2 de mayo de 2015

¿Cuál es el mejor vino para consagrar en la Misa? Domingo V Pascua – Ciclo B

Hechos 9, 26-31: Les contó cómo había visto al Señor en el camino.
Salmo Responsorial 21: R/. Bendito sea el Señor. Aleluya.
1 Juan 3, 18-24: Este es su mandamiento: que creamos y que nos amemos.
San Juan 15, 1-8: El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.
Desde muy temprano en mi adolescencia yo solía tener una relación de gran amistad y estima con los sacerdotes del pueblo que me vio crecer en mi Bella Borinquen (Puerto Rico). Esto hacia que mis compañeros de escuela cada vez que podían me hicieran preguntas para que yo se las llevara a los sacerdotes de mi pueblo.
Un día un amigo mío de la escuela me pidió que le hiciera la siguiente pregunta a algunos de los sacerdotes. “¿Cuál es el mejor vino que se puede usar para consagrar en la Misa?” Honestamente yo dude en hacer dicha pregunta ya que pensaba “el vino es vino y qué más da cual se use”. Pero, me dije a mi mismo bueno, voy hacer la pregunta porque quien sabe que hasta yo aprenda algo de lo que me contesten. En verdad así fue. El sacerdote a quien le hice la pregunta me contesto con gran sabiduría. Este me dijo: “el mejor vino para consagrar en la Misa es aquel que hace el mismo Jesucristo”.
La verdad que esta contestación al principio me sonó a broma del sacerdote pero después reflexionando me di cuenta que no fue así.  El evangelio hoy nos dice: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (Jn. 15, 1-2). La viña es el terreno donde se han plantado un cierto número de vides o parras. El sarmiento es el vástago o rama de la cepa de vid, de donde brotan las hojas, los zarcillos y los racimos. Jesucristo es la vid o la parra que por medio de su acción o trabajo amoroso-redentor engendra la uva que produce en vino de la salvación. Como podemos notar Jesús hace su función pero nosotros como sarmientos también estamos llamados a realizar nuestro cometido o compromiso.
San Lucas en los Hechos de los Apóstoles no presenta el inicio de la vocación y ministerio de San Pablo.  Era lógico de los apóstoles y discípulos ya que estos  “sabían de su última experiencia de trabajo de su resume”. Pero estos inicios de la vocación de Pablo son impresionantes y enigmáticos a la misma vez. Cuando alguien es conocido por ideales opuestos a los nuestros es muy común el desconfiar cuando nos dicen que la mentalidad de esa persona ha cambiado.
No es hasta cuando entra en juego Bernabé cuando comienzan los demás discípulos a tomarle confianza. En mi tierra se dice que: “tu peor enemigo puede llegar a ser tu mejor aliado”. Algo así sucedió a los apóstoles con Pablo. Aquel que había sido su peor enemigo se convertiría en su mejor aliado. Más aun Pablo enseñaría que la Iglesia fue fundada bajo la base o simiente de los Apóstoles (ver Ef. 2, 20).
La Primera Carta de San Juan nos presenta el máximo ideal del cristiano que es el amor pero es un amor que debe ser demostrado por las obras. En otras palabras el amor lo debemos mostrar por medio de la caridad (= amor convertido en acciones). Nuestra fe en Cristo Jesús la demostramos en el amor fraterno comprometido al bien de los demás (ver Gal. 6, 2). No es de extrañar que las tres virtudes que recibimos en nuestro bautismo la fe, la esperanza y la caridad son las que más unidos nos mantienen a Dios y los hombre en el amor fraternal de Cristo Jesús.
Cuando leemos en capítulo 6 del Evangelio de San Juan en el cual se nos habla de la verdadera presencia de Jesucristo en la Eucaristía como Pan de Vida Eterna vamos a encontrar que Jesús les recalca a los judíos que el vino a este mundo a realizar la voluntad de su Padre. El evangelio de hoy en este mismo Evangelio de San Juan (cap. 15) Jesús nos dice que Él es la Vid verdadera plantada por el Padre. Todos los seres humanos somos los sarmientos que por vocación estamos destinados a dar frutos. Se nos dice también que los sarmientos que no den frutos van a ser arrancado para ser quemados.
Nos debemos preguntar: ¿Qué frutos estamos llamados a dar? ¿Cómo podemos ayudar a otros a que puedan dar frutos? Jesús nos dice: “pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta” (Mt. 7, 7). Para dar frutos debemos permanecer en Jesús o sea debemos permanecer en lo Él quiere para la Iglesia que Él fundo, que es mantener una vida de oración, sacramental y una vida de virtudes (en especial la fe, la esperanza y la caridad). Estas deber ser nuestras aliadas en esta gran encomienda.
¿Cuál clase de sarmiento vamos a ser? Aquel que solo busca su comodidad y todo fácil olvidándose de los demás. O aquel que se esfuerza pero la vez busca a ayudar a que está más desvalido física y espiritualmente. Recordemos que los frutos cuando se cuidan y se protege mientras están plantados tienden a darse mejor que aquellos que se descuidan y no se les protegen.
¡Que María como esa Hermosa Rosa plantada y cultivada por el Padre interceda siempre por sus hijos para que sepamos dar buenos frutos y ayudemos a otros a dar buenos frutos también!

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