Números 21, 4b-9: Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce quedaba curado.
Salmo Responsorial 77: R/. No olvidemos las hazañas del Señor.
Filipenses 2, 6-11: Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó sobre todas las
cosas.
San Juan 3, 13-17: El Hijo del hombre tiene que ser levantado.
“¡Te adoramos o Cristo que por tu Santa Cruz,
redimiste al mundo y a mi miserable pecador!”
Un poco de historia para conocer el porqué de esta fiesta
litúrgica. Cerca del año 320 d.C. la
Emperatriz Elena de Constantinopla descubrió la Vera (del latín que significa verdadera)
Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo
Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del
Santo Sepulcro (en Jerusalén), en el que guardaron la reliquia.
Siglos después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y
conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono
como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador
Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el
14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que
la Cruz fue llevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los
calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.
Como ya he explicado en otras ocasiones el misterio dentro del contexto
cristiano y religioso no es lo mismo que el misterio según lo propone el mundo
y la sociedad. Para estos últimos el
misterio es casi sinónimo de lo que está completamente oculto. Y hasta en muchas ocasiones se le relaciona
con el ocultismo. Dentro de nuestra
religión del cristianismo (y gran medida las religiones monoteístas) el
misterio es aquello que Dios nos va revelando pero que por nuestra limitación
humana no podemos comprender del todo.
La predicación de Jesús después del Reino de Dios estaba apuntada en el
seguimiento de la cruz. Esto según nos
los pide el mismo Jesús será el requisito fundamental para ser discípulo de
Cristo (ver Lc. 9, 23-24). La cruz para
Jesús no fue algo de mala suerte por el contrario estaba en las fibras más
íntimas del amor y la obediencia que Él le tenía a su Padre Dios. En el Evangelio de San Mateo se nos narra
tres relatos de la pasión (sufrimiento), muerte (cruz) y resurrección (para
gloria de Dios Padre) de Cristo (ver Mt. 16, 21-23; Mt. 17, 22-23; Mt. 20,
17-19).
Podemos deducir que los discípulos solo oyeron y no escucharon porque
sus mentes se concentraban en su pasión y muerte porque ellos aparentemente no
escucharon la parte de la resurrección.
Como también he mencionado otras veces los Apóstoles y la primera generación
de discípulos entendieron a Jesús desde una visión post-resurrección porque
antes de esta era muy poco y bien mínimo que estos comprendían sobre lo que
decía y hacia Jesús.
Al anunciar su resurrección Jesús les estaba dando a sus discípulos una gran
cadena con eslabones de esperanzas.
Claro está, como nos puede pasar a nosotros también estos tomaron esta
cadena por el lado más débil donde la esperanza parecía nula o ninguna.
En cuanto a la primera lectura nos debemos preguntar: ¿Cuál es la significación
de este relato del libro sagrado? “El
pueblo perdió la paciencia y murmuró contra Dios y Moisés” (Núm. 21, 4-5). Los israelitas vuelven a quejarse. Es palpable la rebelión interior del que no
acepta el sacrificio y echa la culpa a los demás. Esta es una marca (como marca la lepra al
cuerpo) que los seres humanos seguimos cargando en nuestro interior y nuestro
ser.
La Carta a los Filipenses nos presenta un Himno Cristológico
posiblemente usado en la liturgia de los primeros cristianos. Para poder entender el contexto de este texto
es muy recomendable leer los cinco versículos anteriores a este texto (Fil. 2,
1-5). Estos cinco versículos los
podríamos resumir en estos dos: “Que cada uno busque no solamente su propio
interés, sino también el de los demás.
Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil.
2, 4-5). Aquí podemos ver que la Iglesia
(todos los bautizados) debemos buscar esa unidad que tiene Cristo entre la
humildad y el amor. Teniendo esto en
cuenta este hermoso himno cristológico paulino no se esfuma como el gas que es
tirado al vacío. Porque Cristo se
humilló en amor y obediencia al Padre, el Padre lo glorificó y como proclamamos
en el Credo de Nicea-Constantinopla con todo honor y gloria le podamos decir a
Cristo: “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero…”
¡María Madre Amorosa al Pie de la Cruz de tu Hijo intercede por
nosotros!
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