Isaías 49,
1-6: El Señor me llamó desde el
vientre de mi madre… El pronunció mi nombre.
Salmo
Responsorial 138: Te doy
gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Hechos 13,
22-26: Juan
preparó su venida, predicando un bautismo de penitencia… bautismo de
penitencia.
Lucas 1,
57-66. 80: Él pidió una tablilla y
escribió: “Juan es su nombre”.
La primera vez que yo escuche predicar
sobre Juan el Bautista yo tenía
unos siete años de edad. Aunque para esa edad no es mucho lo que uno
se pueda acordar. En mi fue todo lo
contrario y lo que hizo que nunca se me olvidara esa predicación fue la energía
y autoridad con que predicaba ese sacerdote misionero que estaba de visita en
el pueblo donde yo crecí
en mi Borinquen.
Con el pasar de los tiempos ya
adolescente ingrese al seminario y meditando en ese evento que marco mi vida
enormemente yo me decía
sin duda alguna así de esa forma predicaron tanto
Juan el Bautista como Jesucristo. Y me
decía así es que yo quiero predicar con esa fuerza, don y gracia que
solo nos puede dar el Espíritu
Santo.
Hoy la Iglesia celebra la
Natividad de San Juan Bautista. La
Iglesia celebra solo tres Solemnidades de Natividad o nacimiento; primero la de
Jesús (25 diciembre), la de Juan el Bautista (junio 24) y la de María la Madre
de Nuestro Señor y Salvador Cristo Jesús (septiembre 8). Los demás santos en la Iglesia se celebra
también el “nacimiento a la morada eterna del Padre” o sea cuando parten
de esta vida terrena a la vida eterna.
Nuestra primera lectura nos
presenta al Deutero o Segundo Isaías (CC. 40-55) con el “segundo canto del
servidor”.
Quisiera concentrarme en varias
frases que nos brinda este grandioso texto de Isaías. Primero nos dice el hagiógrafo (autor
bíblico) que “el Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún
estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre” (Is. 49, 1). El Señor nos llamó a ti y a mí por nuestro
nombre el día de nuestro bautismo.
Pensemos en retrospección cuando
el sacerdote (o el diácono) pronunciando nuestro nombre (Maribel, Daniel,
Beatriz, Wilfredo, Verónica) nos dijo en nombre de Cristo y de la Iglesia; “yo
te bautizo en nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” y nuestros
padres y padrinos contestaron “Amen” no solo para decir “Así sea”
sino también para hacer el compromiso más grande e importante que puedan tener
unos padres y padrinos, el llevarnos tras los pasos de Jesús y lo que Él nos
enseña.
La Iglesia guarda y custodia ese
cofre del tesoro de la fe que les enseño Jesús a sus Apóstoles (y a sus
primeros discípulos) y que estos nos dejaron como esa Tradición Apostólica que
es parte fundamental de la Revelación Divina junto a la Palabra de Dios escrita
que conocemos como la Biblia.
La otra frase esta primera
lectura que quisiera reflexionar es “te voy a convertir en luz de las
naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra”
(Is. 49, 6). Juan el Bautista fue esa
luz de Dios por la Palabra (Verbo) que Dios puso en su boca nos introduce y nos
pone a cortos y pocos pasos de la Salvación.
El Bautismo además de darnos el
máximo don de Dios, el Espíritu Santo nos da la triple misión de Cristo de ser
sacerdotes[i];
reyes[ii]
y profetas[iii].
Hoy Cristo nos sigue llamando al igual
que su precursor Juan el Bautista a que colaboremos y participemos de la luz de
Cristo para brillar y alumbrar para otros.
Como podemos deducir del
Evangelio de San Lucas, Zacarías e Isabel vivían sin esperanza de tener un
hijo. El sacerdocio del tiempo de Jesús
(y en el Antiguo Testamento) era hereditario o sea que de padre a hijo se
pasaba la función sacerdotal. La falta
de un hijo era una desgracia cultural y hasta religiosa ya que la prolongación
del sacerdocio del templo de Jerusalén dependía de la prole.
Ya cuando todos agotaron las
fuerzas de esperanzas “Dios decide poner el dedo en la llaga para curarla”. Con esta intervención de Dios se demuestra lo
que el ángel le había dicho a María “que para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Con esa misma fe de Juan el Bautista y de María
de Nazaret, San Pablo dirá “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Fil. 4, 13).
En nacimiento de Juan el
Bautista fue para sus padres y todo el pueblo judío un gran despertar a la
esperanza mesiánica. Esta esperanza mesiánica
tan aguarda por los Anawim (pobre o humildes del Señor) de Israel como fueron Isaías
y los profetas; María y José y por su puesto Zacarías e Isabel los padre de
Juan el Bautista.
¡San Juan Bautista ruega por
nosotros!
[i]
Somos un pueblo sacerdotal, que participamos del Unico Sumo y Eterno Sacerdote
Cristo Jesús (ver Hebreos 4, 14-16)
todos los bautizados posemos el sacerdocio común
de los fieles y algunos varones dentro del Pueblo de Dios y llamados por Dios son
elegidos y ordenados al sacerdocio ministerial para ofrecer el Sacrificio Mayor
de Cristo en el Altar y juntamente ofrecer el sacrificio de nuestra vida
diaria.
[ii]
Al igual que Cristo Jesús
los que somos ungidos o sea cristianos
reinamos para servir (ver Mateo 20, 28).
[iii]
El profeta no está para
adivinar el futuro, no es eso, sino para anunciar la gracia y el amor de Dios y
denunciar el pecado y el odio que no viene de Dios sino del enemigo el diablo.
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