5 de septiembre de 2014

¡La corrección mandato de Dios! Domingo XXIII T O (Ciclo A)

Ezequiel 33, 7-9: Si no amonestas al malvado, te pediré cuentas de su vida.
Salmo Responsorial 94: R/. Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Romanos 13,8-10: Amar es cumplir la ley entera.
San Mateo 18, 15-20: Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado.
Yo tengo lo que podríamos llamar un (o varios que podríamos complementar como uno solo) “ministerio online” desde que apenas comencé con mi condición de la espalda por accidente (de trabajo y/o militar) en año 2005.  Desde ese año comencé a ser consultor para el Catholic.net (www.es.catholic.net) en las áreas de catequesis y pastoral hispana en USA.  Después de eso comencé con mi blog (en el cual se publica esta reflexión) y mi sitio web (www.catequesisdeadultos.org).  En estos medios antes mencionados que realizo apostolado por medio de la Internet suelos recibir consultas sobre como corregir adecuadamente a un(a) hermano(a).  Muchas de estas incluyen posibles correcciones para sacerdotes y/o religiosos(as) y laicos consagrados(as).  Las razones de estas correcciones fraternales suelen ser literalmente infinitas e ilimitadas.

Hoy la Palabra de Dios nos ofrecen dos métodos o técnicas (tanto en la primera lectura como en el evangelio) para realizar lo que a mi humilde entender son las más adecuadas para la corrección fraterna.  Estas nos demuestran que la corrección fraterna es un mandato de Dios.  En la primera lectura podemos apreciar como Dios la da al sacerdote y profeta Ezequiel una de las más grandes encomiendas para cualquier ser humano y es la de ser como el centinela.  En el evangelio el ex-recaudador de impuesto nos narra lo que Jesús enseñó sobre la corrección fraterna.
Los capítulos del 33 al 37 del Libro del Profeta Ezequiel nos narran promesas de aliento y consuelo de parte de Dios para el pueblo de Israel.  Al leer estos capítulos nos daremos cuenta de que muchas de estas promesas tienen un fuerte matiz de esperanza.  Hay que recordar que Ezequiel estuvo entre los primeros grupos que fueron deportados hacia Babilonia.  Dentro de esta contexto histórico su sacerdocio deja de ser sacrificial para pasar a ser uno catequético.  Ya estando en Babilonia comienza a educar (o a reeducar) al pueblo en especial a los líderes (o ancianos) y junto al Profeta Jeremías se complementa en el ambas funciones la de su sacerdocio y la profética.
Para poder entender esta primera lectura analicemos unos contextos lingüísticos muy importantes.  El atalaya era una torre construida sobre un lugar elevado que sirve para vigilar una gran extensión de terreno o de mar.  El centinela era un soldado que vigilaba un puesto como lo era el atalaya.  Estas definiciones nos dan ciertas pistas o huellas para este texto del Profeta Ezequiel.  “A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de Israel” (Ez. 33, 7).  Cuando Dios llama lo hace con exigencias.  Esto se ve reflejado en esta primera lectura.  En dos palabras podríamos resumir todas las exigencias que Dios le da a este profeta: anunciar y denunciar.  Pero este anunciar y el denunciar implica unas consecuencias buenas o malas dependiendo si el profeta responde o no al mandato de Dios.
Nos debemos preguntar ¿Cómo esto nos incumbe a cada uno de nosotros?  Desde el bautismo recibimos la Triple Misión de Cristo (sacerdote, rey y profeta).  La función del profeta no es adivinar el futuro (como muchos suelen pensar) sino más bien anunciar y denunciar.  Como profetas (y a ejemplo de Cristo Jesús) nos toca anunciar el amor, la gracia y la justicia de Dios y denunciar lo que es injusto a los ojos de Dios y no hay algo que sea más injusto a los ojos de Dios que el pecado.  Al igual que Ezequiel esta función de ser profeta cuyo compromiso adquirimos en el Bautismo tiene unas consecuencias o efectos (beneficiosos o nefastos) según sea nuestra respuesta.
San Pablo nos enseña que quien ama con convicción o sea convencido de que el amor todo lo puede y todo los supera sin duda alguna no se ha de equivocar en el cumplimiento de la ley.  En este sentido podemos entender porque Jesús nos da el amor como su ley suprema.  “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.  Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.  En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn. 13, 34-35).  En la Carta a los Gálatas podemos apreciar como el Apóstol de los Gentiles complementa y les recuerda a los gálatas este tema del amor entre la comunidad cristiana: “Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo” (Gal. 6, 2).

Volviendo nuevamente al tema de la corrección fraterna cuando leemos este texto mateano nos daremos cuenta que cuando el Señor nos explica y enseña sobre la corrección fraterna esta se vuelve todo un arte.  Esta es un arte que muchas veces se torna muy difícil.  Mi abuelo solía decir que “no es importante lo que se diga en sí mismo sino más bien como se diga”.  En este sentido cuando digo que corregir debe ser un arte implica que toda corrección se debe realizar con amor.  Y la corrección se debe hacer guiada por el amor porque de lo contrario puede la razón y fundamento de sí misma.  Otras preguntas para nuestra reflexión: ¿Cuán presto o disponible estoy para recibir corrección?  ¿Cuándo me corrigen como suelo actuar?  El mundo y la sociedad actual nos suele inculcar de muchas formas el actuar con imprudencia, con amplio sentido de descomedimiento y con inurbanidad al momento de que alguien nos trata de corregir.  No debemos una vez más cuestionar: ¿acepto yo la corrección fraterna como vía e instrumento de mi salvación, como crecimiento espiritual y crecimiento en santidad?  O simplemente: ¿me dejo arrastrar por lo que el mundo y la sociedad me propone?  Las respuestas a estas preguntas deben brotar desde lo más íntimo y sinceridad de nuestro corazón. 

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