14 de agosto de 2014

¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas… Domingo XX Tiempo Ordinario – Ciclo A

Isaías 56, 1. 6-7: Conduciré a los extranjeros a mi monte santo.
Salmo Responsorial 66: R/. Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
Romanos 11, 13-15. 29-32: Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección.
San Mateo 15, 21-28: Mujer, ¡qué grande es tu fe!
Hoy la liturgia nos brinda un evangelio algo duro e incómodo de entender.  Claro está, esto es así si lo tratamos de entender desde nuestra propia perspectivas y condicionamientos.  La Iglesia nos enseña que para poder entender la Palabra de Dios hay que tener varios contextos en cuenta como lo son las creencias de la época, el cultural, político y socioeconómico, etc.  Los contextos que hay que considerar cuando leemos un texto bíblico son los géneros literarios, las condiciones (creencias, cultura, etc.) del tiempo y los procesos de revelación que tomaron parte en estos Sagrados Textos (ver Catecismo de la Iglesia Católica [CIC] # 110).  Lo contrario a esto es ser fundamentalistas y esta es la forma en que nuestros hermanos separados del seno de la Iglesia interpretan la Palabra de Dios.

En la tercera parte (Caps. 55 al 66) del Libro del Profeta Isaías (o del Tercer Isaías) tras el regreso del Pueblo Elegido nos proclama la acogida que Dios le da a los prosélitos o extranjeros.  De este texto podemos deducir que Dios actúa de forma cercana y asombrosamente.  “Actúen correctamente y hagan siempre lo debido, pues mi salvación se viene acercando y mi justicia está a punto de aparecer” (Is. 56, 1).  La ley mosaica o ley judía se solía interpretar según los juicios (que hacían algunos estudiosos como los sacerdotes del templo y escribas por ejemplo) del tiempo.   En tiempo del profeta se acostumbraba excluir de la asamblea religiosa por distintas circunstancias a los prosélitos y entre ellos a los eunucos o castrados.  El profeta manifiesta que dichas exclusiones no tienen valor para Dios.  Ya que este solo ve la recta intención y el corazón sincero de los hombres.  De esta forma se alcanza así una universalidad del proyecto salvador de Dios.
San Pablo nos muestra el final de una sección formada por los capítulos 9 al 11.  El Apóstol Pablo trata de exponer a los romanos un problema apremiante y que lleva en lo más hondo de su corazón y este es el destino de Israel.  Este nos deja entrever que el panorama de la historia de Israel ha de relumbrar una restauración absoluta.  Para Pablo esta es una exclamación esperanzada ya que los dones y el llamamiento de Dios son inmutables.
Hoy el evangelio nos presenta el relato de la mujer cananea.  Para poder este texto neotestamentario veamos algunos de sus contextos.  Primero, Mateo escribe su evangelio para una comunidad judía en su gran mayoría.  En segundo lugar, se sabe que las primeras comunidades cristianas en especial las de origen hebreo les fue muy difícil hacer una separación entre la ley mosaica y la fe (la gracia) en Cristo que adquirían con el Bautismo (ver Hch.  15, 1–21). 
Los habitantes de Fenicia, donde se encontraban Tiro y Sidón, eran llamados cananeos.  Recordemos que Canaán era el nombre del territorio que luego Israel (sus habitantes) con Moisés y especialmente Josué fueron conquistando poco a poco.  Para los judíos era muy común llamar perros a los paganos o gentiles.  En nuestros tiempos esto puede sonar despectivo.  En tiempo de Jesús quizás también era despreciativo pero por decirlo así eso era parte del vocabulario común.
Jesús como humano reconoce que su vocación se debía enfocar en Israel (y sus tribus “del norte” dispersas).  No es hasta la resurrección del Señor que se envía a los Apóstoles y discípulos a evangelizar a toda las naciones (ver Mt. 28, 19; Mc. 16, 15–16).   La respuesta de la mujer cananea le da a Jesús la reafirmación de la fe que esta poseía.  De esta forma, podemos visualizar que la fe en Dios y en Jesús como el Mesías o el Cristo que ha de traer la salvación se convierte en algo universal.
De esta forma esta mujer no solo logro un milagro como ella buscaba originalmente sino más bien dos.  El primero la curación de su hija y el segundo el don de la fe que broto del corazón de la mujer cananea. 

Como el caso de esta mujer cananea estamos llamados a imitar su constancia y su fe que se vuelve perseverante.  ¡Jesús danos una fe como la de la mujer cananea!  

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