Hechos
10,25-26.34-35.44-48: Se sorprendieron de
que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos.
Salmo Responsorial
97: El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad.
Aleluya.
1 Juan 4,7-10: El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor.
Juan 15,9-17: Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que
da la vida por ellos.
Si hay alguna palabra que se pronuncie enfáticamente e
ilustradamente en las lecturas que se proclaman hoy en nuestra Sagrada Liturgia
Dominical de la Eucaristía es la palabra AMOR. Sobre el amor no podríamos a preguntar: ¿Qué
es el amor? Pero también nos debemos preguntar: ¿Quién es el Amor? Después de contestar estas preguntas: ¿Qué nos
queda? Ya de antemano tenemos estas dos
primeras preguntas para poder dirigir nuestra reflexión. La Palabra de Dios nos da algunas pistas para
discernir qué y quién es el amor.
La primera lectura nos presenta a Pedro afrontando uno
de los temas pastorales más conflictivo que tuvo que enfrentar la Iglesia
Primitiva. Esta situación de aceptar a
paganos y/o gentiles dentro del seno de la Iglesia naciente la transformó
radicalmente. Este tema tendrá sus
repercusiones hasta llegar al famoso Concilio de Jerusalén (ver Hch. 15, 1–36)
que nos presenta el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Cuando llego Pedro a la casa del Centurión Cornelio y
este se postro ante Pedro, este le indico que se levantara ya que él era un ser
humano. Esto nos debe recordar a los que
de alguna forma u otra tenemos una responsabilidad de liderato en la comunidad eclesial
que estamos en allí que porque Dios nos llamó a servir como lo hizo el mismo Cristo
Jesús (ver Mt. 20, 28). Quien como
ensena San Pablo que Cristo sin alardear de su condición divina se hizo igual a
nosotros menos en el pecado (ver Fil. 2, 6–11).
Pidámosle al Espíritu Santo que no nos permita caer en esta gran tentación
de que nuestros corazones se llenen de aires de grandezas. ¡Espíritu Santo, mantennos siempre a tus
siervos en una verdadera y santa humildad!
Es muy importante entender y notar que es el Espíritu
Santo quien forja y concibe esta situación. Entre los primeros cristianos había conciencia
muy plena y acertada de que el Espíritu Santo era quien gobernaba a la
Iglesia. Las cartas de San Pablo nos dan
testimonios de esto (ver Hch. 16, 4–10). Hoy en día esto es algo que parece que se nos
ha olvidado y no le tomamos mucha seriedad.
Y movido por este impulso del Espíritu Santo Pedro
toma la decisión de bautizar a Cornelio y toda su casa quienes no eran judíos o
sea que ellos eran gentiles o paganos. Podríamos
fácilmente pensar que esta lectura no guarda relación alguna con las otras
lecturas (segunda & evangelio) ya que no nos hablan del Precepto del Amor. Nos daremos cuenta que si guarda una estrecha
relación.
San Juan en su primera carta nos da la definición más
profunda y meritoria por excelencia de Dios.
“Dios es Amor” (1Jn. 4, 8) y el hagiógrafo nos dice que a Dios se
le conoce amando. Nos dicen los teólogos
el Espíritu Santo procede del Amor Infinito y Perfectísimo entre el Padre y el
Hijo y viceversa. El primer don del
Padre y del Hijo para los bautizados es el mismo Espíritu Santo. El espíritu Santo siempre que obra y nos inspira
algo lo hace por medio de su fuente infinita de amor para todos los seres
humanos.
Lo que en Dios es de forma natural en nosotros los
bautizados lo es por la gracia. El
Bautismo nos da las primicias del Espíritu Santo. Este Espíritu Santo nos da las virtudes
teologales (fe, esperanza y caridad), los dones y sus frutos (y los carismas que
son para en bien de la comunidad eclesial) por los cuales Dios nos ayuda a edificar
nuestra santificación.
Hay que entender algo que es muy importante. Estudiar teología sin amor o sea sin la práctica
de la caridad (= amor hecho acción) fraterna es estudiar una materia académica
más. Por eso cuando entras a mi blog (Catequesis
de Adultos) puedes leer la frase que mi abuelo (quien fue predicador laico
antes del Concilio Vaticano II) solía decir sobre la predicación y yo la adapte
a la catequesis: “La catequesis sea cual sea y donde sea si no tiene
testimonio y solidaridad deja de ser catequesis” y se convertirá en una
mera clase de religión. Lo mismo lo
podríamos aplicar a la predicación y al estudio de teología. Lo que yo pueda (y
deba) decir, escribir y reflexionar sobre el estudio de Dios (teología) debe
estar apoyado por mi testimonio de vida cristiana basado en la caridad
fraterna.
Ejemplo de esto lo fue San Juan Pablo II. Cuando
leemos sus escritos podemos notar que estos estaban en concordancia de su
ejemplar testimonio de vida cristiana. El
pastor o ministro protestante Benny Hinn reconociendo la vida ejemplar de JPII
tras la muerte de nuestro santo polaco realizó un documental (filmado en Roma) sobre
Karol Józef Wojtyła mejor conocido como Juan Pablo II.
Ya mencione que el Espíritu Santo brota y/o nace del
amor reciproco entre el Padre y el Hijo.
También y recalco que toda acción del Espíritu Santo es realizada por
ese amor el cual es su razón de ser. No
nos debe extrañar que el primer mandamiento de la Ley de Dios nos pida amar a
Dios sobre y por encima de todas las cosas.
Es por eso cuando algo le quita el lugar a Dios ese algo (o alguien) se
convierte en un ídolo. Ya que no solo le
damos no solo el tiempo que le corresponde a Dios sino también el amor.
El evangelio hoy nos presenta el testamento final de
Jesús para con todos nosotros sus discípulos. Todo lo que Jesús quiso decir
cuando predicaba, cuando hacia milagros o señales prodigiosas, cuando enseñaba
nos lo resumió en una oración (gramaticalmente hablando): “Les doy un
mandato nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (ver Jn.
15, 12-14). Como nos sigue narrando el
texto joánico seremos amigos de Jesús si cumplimos este mandato del Señor.
Hoy Jesús en forma indirecta nos está recordando ese
primer mandamiento como cuando el joven le pregunto (Mt. 22, 36–40). Pero no demos olvidar la segunda parte de
esta contestación de Jesús que el segundo mandamiento fundamental después de
este primer nos pide amar al prójimo como a nosotros mismo. En este sentido podríamos decir que son tres
mandamientos fundamentales que Jesús nos pide.
Primero amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestro ser. Segundo, amarnos a nosotros mismos (sin llegar
al extremo de olvidar las realidades a nuestro alrededor; Dios y el prójimo). Amar al prójimo (o sea el o la que está próximo
a mi). Recordemos que el amor al prójimo se debe
traducir en la caridad (= amor hecho acción).
Fuimos creados por amor y en el amor.
Nos debemos preguntar: ¿Qué es amor a Dios? Y como se traduce ese amar a Dios. En primer lugar amar a Dios no es algo
meramente abstracto. Podemos decir que
amar a Dios es hacer lo que a Este le agrada.
Agradar a Dios implica cumplir sus mandamientos, llevar una vida de oración,
una vida sacramental (en especial la Eucaristía y la Reconciliación).
Recordemos que Jesucristo como la Segunda Persona de
la Santísima Trinidad fundo la Iglesia como sacramento (signo) de salvación (ver
Vaticano II, Lumen Gentium 1, 2).
Decimos que amar a Dios implica una vida sacramental ya que los
sacramentos son signos sagrados sensibles y palpables que nos confieren la
gracia (vida de Dios en nuestra alma) instituidos por Cristo para nuestra salvación. Más la oración que sube al Cielo (Presencia
Infinita & Beatifica de Dios) como el incienso mantiene viva nuestra comunicación
con Dios. Además nos hace comprender
mejor que tanto el amor a Dios como el del prójimo se deben traducir en obras o
acciones.
Hoy el Señor nos llama a ser sus discípulos, sus
amigos. Un discípulo aprende de su
maestro y ensena a los demás con el mismo amor que su maestro. Un amigo va más allá del discipulado y da su
vida por los demás. Como bautizados
somos llamados a ser discípulos y amigos para ser y emular a Cristo Jesús. Todo bautizado está llamado a vivir en el amor
de Dios.
¡María Virgen y Madre tu que supiste dar tu vida en
amor oblativo para ser la esclava del Señor… intercede por tus hijos que
queremos vivir en el amor que nace del Corazones Amadísimos del Padre y del Hijo!
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