Isaías 56, 1. 6-7: Conduciré a los extranjeros a mi monte santo.
Salmo Responsorial 66: R/. Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
Romanos 11, 13-15. 29-32: Dios no se arrepiente de sus dones ni de su
elección.
San Mateo 15, 21-28: Mujer, ¡qué grande es tu fe!
Hoy la liturgia nos brinda un evangelio algo duro e
incómodo de entender. Claro está, esto es
así si lo tratamos de entender desde nuestra propia perspectivas y
condicionamientos. La Iglesia nos enseña
que para poder entender la Palabra de Dios hay que tener varios contextos en
cuenta como lo son las creencias de la época, el cultural, político y
socioeconómico, etc. Los contextos que
hay que considerar cuando leemos un texto bíblico son los géneros literarios,
las condiciones (creencias, cultura, etc.) del tiempo y los procesos de
revelación que tomaron parte en estos Sagrados Textos (ver Catecismo de la
Iglesia Católica [CIC] # 110). Lo
contrario a esto es ser fundamentalistas y esta es la forma en que nuestros
hermanos separados del seno de la Iglesia interpretan la Palabra de Dios.
En la tercera parte (Caps. 55 al 66) del Libro del
Profeta Isaías (o del Tercer Isaías) tras el regreso del Pueblo Elegido nos
proclama la acogida que Dios le da a los prosélitos o extranjeros. De este texto
podemos deducir que Dios actúa de forma cercana y asombrosamente. “Actúen correctamente y hagan siempre lo
debido, pues mi salvación se viene acercando y mi justicia está a punto de
aparecer” (Is. 56, 1). La ley
mosaica o ley judía se solía interpretar según los juicios (que hacían algunos
estudiosos como los sacerdotes del templo y escribas por ejemplo) del
tiempo. En tiempo del profeta se
acostumbraba excluir de la asamblea religiosa por distintas circunstancias a
los prosélitos y entre ellos a los eunucos o castrados. El profeta manifiesta que dichas exclusiones
no tienen valor para Dios. Ya que este
solo ve la recta intención y el corazón sincero de los hombres. De esta forma se alcanza así una
universalidad del proyecto salvador de Dios.
San Pablo nos muestra el final de una sección formada
por los capítulos 9 al 11. El Apóstol
Pablo trata de exponer a los romanos un problema apremiante y que lleva en lo
más hondo de su corazón y este es el destino de Israel. Este nos deja entrever que el panorama de la
historia de Israel ha de relumbrar una restauración absoluta. Para Pablo esta es una exclamación
esperanzada ya que los dones y el llamamiento de Dios son inmutables.
Hoy el evangelio nos presenta el relato de la mujer
cananea. Para poder este texto
neotestamentario veamos algunos de sus contextos. Primero, Mateo escribe su evangelio para una
comunidad judía en su gran mayoría. En
segundo lugar, se sabe que las primeras comunidades cristianas en especial las
de origen hebreo les fue muy difícil hacer una separación entre la ley mosaica y
la fe (la gracia) en Cristo que adquirían con el Bautismo (ver Hch. 15, 1–21).
Los habitantes de Fenicia, donde se encontraban Tiro y
Sidón, eran llamados cananeos.
Recordemos que Canaán era el nombre del territorio que luego Israel (sus
habitantes) con Moisés y especialmente Josué fueron conquistando poco a
poco. Para los judíos era muy común
llamar perros a los paganos o gentiles.
En nuestros tiempos esto puede sonar despectivo. En tiempo de Jesús quizás también era
despreciativo pero por decirlo así eso era parte del vocabulario común.
Jesús como humano reconoce que su vocación se debía
enfocar en Israel (y sus tribus “del
norte” dispersas). No es hasta la
resurrección del Señor que se envía a los Apóstoles y discípulos a evangelizar
a toda las naciones (ver Mt. 28, 19; Mc. 16, 15–16). La respuesta de la mujer cananea le da a
Jesús la reafirmación de la fe que esta poseía.
De esta forma, podemos visualizar que la fe en Dios y en Jesús como el
Mesías o el Cristo que ha de traer la salvación se convierte en algo universal.
De esta forma esta mujer no solo logro un milagro como
ella buscaba originalmente sino más bien dos.
El primero la curación de su hija y el segundo el don de la fe que broto
del corazón de la mujer cananea.
Como el caso de esta mujer cananea estamos llamados a
imitar su constancia y su fe que se vuelve perseverante. ¡Jesús danos una fe como la de la mujer
cananea!
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