otro lado de la moneda.
Hoy vemos como el que Jesús le revelara el verdadero camino de su
mesianismo lo que le pareció un escándalo a Pedro. “Pedro se lo llevó aparte y trató de
disuadirlo, diciéndole: ‘No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a
ti’” (Mt. 16, 22). A lo que
Jesús le contesto: "¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme
tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de
los hombres!" (Mt. 16, 23).
¿Si
primero lo elogia porque ahora lo reprende? En primera instancia tenemos que
entender que el elogio no fue para la persona de Pedro sino más bien por la
inspiración que Dios le dio. Hoy lo
reprende no porque sea Pedro sino más bien porque él se dejó arrastrar por lo
que el mundo (y la sociedad) le proponía (que fue básicamente lo que nos
propone hoy), estar bien y pasarla bien sin afrontar los problemas.
Pedro
se sitúa delante de Jesús para impedir el sendero que lo ha de llevar a la cruz. Pero Jesús distingue en la intromisión de
Pedro la misma voz que lo tentó en el desierto. Por eso Jesús lo llama Satanás,
que significa Tentador o Estorbo. ¿Qué significa esta amonestación que Pedro
recibe de parte de Jesús? En este texto
vemos como Pedro estaba dándole órdenes e imposiciones a Jesús. Con esta amonestación hacia Pedro, Jesús le está
diciendo que debe pasar detrás de Jesús y lo siga con todos los requisitos y disposiciones
que implica ser un buen discípulo.
El
Evangelio de San Mateo nos presenta tres anuncios de la pasión de Jesucristo la
primera le reflexionamos hoy en el evangelio (Mt. 16, 21) que proclaman hoy
nuestros presbíteros (o los diáconos, donde los haya). Es segundo anuncio de la pasión se encuentra
en el capítulo 17 de Mateo (Mt. 17, 22–23). El tercero lo leemos en el capítulo 20 (Mt.
20, 17–19) del evangelio antes
mencionado.
En
este ciclo A solo se lee y reflexiona el primero de estos. Es muy recomendable leer y reflexionar en los
otros dos anuncios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús que están en
este Evangelio de San Mateo en los capítulos y versículos donde antes mencioné.
En
un examen de conciencia nos debemos preguntar nos está pasando lo mismo que a
Pedro. Si estamos en la misma situación
que Pedro como vamos a solucionar dicho problema. La Iglesia con la asistencia del Espíritu
Santo nos deja unas herramientas (oración, sacramentos, dirección espiritual,
retiros, etc.) las cuales debemos procurar usarlas. ¡Que así nos ayude Dios!
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