27 de septiembre de 2014

¡Dios respeta nuestra libertad! Domingo XXVI T O (Ciclo A)

Ez. 18, 25-28: Cuando el pecador se arrepiente, salva su vida.        
Sal. Responsorial 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos                
Fil. 2, 1-11: Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.      
Mt. 21, 28-32: El segundo hijo se arrepintió y fue.     

“¡Dios respeta nuestra libertad!”  Esta es una expresión que solemos escuchar desde que tenemos uso de razón.  Ahora bien, ¿entendemos realmente que implica y significa esto? 

Oración:
Señor Jesucristo, amadísimo Redentor de la humanidad tu solo tienes el poder para salvarnos.  En tu Nombre cada rodilla se postrara en el Cielo, en la tierra, y hasta debajo de la tierra.
Nosotros oramos por esos tus siervos quienes te adoran como el único Dios verdadero; envía tu Luz a sus corazones, protégelos del  el odio del maligno.
Sana en ellos las heridas del pecado, y fortalecerlos en contra de la tentación.  Dales el amor de tus mandamientos y el coraje para vivir siempre de acuerdo a Tu Evangelio,  y así se preparen para recibir el Espíritu Santo, por tu vida; y reine por los siglos de los siglos.  Amén.
“¡Dios respeta nuestra libertad!”  Esta es una expresión que solemos escuchar desde que tenemos uso de razón.  Ahora bien, ¿entendemos realmente que implica y significa esto?  Como he dicho en otras ocasiones para aprender otro idioma o una profesión debemos crear un vocabulario propio a este nuevo idioma o profesión.  Lo mismo sucede con la vida cristiana, para conocer la fe cristiana (al menos como el inicio de esto)  debemos crear un vocabulario propio del cristianismo y de la vida dentro de la Iglesia Católica.
La palabra libertad parece ser una palabra fácil de traducir.  Pero aquí estriba un gran problema, que este traducir no da cabida al reflexionar y conocer profundamente lo que implica dicha palabra.  Según el Wikipedia “la Libertad es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad.”  
En castellano y en el español la palabra libertad proviene del latín “libertas –-libertātis”, de igual significado. Como curiosidad, la palabra inglesa para libertad, “freedom”, proviene de una raíz indoeuropea que significa "amar"; la palabra de la misma lengua para decir miedo, “afraid”, viene de la misma raíz, usado como contraposición a libertad mediante el prefijo “a” por influencia del latín vulgar.
El libre albedrio es la base que nos permite sin ninguna coacción poder elegir a Dios, escoger a realizar el bien en vez del mal, optar por lo correcto sobre el mal.  Cualquier acción que realizamos debe estar basada en la libertad personal o individual.  La libertad es un don que Dios nos da.  Si quisiéramos buscar un modelo de lo que es y era (en su vida) la libertad sin duda algún este es Jesús de Nazaret.  Cada uno de nosotros tenemos la habilidad de responderle a Dios y escoger seguirlo en y por medio de Jesús.
Moral y éticamente hablando hay que tener bien claro que la libertad siempre debe obrar para el bien.  Lo contrario a la libertad es el libertinaje y este es el abuso de la libertad.  Ahora bien, teológicamente la contraparte (negativa) de la libertad es el pecado.  Si analizamos nuestra vida de pecado veremos que el pecado nos esclaviza de tal forma que tienes sus raíces en lo más profundo de nuestro ser.  En este caso (de la vida de pecado) solo la gracia de Dios (que el mismo Espíritu de Dios nos infunde o nos comunica a través de los sacramentos) nos puede liberar del pecado.
“La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral (o sea del bien o mal de las cosas) de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho” (CIC # 1785).   El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que  la conciencia nos permite actuar responsablemente.   Pero es de vital importancia que la conciencia este bien formada.  A esta conciencia bien formada se la llama “conciencia recta”.   Como sucede en el deporte, que los jugadores requieren un fuerte entrenamiento para lograr el éxito y la fama así mismo sucede con la conciencia, esta necesita estar bien informada y formada.  A la  conciencia recta la formamos (la educamos) con la oración, los sacramentos, dirección espiritual y más oración.
El Profeta Ezequiel nos introduce a la responsabilidad personal para cumplimiento de la alianza y la fidelidad a Dios.  ¿Deben los hijos pagar las consecuencias de los pecados de los padres?  Esta es una gran interrogante en el profeta.  Pero aunque poseemos también una responsabilidad personal, esta nunca podrá desligarse al pueblo como el conjunto total (comunidad) en el que deben cuidar unos de los otros (ver Gal. 6, 2).
Ezequiel es el Sacerdote-Profeta que se nos presenta al inicio de la deportación a Babilonia.  Este es sacerdote sin templo y es profeta sin patria.  Su mensaje es uno donde la esperanza del reencuentro con la patria se anidara muy profundamente en su corazón.  Como nos muestra este profeta en su libro después de los errores (personales y comunitarios) es necesario hacer un examen de conciencia para lograr una renovación del alma y del espíritu.
Jesús les expresa a los líderes religiosos de su tiempo que el templo y la magnificencia del culto no son la meta para llegar al Padre Dios o sea al Reino de Dios.  Sino más bien lo es la actitud que tomemos sobre la voluntad de Dios. 
De cuan bien o mal nos donemos y nos entreguemos a la vocación y llamada del Padre dueño de la Viña Celestial que se nos hace para ser constructores del reino dependerá nuestra salvación y la identidad como pueblo de Dios para ser llamado un pueblo santo ante la presencia de Dios.   
Releamos estos textos bíblicos para recargar las baterías del alma y del corazón.  Nos debemos preguntarnos (en lo más íntimo de nuestro ser) ¿en cuál de los personajes del evangelio me idéntico o me veo reflejado?  ¿Cómo solemos escuchar la invitación para seguir y cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas?  ¿Cuán seguido solemos cambiar de parecer y nos alejamos de la voluntad de Dios?    Que el Espíritu Santo nos ayude a contestar estas preguntas y a transformar nuestras vidas tal como el Amor de Dios es y se manifiesta.
Oración:
Te damos gracias, Padre, porque nos llamas a vivir en comunión eclesial con los hermanos y nuestros pastores, y nos invitas a aportar calor fraterno a la convivencia y nuestra colaboración al servicio común del Evangelio.
Queremos vivir unidos como hermanos en Cristo Jesús.  Tú que eres más fuerte que nuestras divisiones,  perdona nuestro desamor, recelos y desconfianzas mutuas.
Concédenos, Señor, asumir nuestra propia responsabilidad, en la edificación interna de la comunidad cristiana.  Y en la difusión de tu Reino entre nuestros hermanos los hombres, bajo el impulso de Cristo resucitado. Amén.

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