13 de febrero de 2015

¡Señor cura mi lepra! Domingo 6º T O – Ciclo B

Levítico 13, 1-2. 44-46:            El leproso vivirá solo, fuera del campamento.
Salmo Responsorial 31:            R/. Perdona, Señor, nuestros pecados.
1 Corintios 10, 31-11, 1:            Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
San Marcos 1, 40-45:                Se le quitó la lepra y quedó limpio.

La Iglesia y su liturgia ponen como protagonista a un enfermo doliente, estigmatizado y humillado el cual  tanto ayer (bíblica e históricamente hablando) como hoy (según nos dicta la sociedad) solemos descartar y hasta marginalizar.  El evangelio de hoy es un testimonio vivo de lo que Jesús diría en el evangelio que “no es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a los pecadores” (Mc. 2, 17).

Es muy importante fijarnos en los rasgos o características que solían distinguir a un leproso.  La primera lectura nos da detalles de cómo debía estar vestido; con la cabeza destapada o no cubierta (para que las llagas de la lepra pudiera ser vistas) y sus vestidos rasgado.  En el lenguaje bíblico las vestiduras están íntimamente relacionadas con la persona.  Esto expresaba lo que había en el interior de la persona.  Conviene recordar que el rasgar las vestiduras era sinónimo de perder la alegría, de perder la paz; pero especialmente era señal de luto y de indignación.
Además de esto previamente debía ser examinado por un sacerdote.  Esto nos deja de ver que la lepra más que una enfermedad era considerada como sinónimo de impureza ya que esta persona no estaba, según los parámetros de la época, apto o lo suficientemente puro para darle culto a Dios.  Hoy para nuestra reflexión nos debemos preguntar: ¿Cuál es la “lepra emocional o espiritual” que no le permite a mi alma y espíritu crecer y quedar sano?

Hoy la Palabra de Dios de esta Celebración Eucarística Dominical nos pone un contraste el cual es muy importante saber diferenciar y prestarle mucha atención.  La Ley Mosaica tenía como finalidad ponerle un freno (y muchas veces muy duro o hasta inhumano según nuestra perspectiva o visión de las cosas) al mal mientras que el evangelio nos proyecta la victoria del bien que solo es posible con Jesucristo y el Espíritu Paráclito que es mismo nos prometió.
Ya más ampliamente podemos ver este diferenciación entre el Antiguo Testamento (AT) y en Nuevo Testamento (NT).  El AT (con la ley y los profetas) tenía la finalidad de ponerle un alto o freno al mal que impedía la vida de santidad (vida justa con Dios y con los demás) o relación con Dios.  Por su parte el NT (por medio de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo o sea con la gracia) pretende darle la victoria al bien de forma definitiva.
El autor del Libro del Levítico no presenta la santidad de Dios como tema central de su texto.  Hoy este hagiógrafo (autor bíblico) expone uno de los elementos que manchaba la relación con Dios y los demás.  Esta primera lectura es parte de una amplia descripción de las leyes de impureza ritual. Esta pureza ritual era la condición para que la comunidad pudiera participar del culto que manifiesta la relación del pueblo con Dios, la cual fue sellada con la alianza o sea una alianza de amor.  Los profetas estarán recordando tanto a los reyes como al pueblo esa alianza de amor y como llevar acabo esa alianza en nuestro diario vivir.
En este sentido es sabio inferir que quien vive en contacto y en relación con Dios no puede estar contaminado ni impuro.  Esta (la pureza) es la base para lo que siglos más tarde San Pablos nos enseñaría de que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.
La Carta a los Corintios sigue abordando problemas concretos de la comunidad que desde hace varios domingo se han estado reflexionando.  Este texto paulino de hoy viene a ser la conclusión de toda esta temática la cual nos deja una de las más importantes exhortaciones de Pablo: “Todo lo que hagan… háganlo todo para gloria de Dios” (1Cor. 10, 31).  ¿Hago todo, aun aquellas cosas que parecen ser insignificantes, o sea hago todo en mi vida para la gloria de Dios?
Hoy el evangelio viene a ser el otro lado de la moneda en cuanto a la primera lectura de refiere.  Es de vital importancia tener bien claro los distintos pasos que forma parte de la trama de este evangelio. “Se le acercó a Jesús un leproso” que violando la ley de Moisés, fue muy valiente.  Este suplicando de rodillas le pidió y le pregunto al Señor: “Si tú quieres, puedes curarme”.  Aquí tenemos un acto de fe (suplica de rodillas) y una oración de súplica (Si tú quieres, puedes curarme).
Ante la valentía, el acto de fe, y la oración suplicante vemos la respuesta unánime: “Jesús se compadeció de él”. Compadecerse es tomar y acoger solidariamente el padecimiento del otro y hacerlo nuestro. “Levanto su mano” “y quedo sano” son gestos de su autoridad que hace varios domingos atrás escuchábamos cuando estaba Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. "No se lo cuentes a nadie” (secreto a viva voz) y la noticia se “rego más que la pólvora” y que menos que eso no podía el hacer.  “Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés” aquí se ve muy claro que Jesús cumplía la ley ya que El “no era un rebelde sin causa”.
“Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb. 13, 8).  Si le preguntamos qué sane nuestra lepra (ya sea física, emocional y/o espiritual) sin duda alguna nos contestara como al personaje del evangelio.   
Jesús sigue sanándonos y purificándonos según lo que dejo establecido con los sacramentos en especial la Eucaristía la Unción de los Enfermos y la Reconciliación.  Aunque la Comunión no es Sacramento de Sanación como lo son la Unción de los Enfermos y la Reconciliación este nos nutre y por ende nos va sanando como lo haría un medicamento.  Jesús es el Pan de Vida que nutre y vigoriza nuestra alma y nuestro ser. En la Reconciliación el sacerdote nos perdona los pecados pero en la más íntima esencia es Dios quien nos perdona. Ya que este nos dice: “por el poder ministerial (o sea el Orden Sacerdotal) que me confiere la Iglesia yo te absuelvo de tus pecados en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Señor cura mi lepra!  Amén.

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