Isaías 55, 6-9: Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes.
Salmo Responsorial
144: R/.
Bendeciré al Señor eternamente.
Filipenses 1,
20-24. 27: Para mí, la
vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.
San Mateo 20, 1-16: ¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?
Si
el evangelio que la Santa Liturgia de la Iglesia nos propone para este domingo
se hubiese escrito en nuestros tiempos modernos seguramente hubiésemos de
acusar a Jesús de persona injusta y hasta seguramente violador de nuestros
derechos humanos. Para nuestra justa
respuesta y beneficio de Jesús este evangelio fue predicado (primero por medio
de la tradición oral y escrita) y escrito hace un poco más de 2000 años.
La
Iglesia Católica nos ensena que para conocer verdaderamente a fondo un texto
bíblico hay que ser contextualitas o sea lo contrario de la mayoría de nuestros
hermanos(as) separados (y esperados para que retornen al seno de la Iglesia)
los cuales son fundamentalistas.
En
el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) quien cita a la Constitución
Dogmática Dei Verbum Sobre La Divina Revelación (DV) del Concilio Vaticano
II nos explica esto; “Para descubrir
la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones
de su tiempo y de su cultura, los "géneros literarios" usados en
aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo.
‘Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa
índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros
literarios [DV 12,2]’ (CIC # 110).” Por
eso si no tenemos lo antes mencionado en cuenta es muy fácil y tentador
malinterpretar este evangelio que se nos ha proclamado hoy.
Hoy
el Segundo Isaías (o Deutero Isaías / capítulos 40 al 55) nos exhorta a buscar
a Dios mientras esta cerca. Dentro del
contexto cristiano seria buscar a Dios mientras estamos en esta vida porque
después de ella será tiempo del juicio infalible que Dios ha de
pronunciar. Por eso al hagiógrafo o
autor bíblico nos dice: “Que el malvado abandone su camino y el hombre
perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a
nuestro Dios, que es generoso en perdonar” (Is. 55, 7). Y concluye el autor en este párrafo del texto
bíblico que la forma de pensar y razonar nuestra no es la misma que la de
Dios. Al leer este texto en nuestras
Biblias encontraremos que el profeta-poeta declara lo anterior mencionado como “oráculo
del Señor”. Esto implica que lo
dicho no salió de la boca del profeta en cuanto a un mero ser humano sino más
bien él lo ha dicho porque el mismo Espíritu de Dios se lo ha inspirado.
Nuestra
segunda lectura acoge algunos desahogos del apóstol. Este está prisionero y algunos se valen de
este momento para hacer más adolorida la realidad que está pasando el Apóstol
de los Gentiles. Pablo se siente íntimamente
identificado y unido al rumbo que Cristo paso (pasión, muerte &
resurrección) en su propia experiencia de vida.
Por eso nos dice: “Cristo será glorificado en mí” (Fil. 1,
20). Porque no importa cuál sea nuestro
destino o como termine este si vivimos siguiendo las huellas del Maestro nos
espera el premio como tanto proclamo el mismo San Pablo.
Para
poder entender el texto evangélico veamos algunos contextos. Primero ¿a quién se le dirige esta
parábola? Esta parábola fue dirigida a
ciertas personas que creían que porque estaban trabajando fuerte y arduamente
se habrían de ganar con su propio esfuerzo la paga, o sea el cielo y/o el Reino
de Dios. Cuando leemos las páginas de
los evangelios podríamos fácilmente poner a los fariseos como aquellos a
quienes fue dirigida esta parábola.
Una
vez que ya contestamos la pregunta anterior es muy recomendable meditar ¿hasta
dónde y cuánto se puede asemejar nuestras vidas a quienes Jesús le dirigía esta
parábola cuando fue proclamada por Él? El
evangelio que se nos proclamó hoy nos deja ver que la lógica del amor y de la
gracia de Dios es muy distinta de la lógica humana.
Sin
duda alguna podemos decir que la persona que pone estadísticas del bien que
realiza no tiene amor y no ha entendido el Evangelio. Dios nos puede confundir con sus dádivas,
pero debemos aprender a abrirlos y agradecer los dones que Dios en su amor y
misericordia nos suele dar. Además para
lo que por alguna u otra razón hemos llegado antes al discipulado de Cristo
debemos saber reconocer con humildad el plan de Dios en otras personas y en
nosotros mismos. ¡Que así nos ayude Dios por la acción transformadora del
Espíritu Santo!
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