Ezequiel 33, 7-9: Si no amonestas al malvado, te pediré cuentas de su
vida.
Salmo Responsorial
94: R/. Señor, que no
seamos sordos a tu voz.
Romanos 13,8-10: Amar es cumplir la ley entera.
San Mateo 18, 15-20: Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado.
Yo tengo lo que podríamos llamar un (o varios que podríamos complementar
como uno solo) “ministerio online” desde que apenas comencé con mi
condición de la espalda por accidente (de trabajo y/o militar) en año
2005. Desde ese año comencé a ser
consultor para el Catholic.net (www.es.catholic.net) en las áreas de catequesis y pastoral hispana en USA. Después de eso comencé con mi blog (en el
cual se publica esta reflexión) y mi sitio web (www.catequesisdeadultos.org). En estos
medios antes mencionados que realizo apostolado por medio de la Internet suelos
recibir consultas sobre como corregir adecuadamente a un(a) hermano(a). Muchas de estas incluyen posibles
correcciones para sacerdotes y/o religiosos(as) y laicos consagrados(as). Las razones de estas correcciones fraternales
suelen ser literalmente infinitas e ilimitadas.
Hoy la Palabra de Dios nos ofrecen dos métodos o técnicas (tanto en la primera
lectura como en el evangelio) para realizar lo que a mi humilde entender son
las más adecuadas para la corrección fraterna.
Estas nos demuestran que la corrección fraterna es un mandato de
Dios. En la primera lectura podemos
apreciar como Dios la da al sacerdote y profeta Ezequiel una de las más grandes
encomiendas para cualquier ser humano y es la de ser como el centinela. En el evangelio el ex-recaudador de impuesto
nos narra lo que Jesús enseñó sobre la corrección fraterna.
Los capítulos del 33 al 37 del Libro del Profeta Ezequiel nos narran
promesas de aliento y consuelo de parte de Dios para el pueblo de Israel. Al leer estos capítulos nos daremos cuenta de
que muchas de estas promesas tienen un fuerte matiz de esperanza. Hay que recordar que Ezequiel estuvo entre
los primeros grupos que fueron deportados hacia Babilonia. Dentro de esta contexto histórico su
sacerdocio deja de ser sacrificial para pasar a ser uno catequético. Ya estando en Babilonia comienza a educar (o
a reeducar) al pueblo en especial a los líderes (o ancianos) y junto al Profeta
Jeremías se complementa en el ambas funciones la de su sacerdocio y la
profética.
Para poder entender esta primera lectura analicemos unos contextos
lingüísticos muy importantes. El atalaya
era una torre construida sobre un lugar elevado que sirve para vigilar una gran
extensión de terreno o de mar. El
centinela era un soldado que vigilaba un puesto como lo era el atalaya. Estas definiciones nos dan ciertas pistas o
huellas para este texto del Profeta Ezequiel.
“A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de
Israel” (Ez. 33, 7). Cuando Dios
llama lo hace con exigencias. Esto se ve
reflejado en esta primera lectura. En
dos palabras podríamos resumir todas las exigencias que Dios le da a este
profeta: anunciar y denunciar.
Pero este anunciar y el denunciar implica unas consecuencias buenas o
malas dependiendo si el profeta responde o no al mandato de Dios.
Nos debemos preguntar ¿Cómo esto nos incumbe a cada uno de nosotros? Desde el bautismo recibimos la Triple Misión
de Cristo (sacerdote, rey y profeta). La
función del profeta no es adivinar el futuro (como muchos suelen pensar) sino
más bien anunciar y denunciar. Como
profetas (y a ejemplo de Cristo Jesús) nos toca anunciar el amor, la gracia y
la justicia de Dios y denunciar lo que es injusto a los ojos de Dios y no hay
algo que sea más injusto a los ojos de Dios que el pecado. Al igual que Ezequiel esta función de ser
profeta cuyo compromiso adquirimos en el Bautismo tiene unas consecuencias o
efectos (beneficiosos o nefastos) según sea nuestra respuesta.
San Pablo nos enseña que quien ama con convicción o sea convencido de
que el amor todo lo puede y todo los supera sin duda alguna no se ha de
equivocar en el cumplimiento de la ley.
En este sentido podemos entender porque Jesús nos da el amor como su ley
suprema. “Les doy un mandamiento
nuevo: ámense los unos a los otros. Así
como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis
discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn. 13,
34-35). En la Carta a los Gálatas
podemos apreciar como el Apóstol de los Gentiles complementa y les recuerda a
los gálatas este tema del amor entre la comunidad cristiana: “Ayúdense
mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo” (Gal. 6,
2).
Volviendo nuevamente al tema de la corrección fraterna cuando leemos
este texto mateano nos daremos cuenta que cuando el Señor nos explica y enseña
sobre la corrección fraterna esta se vuelve todo un arte. Esta es un arte que muchas veces se torna muy
difícil. Mi abuelo solía decir que “no
es importante lo que se diga en sí mismo sino más bien como se diga”. En este sentido cuando digo que corregir debe
ser un arte implica que toda corrección se debe realizar con amor. Y la corrección se debe hacer guiada por el
amor porque de lo contrario puede la razón y fundamento de sí misma. Otras preguntas para nuestra reflexión: ¿Cuán
presto o disponible estoy para recibir corrección? ¿Cuándo me corrigen como suelo actuar? El mundo y la sociedad actual nos suele
inculcar de muchas formas el actuar con imprudencia, con amplio sentido de descomedimiento
y con inurbanidad al momento de que alguien nos trata de corregir. No debemos una vez más cuestionar: ¿acepto yo
la corrección fraterna como vía e instrumento de mi salvación, como crecimiento
espiritual y crecimiento en santidad? O
simplemente: ¿me dejo arrastrar por lo que el mundo y la sociedad me
propone? Las respuestas a estas
preguntas deben brotar desde lo más íntimo y sinceridad de nuestro corazón.
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