Mateo
7, 21-29:
En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’,
entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre,
que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: ‘¡Señor, Señor!, ¿no hemos
hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos
milagros?’ Entonces yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de
mí, ustedes, los que han hecho el mal’.
El que
escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre
prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las
crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se
cayó, porque estaba construida sobre roca.
El que
escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre
imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las
crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron
completamente”.
Cuando Jesús
terminó de hablar, la gente quedó asombrada de su doctrina, porque les enseñaba
como quien tiene autoridad y no como los escribas. ¡Palabra del
Señor! ¡Gloria a ti Señor Jesús!
Reflexión:
¿Cuántas veces hemos visto o presenciado algún desastre
natural? ¿Cuántas veces hemos dicho o
escuchado que alguien dice que ese desastre natural fue un acto de Dios? La verdad es que no es justo clasificar y “etiquetar”
a un desastre natural como un acto u obra de Dios.
Recuerdo cuando que cuando el Cardenal Bergoglio fue electo
para ser el sucesor número 266 de San Pedro eligió el nombre de Francisco. Lo primero que vino a mi mente fue el nombre
de San Francisco de Asís y automáticamente la famosa frase que dijo Dios cuando
el santo contemplaba la Cruz de San Damián: “reconstruye mi Iglesia”.
Esto es precisamente lo que el Papa Francisco ha venido
realizando y que cada bautizado está llamado a realzar también. Pero para reparar la Iglesia debemos comenzar
desde tú y yo mismos. No podemos decir
“la iglesia debe cambiar” sin pretender que yo y mi entorno cambie
primero. Yo cambio, mi esposa cambia y
mis hijos van cambiando. En otras
palabras el reconstruir la Iglesia se debe ir realizando paso a paso. Como dice la canción de Joan Manuel Serrat: “golpe
a golpe, caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Cuando Francisco comenzó su pontificado nos dijo que él
quiere una Iglesia Pobre. Una Iglesia
pobre, una Iglesia para los pobres y una Iglesia con los pobres (ver Mt. 5, 3;
Lc. 6, 21). Es muy impresionante como la
pobreza se convierte en punto vital y fundamental para reconstruir la
Iglesia. Por eso si queremos ser una
Iglesia que conduzca e integre a todos al Centro de la comunidad eclesial que
es Cristo Jesús tenemos que ser una Iglesia de los pobres, para los pobres y
por los pobres.
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Una Iglesia Pobre pero Rica en Sevicio. |
Aquí el Espíritu Santo quien es rico en abundancia nos da el
don de la pobreza para llevarnos a la más bella de las riquezas que es la vida
eterna junto a Dios y como he dicho antes eso es el Cielo.
Además
para esta reconstrucción que nos pide Dios a cada bautizado necesitamos vivir
tres pilares que han sido parte integral de la Iglesia desde su origen y estas
son: la fe, la esperanza y la caridad.
La Iglesia por medio de la Palabra de Dios y el Magisterio
nos recuerda que la fe (ver Heb. 11, 1) como el don y virtud que nos da el
Sacramento del Bautismo tenemos que vivirla desde todos los ámbitos de nuestra
vida diaria: trabajo, escuela, deportes, actividades sociales y recreativas,
etc. etc. etc.
Cuando decimos que vivimos nuestra fe tenemos que decir por
ende que vivir la esperanza ya que ambas van junta y son inseparables. Nos debemos preguntar ¿hacia dónde se debe
mover la esperanza cristiana? Esta se
debe mover a la resurrección como la profesamos en el Credo (resurrección de la
carne) y el encuentro definitivo con la Casa del Padre o la Jerusalén
Celestial. Por eso el cristiano de
esperar en plena confianza (eso es la esperanza) a lo más grande o sea a Dios
mismo.
Pero es muy importante entender que de la misma forma que la
fe no es, ni debe ser pasiva ya que esta se demuestra con obras (ver Sant. 2,
14-26) la esperanza también debe ser activa.
Esta virtud de la esperanza hay que contagiarla. Nuestra actividad diaria en especial aquella
en la que ayudamos a los más pobres y necesitados hace que estos hermanitos
vitalicen sus esperanzas. En este
sentido podríamos decir que dar esperanza nos llega de esperanza.
“Dios
es amor” (1Jn.
4, 16) Él es la fuente y Culmen de la caridad fraterna la cual todos estamos
llamados a poner en práctica. El vivir
la caridad fraterna el amor se hace visible y palpable por medio de la entrega
oblativa o sea sin reservas y por medio del sacrificio. Cristo Jesús nos dio el ejemplo más grandioso
del amor a morir en la Cruz por cada uno de nosotros.
Construir la casa sobre la roca implica vivir de la fe, la
esperanza y la caridad. De esta forma
podremos reconstruir la Iglesia donde no solo ayudemos a los pobres sino que
seamos solidarios en la pobreza y vivir esta por inspiración divina.
¡Así nos ayude Dios! Dios… Bendiga…
Amén.
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