25 de junio de 2015

Evangelio & Reflexión del día: ¿Cuán buenos y hábiles somos para la construcción de una casa?

Mateo 7, 21-29:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: ‘¡Señor, Señor!, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros?’ Entonces yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”.
Cuando Jesús terminó de hablar, la gente quedó asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.  ¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti Señor Jesús!
Reflexión:
¿Cuántas veces hemos visto o presenciado algún desastre natural?  ¿Cuántas veces hemos dicho o escuchado que alguien dice que ese desastre natural fue un acto de Dios?  La verdad es que no es justo clasificar y “etiquetar” a un desastre natural como un acto u obra de Dios.
Recuerdo cuando que cuando el Cardenal Bergoglio fue electo para ser el sucesor número 266 de San Pedro eligió el nombre de Francisco.  Lo primero que vino a mi mente fue el nombre de San Francisco de Asís y automáticamente la famosa frase que dijo Dios cuando el santo contemplaba la Cruz de San Damián: “reconstruye mi Iglesia”.
Esto es precisamente lo que el Papa Francisco ha venido realizando y que cada bautizado está llamado a realzar también.  Pero para reparar la Iglesia debemos comenzar desde tú y yo mismos.  No podemos decir “la iglesia debe cambiar” sin pretender que yo y mi entorno cambie primero.  Yo cambio, mi esposa cambia y mis hijos van cambiando.  En otras palabras el reconstruir la Iglesia se debe ir realizando paso a paso.  Como dice la canción de Joan Manuel Serrat: “golpe a golpe, caminante no hay camino, se hace camino al andar”.  
Cuando Francisco comenzó su pontificado nos dijo que él quiere una Iglesia Pobre.  Una Iglesia pobre, una Iglesia para los pobres y una Iglesia con los pobres (ver Mt. 5, 3; Lc. 6, 21).  Es muy impresionante como la pobreza se convierte en punto vital y fundamental para reconstruir la Iglesia.  Por eso si queremos ser una Iglesia que conduzca e integre a todos al Centro de la comunidad eclesial que es Cristo Jesús tenemos que ser una Iglesia de los pobres, para los pobres y por los pobres.
Una Iglesia Pobre pero Rica en Sevicio.
Aquí el Espíritu Santo quien es rico en abundancia nos da el don de la pobreza para llevarnos a la más bella de las riquezas que es la vida eterna junto a Dios y como he dicho antes eso es el Cielo.  
Además para esta reconstrucción que nos pide Dios a cada bautizado necesitamos vivir tres pilares que han sido parte integral de la Iglesia desde su origen y estas son: la fe, la esperanza y la caridad.
La Iglesia por medio de la Palabra de Dios y el Magisterio nos recuerda que la fe (ver Heb. 11, 1) como el don y virtud que nos da el Sacramento del Bautismo tenemos que vivirla desde todos los ámbitos de nuestra vida diaria: trabajo, escuela, deportes, actividades sociales y recreativas, etc. etc. etc.
Cuando decimos que vivimos nuestra fe tenemos que decir por ende que vivir la esperanza ya que ambas van junta y son inseparables.  Nos debemos preguntar ¿hacia dónde se debe mover la esperanza cristiana?   Esta se debe mover a la resurrección como la profesamos en el Credo (resurrección de la carne) y el encuentro definitivo con la Casa del Padre o la Jerusalén Celestial.  Por eso el cristiano de esperar en plena confianza (eso es la esperanza) a lo más grande o sea a Dios mismo.
Pero es muy importante entender que de la misma forma que la fe no es, ni debe ser pasiva ya que esta se demuestra con obras (ver Sant. 2, 14-26) la esperanza también debe ser activa.  Esta virtud de la esperanza hay que contagiarla.  Nuestra actividad diaria en especial aquella en la que ayudamos a los más pobres y necesitados hace que estos hermanitos vitalicen sus esperanzas.  En este sentido podríamos decir que dar esperanza nos llega de esperanza.  
“Dios es amor” (1Jn. 4, 16) Él es la fuente y Culmen de la caridad fraterna la cual todos estamos llamados a poner en práctica.  El vivir la caridad fraterna el amor se hace visible y palpable por medio de la entrega oblativa o sea sin reservas y por medio del sacrificio.  Cristo Jesús nos dio el ejemplo más grandioso del amor a morir en la Cruz por cada uno de nosotros.
Construir la casa sobre la roca implica vivir de la fe, la esperanza y la caridad.   De esta forma podremos reconstruir la Iglesia donde no solo ayudemos a los pobres sino que seamos solidarios en la pobreza y vivir esta por inspiración divina.

¡Así nos ayude Dios!  Dios… Bendiga… Amén.

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