9 de mayo de 2015

¡Nuestra vocación de amigos, una vocación del Amor! Domingo VI Pascua – Ciclo B

Hechos 10,25-26.34-35.44-48: Se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos.
Salmo Responsorial 97: El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya.
1 Juan 4,7-10: El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor.
Juan 15,9-17: Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos.
Si hay alguna palabra que se pronuncie enfáticamente e ilustradamente en las lecturas que se proclaman hoy en nuestra Sagrada Liturgia Dominical de la Eucaristía es la palabra AMOR.  Sobre el amor no podríamos a preguntar: ¿Qué es el amor? Pero también nos debemos preguntar: ¿Quién es el Amor?  Después de contestar estas preguntas: ¿Qué nos queda?  Ya de antemano tenemos estas dos primeras preguntas para poder dirigir nuestra reflexión.  La Palabra de Dios nos da algunas pistas para discernir qué y quién es el amor.

La primera lectura nos presenta a Pedro afrontando uno de los temas pastorales más conflictivo que tuvo que enfrentar la Iglesia Primitiva.  Esta situación de aceptar a paganos y/o gentiles dentro del seno de la Iglesia naciente la transformó radicalmente.  Este tema tendrá sus repercusiones hasta llegar al famoso Concilio de Jerusalén (ver Hch. 15, 1–36) que nos presenta el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Cuando llego Pedro a la casa del Centurión Cornelio y este se postro ante Pedro, este le indico que se levantara ya que él era un ser humano.  Esto nos debe recordar a los que de alguna forma u otra tenemos una responsabilidad de liderato en la comunidad eclesial que estamos en allí que porque Dios nos llamó a servir como lo hizo el mismo Cristo Jesús (ver Mt. 20, 28).  Quien como ensena San Pablo que Cristo sin alardear de su condición divina se hizo igual a nosotros menos en el pecado (ver Fil. 2, 6–11).  Pidámosle al Espíritu Santo que no nos permita caer en esta gran tentación de que nuestros corazones se llenen de aires de grandezas.  ¡Espíritu Santo, mantennos siempre a tus siervos en una verdadera y santa humildad!
Es muy importante entender y notar que es el Espíritu Santo quien forja y concibe esta situación.  Entre los primeros cristianos había conciencia muy plena y acertada de que el Espíritu Santo era quien gobernaba a la Iglesia.  Las cartas de San Pablo nos dan testimonios de esto (ver Hch. 16, 4–10).  Hoy en día esto es algo que parece que se nos ha olvidado y no le tomamos mucha seriedad. 
Y movido por este impulso del Espíritu Santo Pedro toma la decisión de bautizar a Cornelio y toda su casa quienes no eran judíos o sea que ellos eran gentiles o paganos.  Podríamos fácilmente pensar que esta lectura no guarda relación alguna con las otras lecturas (segunda & evangelio) ya que no nos hablan del Precepto del Amor.  Nos daremos cuenta que si guarda una estrecha relación.
San Juan en su primera carta nos da la definición más profunda y meritoria por excelencia de Dios.  “Dios es Amor” (1Jn. 4, 8) y el hagiógrafo nos dice que a Dios se le conoce amando.  Nos dicen los teólogos el Espíritu Santo procede del Amor Infinito y Perfectísimo entre el Padre y el Hijo y viceversa.  El primer don del Padre y del Hijo para los bautizados es el mismo Espíritu Santo.  El espíritu Santo siempre que obra y nos inspira algo lo hace por medio de su fuente infinita de amor para todos los seres humanos.
Lo que en Dios es de forma natural en nosotros los bautizados lo es por la gracia.  El Bautismo nos da las primicias del Espíritu Santo.  Este Espíritu Santo nos da las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), los dones y sus frutos (y los carismas que son para en bien de la comunidad eclesial) por los cuales Dios nos ayuda a edificar nuestra santificación.
Hay que entender algo que es muy importante.  Estudiar teología sin amor o sea sin la práctica de la caridad (= amor hecho acción) fraterna es estudiar una materia académica más.  Por eso cuando entras a mi blog (Catequesis de Adultos) puedes leer la frase que mi abuelo (quien fue predicador laico antes del Concilio Vaticano II) solía decir sobre la predicación y yo la adapte a la catequesis: “La catequesis sea cual sea y donde sea si no tiene testimonio y solidaridad deja de ser catequesis” y se convertirá en una mera clase de religión.  Lo mismo lo podríamos aplicar a la predicación y al estudio de teología. Lo que yo pueda (y deba) decir, escribir y reflexionar sobre el estudio de Dios (teología) debe estar apoyado por mi testimonio de vida cristiana basado en la caridad fraterna.
Ejemplo de esto lo fue San Juan Pablo II. Cuando leemos sus escritos podemos notar que estos estaban en concordancia de su ejemplar testimonio de vida cristiana.  El pastor o ministro protestante Benny Hinn reconociendo la vida ejemplar de JPII tras la muerte de nuestro santo polaco realizó un documental (filmado en Roma) sobre Karol Józef Wojtyła mejor conocido como Juan Pablo II.
Ya mencione que el Espíritu Santo brota y/o nace del amor reciproco entre el Padre y el Hijo.  También y recalco que toda acción del Espíritu Santo es realizada por ese amor el cual es su razón de ser.  No nos debe extrañar que el primer mandamiento de la Ley de Dios nos pida amar a Dios sobre y por encima de todas las cosas.  Es por eso cuando algo le quita el lugar a Dios ese algo (o alguien) se convierte en un ídolo.  Ya que no solo le damos no solo el tiempo que le corresponde a Dios sino también el amor.
El evangelio hoy nos presenta el testamento final de Jesús para con todos nosotros sus discípulos. Todo lo que Jesús quiso decir cuando predicaba, cuando hacia milagros o señales prodigiosas, cuando enseñaba nos lo resumió en una oración (gramaticalmente hablando): “Les doy un mandato nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (ver Jn. 15, 12-14).  Como nos sigue narrando el texto joánico seremos amigos de Jesús si cumplimos este mandato del Señor.
Hoy Jesús en forma indirecta nos está recordando ese primer mandamiento como cuando el joven le pregunto (Mt. 22, 36–40).  Pero no demos olvidar la segunda parte de esta contestación de Jesús que el segundo mandamiento fundamental después de este primer nos pide amar al prójimo como a nosotros mismo.   En este sentido podríamos decir que son tres mandamientos fundamentales que Jesús nos pide.  Primero amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestro ser.  Segundo, amarnos a nosotros mismos (sin llegar al extremo de olvidar las realidades a nuestro alrededor; Dios y el prójimo).  Amar al prójimo (o sea el o la que está próximo a mi).   Recordemos que el amor al prójimo se debe traducir en la caridad (= amor hecho acción).  Fuimos creados por amor y en el amor.
Nos debemos preguntar: ¿Qué es amor a Dios?  Y como se traduce ese amar a Dios.  En primer lugar amar a Dios no es algo meramente abstracto.  Podemos decir que amar a Dios es hacer lo que a Este le agrada.  Agradar a Dios implica cumplir sus mandamientos, llevar una vida de oración, una vida sacramental (en especial la Eucaristía y la Reconciliación).
Recordemos que Jesucristo como la Segunda Persona de la Santísima Trinidad fundo la Iglesia como sacramento (signo) de salvación (ver Vaticano II, Lumen Gentium 1, 2).  Decimos que amar a Dios implica una vida sacramental ya que los sacramentos son signos sagrados sensibles y palpables que nos confieren la gracia (vida de Dios en nuestra alma) instituidos por Cristo para nuestra salvación.   Más la oración que sube al Cielo (Presencia Infinita & Beatifica de Dios) como el incienso mantiene viva nuestra comunicación con Dios.  Además nos hace comprender mejor que tanto el amor a Dios como el del prójimo se deben traducir en obras o acciones. 
Hoy el Señor nos llama a ser sus discípulos, sus amigos.  Un discípulo aprende de su maestro y ensena a los demás con el mismo amor que su maestro.  Un amigo va más allá del discipulado y da su vida por los demás.  Como bautizados somos llamados a ser discípulos y amigos para ser y emular a Cristo Jesús.  Todo bautizado está llamado a vivir en el amor de Dios.
¡María Virgen y Madre tu que supiste dar tu vida en amor oblativo para ser la esclava del Señor… intercede por tus hijos que queremos vivir en el amor que nace del Corazones Amadísimos del Padre y del Hijo!

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