Hechos 2,
1-11: Todos
quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Salmo
Responsorial 103: R / Envía, Señor, tu Espíritu, a renovar la tierra. Aleluya.
1
Corintios 12, 3-7. 12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar
un solo cuerpo.
Secuencia:
Ven, Dios
Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo tu luz, para iluminarnos.
Juan 20,
19-23: Como
el Padre me ha enviado, así también los envíos yo: Reciban el Espíritu Santo.
Cuando estamos leyendo o se nos
está contando sobre la historia de la Iglesia solemos solo recordar con mayor
facilidad las cosas malas o negativas. Pero
se nos olvida que por una cosa mala o pecaminosa que encontraremos en la
Iglesia hay 10 o más cosas buenas o santas. Más aún muchos que estudian la Historia de la
Iglesia olvidan que dejar al Espíritu Santo fuera de su estudio de la Iglesia
es un error grandísimo y gravísimo. Esto
sucede porque los medios de comunicaciones influyen enormemente. Yo he visto documentales sobre la Iglesia y su
historia donde salen algunos peritos o estudiosos de este tema y donde “el
Espíritu Santo brilla por su ausencia”.
No se puede negar que durante
estos más de 2000 años de la historia de la Iglesia se han cometido muchos
errores pero también durante ese mismo tiempo en cuestión han surgidos héroes y
heroínas que han dado grandes aportes a la Iglesia y la humanidad.
En nuestras diócesis se ha hecho
muy famoso acusar a los sacerdotes por abusos sexuales a menores y jóvenes. Lamentablemente pagan “justos por
pecadores” ya que muchos de estos
sacerdotes son inocentes. Pero la mancha
y el estigma ya está ahí marcada en el corazón y en el alma de ese presbítero
(AKA [=] sacerdote). Con esto no quiero
justificar a los que sí han cometidos estos crímenes y se le han probado su
culpabilidad, para nada. Estos deben ser
procesados por las leyes civiles y eclesiásticas en plena y con máxima
justicia.
Pero hay que tener algo muy
importante en cuenta. La prensa secular y otros medios de comunicaciones
seculares han querido “crucificar” a la Iglesia (por ende a los Papas y
al Magisterio). Mientras estas cosas sucede que han habido 50 a 1 (50 de cada 1
sacerdote involucrado en estas situaciones) que tratan esmeradamente vivir una
vida de santidad. Estos que llevan una vida de oración, una vida de virtudes, una
vida sacramental ya sea que la viven o que la celebran más tienen y gran celo
apostólico y pastoral para con sus hermanos(as) en la comunidad eclesial.
Recordemos la promesa que le hace
Jesucristo a la Iglesia cuando le encomienda el primado de la Iglesia a Pedro que
“las puertas del abismo (infierno, hades, o muerte usan otras versiones
bíblicas) no podrán vencerla” (ver Mt. 16, 18). El Espíritu Santo se ha encargado de mantener
esta promesa de Jesús para con la Iglesia.
Para apreciar debidamente la
Fiesta de Pentecostés es muy conveniente recordar y reconstruir algunos
elementos fundamentales para que nos ayuden mejor a visualizar esta reflexión. Pentecostés en cuanto a festividad judía desde
sus inicios era llamada la “Fiesta de la Siega o Gavillas” ya que se le
ofrecían a Dios las primeras gavillas o las primicias de la nueva cosecha (ver
Ex. 23, 16) y se le daba gracias por los frutos de la tierra. Además se le llamaba “Fiesta de las
Semanas”, ya que se realizaba siete semanas después de la Pascua, de ahí
que le nombraba Pentecostés que quiere decir quincuagésimo día. Esta fiesta judía después del destierro de
Babilonia se comenzó espiritualizar para que el pueblo recordara la
estipulación y la promulgación de la Alianza en el Sinaí entre Dios (Señor
Soberano) y su pueblo (vasallo subordinado).
Todos los discípulos se hallaban
orando congregados juntos, en el día de Pentecostés, con María la Madre del Señor
y de la Iglesia. Estos se hallaban orando
arduamente por nueve (9) días entre la Ascensión del Señor y Pentecostés. De aquí es que tenemos el origen de la
tradición en la Iglesia de los novenarios.
Tengamos en cuenta lo siguiente:
si Maria no hubiese estado con los Apóstoles y los discípulos en Pentecostés,
esta festividad hubiese estado incompleta. Recordemos que María se había consagrado como
la esclava del Señor cuando la visito el ángel para anunciar que de su vientre nacería
el Salvador y Redentor del mundo. María
vivió esta consagración tanto en las buenas como en las malas. María se solidarizó por completo con su Hijo
especialmente cuando Jesús pasó las más duras pruebas.
San Lucas nos detalla muy bien la
actuación del Espíritu Santo. Este produjo “un ruido del cielo, como de un
viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban” (Hch. 2, 2).
Además “se aparecieron lenguas de fuego que se depositaban en cada uno de
ellos” (Hch. 2, 3). También todos
los presentes en Jerusalén de distintas parte del imperio romano (y hasta de
más allá) los entendían hablar en sus respectivos idiomas.
Lamentablemente este don de lengua
se ha malinterpretado y muchas veces usado incorrectamente. Según el Padre
Jordi Rivero “se le llama don de lenguas a diferentes dones”.
Estos son:
1. El don de
hablar un idioma que no se ha aprendido por la vía natural (o sea por medio del
estudio o aprendido en el hogar).
2.
Profecía
en lenguas… es el don de pronunciar profecías en un lenguaje ininteligible o
desconocido por los que están presente.
Estas palabras pueden ser interpretadas por alguien con el don de
interpretación (sea porque conoce el lenguaje naturalmente o por un don
especial).
3.
Orar en
lenguas o canto de júbilo. Este don es
muy diferente a los anteriores. Este se
expresa, con sonidos ininteligibles, la devoción que no se puede poner en
palabras. Se ha comparado con el canto
gregoriano, cuando este extiende las sílabas en una hermosa armonía de
alabanza.
El Padre Jordi nos indica que
debemos tener mucho cuidado porque de la misma forma que el don puede ser usado
para en bien también puede ser utilizado para el mal. Por eso le toca a los pastores (obispos,
párrocos y sacerdotes) discernir la veracidad y uso apropiado de los dones.
San Pablo continúa con la corrección
por los excesos en la comunidad de los Corintios. Es el Espíritu Santo quien nos guía en
nuestra fe en Cristo Jesús como nuestro salvador y redentor. En voz alta cualquiera podría decir “Jesús
en el Señor” pero en el interior y en nuestro corazón y más con nuestro
diario testimonio de vida cristiana es el Espíritu Santo quien nos mueve a
aceptar a Jesús como Señor y Salvador. Y de esta forma otros pueden decir ese es un
(una) hombre (mujer) de Dios. No porque
solo busque su propio bienestar sino porque el bien de la comunidad.
Con nuestros dones, con nuestros
carismas, con el servicio que podamos prestar en la Iglesia deben estar
destinados para el bien común de la comunidad eclesial. El Espíritu Santo siempre nos llevara a la
unidad nunca a la división. Por eso como
miembros de la comunidad estamos llamados a la oración de acción de gracia (eucaristía)
y de petición de dones y carismas para que toda la comunidad crezca en el amor
de Dios y lo sepa manifestarlo a los demás.
San Juan en su evangelio no dice
como llego y entro a la casa donde estaban los apóstoles y discípulos. Nos dice que dicha casa estaba a puerta
cerrada. De acuerdo al tipo de
construcción en ese entonces era, si no imposible entrar a una casa que
estuviera totalmente cerrada.
“La paz sea con ustedes” esta es
la aclamación y saludo que escuchamos por excelencia en boca de Jesús después
de resucitado. Luego le enseño sus manos
y su costado y al conocerlo se llenaron de alegría y entusiasmo. Nuevamente Jesús saluda con su aclamación
pero aquí va el llamado y envió que le hace el Señor. Recordemos que las palabras misión y misa
poseen la mis raíz etimológica y significado y esta es ser enviado.
Nos dice el texto neotestamentario
que soplo sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les
perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen,
les quedarán sin perdonar” (Jn. 20, 23). Aquí podemos apreciar como Jesús (Dios y
Hombre Verdadero) instituye el Sacramento de la Reconciliación. Es muy importante entender esta combinación
del Espíritu Santo y la Reconciliación. Dios
está ajeno al pecado (como el agua y el aceite) o sea Dios no compagina con el
pecado.
Hoy y siempre pidamos el Espíritu
Santo con sus dones, sus frutos y sus carismas. La efusión del Espíritu Santo no está
destinada única y exclusivamente a la Renovación Carismática sino que es para
toda la Iglesia o sea todos los bautizados. Y sé que muchos dirán “ya yo
tengo el Bautismo y la Confirmación y tengo el Espíritu Santo”. Pero ¿se nota ese Espíritu Santo en mi vida? Cada cual debe contestarse esa pregunta.
¡Pidamos el primero y gran don de
Dios que es el mismo Espíritu Santo! Que
llene nuestros corazones y todo nuestro ser.
Como comienza la Secuencia de Pentecostés digamos: “Ven, Dios
Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo tu luz, para iluminarnos”. ¡Ven Espíritu Santo y envía desde el Cielo un
rayo de luz!
Recuerda… ¡Pentecostés es la Epifanía
de la Iglesia!
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