Eclesiástico
3,2-6.12.14: El que teme
al Señor honra a sus padres.
Salmo
Responsorial 127: R/.
Dichoso el que teme al Señor.
Colosenses
3,12-21: La vida de familia vivida en el Señor.
Lucas 2,22-40: El niño iba creciendo y se llenaba de
sabiduría.
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Génesis 15, 1-6; 21, 1-3: Tu heredero saldrá de tus entrañas.
Salmo Responsorial 104: R/. El Señor nunca olvida sus promesas.
Hebreos11, 8. 11-12.
17-19: La fe de Abraham,
de Sara y de Isaac.
Lucas 2, 22. 39-40: Cuando cumplieron todo lo que prescribía
la ley del Señor, se volvieron a Galilea.
Como podrán ver la liturgia hoy
nos da una variedad para elegir los textos bíblicos a proclamar en nuestra
Sagrada Eucaristía. Hoy me limitaré a
reflexionar las lecturas del primer renglón (extremo
superior).
La
familia dentro del contexto judío-cristiano es algo muy significativo, importante
y trascendental. Más aun, veremos que es
algo que sobrepasa la naturaleza humana.
El pueblo que Dios mismo se eligió para sí, nació de una familia;
Abraham y Sara fueron los instrumentos y semillas donde broto el germen que
conocemos como Isaac.
Así
esta familia seguiría creciendo hasta formar lo que se conoce como las doce
tribus de Israel. Este nombre
Israel que le fue dado a Jacob (hijo de
Isaac) que significa “fuerza de
Dios”
(ver Gn. 32, 25-33) fue la semilla patriarcal donde
nacería la gran familia (compuestas por 12 tribus) que conocemos como el Pueblo
de Israel.
Podemos
decir que el mismo Dios en su infinita sabiduría se convierte en una familia y
una familia cuya única razón de ser es el amor.
El Espíritu Santo, brota, no solo como Persona Divina sino como dicen
muchos teólogos, como esa fuerza de Amor perfectísima entre el Padre y el Hijo. En este sentido, la Iglesia nos enseña que el
E S es fuerza y es poder que brota de lo Alto.
Pero
Dios no se conforma con tener una familia en el plano divino sino que quiere
para sí una familia humana. Este es el
gran misterio de Dios, que revelándose se nos va dando como “gota a gota” pero no la conocemos (la
revelación de Dios) en su totalidad. Esta
es la esencia del misterio cristiano, que no se nos oculta, sino que se nos va
revelando pero que no conocemos del todo.
Con
todo lo expuesto anteriormente podemos deducir con facilidad que la familia es
sagrada. Esta no es solo acogida por
Dios sino que Él se hace carne y sangre como parte central de la familia
humana. Ahora bien, nos debemos
cuestionar y hacer un honesto examen de conciencia, ¿estamos realmente
consciente de esta realidad sobrehumana y sobrenatural que posee nuestra familia?
En
este mismo contexto la Iglesia desde siempre (pero con especial énfasis después
del Concilio Vaticano II) nos ha venido diciendo que la familia es la iglesia doméstica. Cristo se convierte en el Germen Fecundo de
esa Familia Domestica que El mismo se eligió.
Los
padres en la familia están llamados a ser los primeros catequistas para los hijos. En este sentido los padres son una escuela
(para bien o para mal, eso depende del ejemplo que demos) para el futuro y
posible matrimonio de los hijos.
En
mi caso, con toda honra, puedo decir mis padres han sido (y son) en su
matrimonio una muy buena escuela para mí. Esta es una catequesis especial y de vital
importancia y esta debe ser comunicada principalmente con el buen ejemplo y
testimonio cristiano diario.
Desde
los inicios del cristianismo de iban sumando a la comunidad eclesial por medio
de las aguas del Bautismo todos los miembros de la familia o sea "toda la casa" (ver
CIC # 1655; ver Hch. 11, 11-14; Hch. 16, 31-34, Hch. 18, 8). Recordemos que en los inicios de la Iglesia cuando
se bautizaba toda la casa incluía hasta los esclavos.
El
siguiente era el orden “jerárquico” de
ese entonces: el hombre (esposo), la mujer (esposa), los niños (hijos) y
últimos los esclavos. Por consecuencia
lógica si se bautizaban los esclavos también se bautizaban los niños.
El
Libro del Eclesiástico (o Sirácides) en su primera parte nos expone la
naturaleza y beneficios de la sabiduría.
En este contexto nos presenta la importancia sobre el respeto y la honra
que les debemos a nuestros padres. Este
texto del Antiguo Testamento nos presenta la gran importancia del respeto, la
ternura y la paciencia que les debemos a nuestros padres en especial cuando
estos llegan a la edad dorada de la ancianidad.
Hoy
es está de moda hacer noticia sobre el mal llamado “matrimonio gay” entre personas del
mismo sexo. Sobre este particular los
medios de comunicaciones seculares y sensacionalistas buscan a aumentar su “rating” (índice de audiencia) con noticias
que involucran de una forma u otra a la Iglesia. Usualmente esta “prensa amarillista” se
presta para atacar y criticar a la Iglesia y la mayor parte del tiempo de forma
injustificada.
Realizando
un juicio crítico sobre la familia y sobre los antivalores y antivirtudes que
le quieren dar y acuñar a la familia actualmente, veremos que la misma historia
de la humanidad le da la razón a la Iglesia.
Desde la antigüedad y sigue siendo reconocido par la gran mayoría de
instituciones religiosas (y hasta culturales) que Dios creo a la pareja
destinada al matrimonio, los creo hombre y mujer. Esto esta ratificado tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento. Por ende la
Iglesia ha defendido y sigue defendiendo a la institución humana y sagrada que
es la familia.
Todos
los cristianos estamos llamados a promover y defender los derechos del
matrimonio, tal como Dios lo dispuso. De
igual forma estamos llamados a fomentar las virtudes cristianas que son como
ese sendero ya marcado por los pasos de los que estuvieron antes que nosotros.
San
Pablo en su Carta a los Colosenses nos anima a vivir en el contexto de la
comunidad eclesial ejercitando la compasión (misericordia), la magnanimidad
(generosidad), la humildad (reverencia, sumisión), la afabilidad (cortesía,
gentileza), y la paciencia (tolerancia, serenidad).
Quien
diga que ser cristiano es algo difícil dice la verdad, pero si no dice que todo
es posible con Cristo, con su amor y su gracia solamente dice una verdad a
medias.
El
último párrafo de este texto paulino ha sido motivo de mal interpretación para
muchos a lo largo de la historia. “Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo quiere el
Señor. Maridos, amen a sus esposas y no sean rudos con ellas. Hijos, obedezcan
en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman” (Col.
3, 18-21). Podríamos decir que estos
versículos son la Carta Magna Paulina sobre el matrimonio y la familia. Mejor detallado y claro imposible.
Este
párrafo lo podríamos dividir en dos partes.
En
primer lugar, no podríamos ni debemos exigir a las esposas respeto a nuestra
autoridad como esposos si no las amamos, cuidamos de ellas, y somos tiernos con
ellas. No podemos exigir lo que no nos
hemos ganado.
En
segundo término, nuestros hijos no nos
respetaran si nosotros no nos respetamos a nosotros mismos. Se nos dice que “el respeto a los padres es agradable a Dios”
(ver Col. 3, 20) pero si mis hijos no ven mi respeto, por la vida, por los
valores, virtudes cristianas y mayor aun por lo que Dios nos manda no debemos tener
la desfachatez de pedirle obediencia a nuestros hijos.
Suele
decir un sacerdote muy amigo mío que el matrimonio es como un pasaje de avión
de ida y vuelta. Podemos tener el boleto
a la mano, pero por si solo este no se llega a su destino. Tenemos como pasajeros que verificar que el
horario sea el correcto. Verificar que
estemos en la puerta de entrada o salida correcta. Debemos una vez que se ha verificado todo lo
necesario abordar el avión.
Análogamente
al igual que los boletos (de ida & vuelta) el matrimonio se compone de dos
boletos (personas) que al unirse estos podemos (y debemos) decir que es solo
uno. Como con los boletos en el
matrimonio hay cosas que verificar e indagar para luego tomar decisiones.
En
el evangelio San Lucas nos presenta a Jesús, a María y a José pero no como
individuos sino como sujetos movidos en la común unidad (= comunidad) o sea
como una familia. Ellos como familia y
buenos judíos cumplieron lo que establecía la ley de Moisés.
Tanto
Simeón como Ana vienen a ser esos modelos de ese pueblo Anawim (o sea los
pobres y humildes del Señor) que vivían con una esperanza custodiada bajo la
fuerza del Espíritu Santo.
La
prueba de esa esperanza del pueblo Anawim se ve reflejada en el siguiente texto
de Lucas: “Señor, ya puedes dejar morir
en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto
a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que
alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel” (Lc.
2, 29-32). Aquí Simeón nos está diciendo
que ya el vio lo más grande y más importante que pueda suceder en esta vida
terrena o sea ver al autor de la redención y la salvación.
Según
el perfil que hagiógrafo o autor bíblico nos presenta sobre Simeón y Ana,
podríamos decir que este Pueblo Anawim era pobre y humilde pero con una gran
valorización de su relación con Dios.
Estos vivían solo por un motivo, el poder llegar a experimentar la
presencia del Mesías y Salvador.
Después
de llegar a realizar esta meta solo queda llegar ante la Eterna y Beatifica
presencia de Dios que llamamos el Cielo.
¡Que esta sea nuestra meta, vivir fielmente lo que nos enseña Jesucristo
y por ende lo que enseña la Iglesia que El mismo fundo!
¡Sagrada
Familia de Nazaret, ruega por nosotros!
¡Sagrada
Familia de Nazaret, ruega por nosotros!
¡Sagrada
Familia de Nazaret, ruega por nosotros!
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