6 de diciembre de 2014

¡Un cielo nuevo y una tierra! II Dom. Adviento (Ciclo B)

Isaías 40, 1-5. 9-11: Preparen el camino del Señor.
Salmo Responsorial 84: R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
2 San Pedro 3, 8-14: Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
San Marcos 1, 1-8: Enderecen los senderos del Señor.
Una de las características fundamentales del adviento es no solo anunciar el Reino de Dios sino también mostrar una espera activa llena de fe, esperanza y caridad.  Estas tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) son los ejes primordiales donde Dios va a poner los cimientos de su reino.

Hoy la liturgia nos ha de distinguir la Palabra de Dios con un tono esperanzador demostrado especialmente en la primera y en la segunda lectura.  Hoy la Iglesia en este segundo domingo de adviento nos quiere alentar a redescubrir nuestra vocación de profeta.  Todos los bautizados hemos recibidos este llamado de ser profeta (al igual que sacerdote [sacerdocio común de los fieles] y reyes [para servir a ejemplo del mismo Cristo]). 
En otras ocasiones he mencionado cual es la función del profeta pero vale la pena recordarlo.  Yo sé que muchos dirán que dicho desempeño del profeta es “adivinar el futuro”.   Lamento defraudar a los que piensan así ya que esa no es el oficio del profeta.  Simplemente su función estriba en anunciar y denunciar.  Anunciar el plan de Dios con su amor, sus leyes, su don y su gracia.  Denunciar lo que no es parte del plan de Dios, como el pecado, las injusticias, la confusión, etc.
En la primera lectura el pueblo de Dios estando en el exilio babilónico se aproxima a su liberación.  El profeta (el Segundo Isaías caps. 40-55) pregona la acción liberadora y salvadora de Dios.  Corremos el riesgo de ver esta lectura como algo mero histórico y perdemos la verdadera esencia de la Palabra de Dios.  Hoy Dios, sigue no solo llamando a los pueblos sino a cada corazón, a cada ser humano para ofrecernos la liberación y salvación pero esta vez del alma y del espíritu.
Con el destierro de Babilonia todas las expectaciones y “seguridades” religiosas y teológicas del pueblo de Judea se habían congelado o caídos en los témpanos de hielo más fríos que la mente humana pudiera conocer y experimentar.  El Deutero-Isaías quiere romper ese hielo tan profundo en las mentes y corazones de su pueblo.
Les tocara a los encargados (como lo fueron Edras y Nehemías, entre otros) del retorno de los judíos a su tierra prometida calentar esos corazones y animar al pueblo a renovar esa promesa de fidelidad con Dios y hacia a Dios. 
Nos debemos preguntar: ¿Cómo entramos con nuestra vida en el contexto de esta lectura?  Primero sabemos reconocer que el alejarnos de Dios (y de la Iglesia) es como entrar en un “destierro espiritual”.  Al igual que el Pueblo Judío este es un destierro que nosotros mismo provocamos.  Una vez que reconocemos en este tipo de “destierro espiritual” le pedimos a Dios que nos libere del mismo.  La Iglesia nos presenta y ofrece siempre herramientas y recursos (oración, vida sacramental, dirección espiritual, más oración, etc.) los cuales podemos utilizar para estar al margen de este “destierro espiritual”.
Esta segunda Carta de Pedro redactada a finales del primer siglo pretendía salir al paso de los que ponían en duda el retorno del Señor y otras verdades de fe enseñadas por los apóstoles.  Tenemos que tener presente que ya habían pasado casi dos generaciones de cristianos.  Por ende aquí el tiempo seria factor para orquestar este tipo de duda.  Aquí el hagiógrafo o autor bíblico nos quiere recordar que en Dios no hay tiempo (de hecho el tiempo es invención del hombre).  En teología se enseña que en Dios no hay tiempo ni espacio.
Es muy importante recalcar la confianza y esperanza que sale de la tinta del hagiógrafo.  Pero esta confianza y esperanza no son como una idea filosófica que muchas veces se queda en eso, en una idea.  En esta lectura podemos ver como esta confianza y esperanza debe estar entorno a la acción y trabajo por ganarnos la corona de la salvación. 
San Marco desde el inicio de su evangelio quiere diferenciar pero a la vez establecer los lazos entre el Antiguo y Nuevo Testamento.  Prueba de esto es el que aun este fue escrito en griego originalmente nos estará explicando cuanto y tanto sea necesario los términos en arameo (o hebreo). 
Este evangelista nos presenta a Juan el Bautista como mensajero y cuya figura central no lo es Juan sino Jesús con su misión de Mesías y todo lo que esto implica.  Al Bautista como mensajero, su misión estribaba en preparar los caminos del que habría de bautizar con fuego del Espíritu Santo.  El evangelista introduce y presenta al Bautista con palabras del Profeta Isaías. 
Podemos notar que los cuatro evangelistas harán esta misma referencia sobre Juan el Bautista como aquel que fue llamado por Dios a preparar en el desierto los caminos del Señor (ver Mc. 1, 2-3; Is. 40, 3).
Después de escuchar estas lecturas que nos presenta la Iglesia hoy nos debemos preguntar: ¿acaso yo soy llamado por Dios y por la Iglesia a seguir la función profética (de Jesús y por ende de Juan el Bautista) de allanar los senderos de las montañas y desiertos espirituales que todos llevamos en esta vida?  Sea cual sea nuestro estado de vida {solteros, casados, religiosos(as), laicos y sacerdotes} todos estamos llamados a ser otros Juan el Bautista.
Juan el Bautista llamaba a la conversión en tiempos de Jesús y como signo externo usaba el bautismo (no sacramental) en el Rio Jordán.  Hoy (y desde que Cristo fundo la Iglesia) la Iglesia sigue llamándonos a la conversión.  Lamentablemente esto es algo que se ha ido perdiendo en el adviento (el sentido de conversión) o no se predica del sentido y la necesidad de conversión del adviento.  Aunque la conversión no es exclusivamente del adviento ni de la cuaresma ya que es para todo el año litúrgico; en estos últimos dos se intensifica por la propia naturaleza de estos tiempos litúrgicos.
La Iglesia ya desde sus inicios y durante el transcurso de su historia fue discerniendo y reconociendo la necesidad de la conversión.  Primero la Iglesia nos facilita el Sacramento del Bautismo, el cual es la puerta de la Salvación.   Después y para lidiar con el pecado y la conversión la Iglesia nos suministra también los Sacramentos de sanación (Reconciliación y Unción de los enfermos).  
Desde nuestro propio testimonio de vida podemos y debemos inspirar a otros a entrar un proceso de conversión.  Llevar una vida conversión no es llevar una vida de amargado(a) como algunos suelen pensar.  Desde la conversión propia o sea desde nuestro propio testimonio de vida cristiana estamos llamados a vivir en continua y plena confianza y esperanza, aspirando así a la salvación.

¡Sigamos allanando los senderos del Señor!  ¡Que el Espíritu de Dios quien es fuerza y poder nos ayude a cumplir esta misión de allanar los senderos del Señor!

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