Mateo 8, 1-4:
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba
siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante
él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo
tocó, diciéndole: “Sí quiero, queda curado”.
Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: “No
le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y
lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación”. ¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús!
Reflexión:
Hoy el evangelio nos presenta el primer milagro
de una serie de estos que nos presenta San Mateo en este capítulo octavo. Este
primer milagro de la curación de un leproso tiene distintos puntos que debemos
tomar en consideración.
Nos dice el texto que “Jesús bajó de la
montaña” (Mt. 8, 1). Esto aunque
parezca irrelevante la verdad es de suma importancia. La montaña de por si solía (y suele) tener
una significación y valor muy importante para la vida religiosa. De hecho ya desde antes que Dios se la
revelara a Abraham ya había montañas que eran consideradas sagradas.
Por otro lado la montaña era para Jesús el lugar
preferido para su oración. La cual sin
duda alguna nos deja plasmado su íntima relación con el Padre Dios. Sus discípulos y la gente que lo seguía sabia
de esta relación de amor entre Él y el Padre.
Por eso lo seguían quizás pensando
como muy bien dice una canción de Rubén Blades “con Dios conectando uno
conectan diez.”
Veamos algunos detalles muy importantes de este
milagro. En primer lugar para que el
leproso se la acercara a Jesús tenía que tener un gran valor. Los leprosos eran excluidos de la comunidad
por que se consideraban impuros y porque ellos consideraban esta enfermedad
contagiosa (ver Lev. 13, 1-46).
Nos dice que el leproso se postro ante Él y le
pregunto ¿Si quieres puedes limpiarme?
Recordemos que judío literalmente tenia baños rituales todo en su diario vivir y una de las características
del agua es limpiarnos. Aquí tenemos un acto de fe (suplica de
rodillas o postrado) y una oración de súplica (Si quieres, puedes limpiarme).
Lo que viene a continuación es mucho más
impactante y que ningún judío piadoso o consiente de su ley mosaica no lo haría. En muchas ocasiones Jesús proclamaba a una
persona curada por su acto de fe. Por lo
cual solía decirle: “tu fe te ha curado” [o “tu fe te ha salvado”]
(ver Mc. 5,34; Mc. 10, 52; Lc. 7, 50).
En esta ocasión Jesús toca al leproso para sanarlo. Esto tiene una significación muy intensa y
profunda en su contexto.
Jesús le indica que no se lo dijera a nadie. Pero a la vez le indica que fuera donde el
sacerdote del templo para que este certificara que ya no era impuro (ver Lev.
13, 8). Esto sin duda alguna nos deja
muy claro que Jesús seguía la ley mosaica.
Como Jesús mismo dijo que el no vino a abolir la ley ni los profetas
sino más bien darle el pleno sentido o la plena realización (ver Mt. 5, 17-18).
Ahora bien, ¿cuán grande y contagiosa podría ser
nuestra lepra espiritual? Para que se dé
el mismo milagro que hoy proclamado en el Santo Evangelio debemos tener varias
cosas en consideración.
Primero, reconocer nuestra condición y luego de
esto rendirnos ante Jesús de Nazaret. En
oración como próximo paso a seguir pedirle en fe a Jesús que si Él quiere puede
sanar nuestra alma y nuestro ser.
“Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb. 13, 8). Si le rogamos qué sane nuestra lepra (ya sea
física, emocional y/o espiritual) sin duda alguna nos actuara con nosotros como
con el leproso del evangelio.
Jesús sigue sanándonos y purificándonos según lo
que dejo establecido con los sacramentos en especial la Eucaristía la Unción de
los Enfermos y la Reconciliación.
Aunque la Comunión no es Sacramento de Sanación
como lo son la Unción de los Enfermos y la Reconciliación este nos nutre y por
ende nos va sanando como lo haría un medicamento.
Jesús es el Pan de Vida que nutre y vigoriza
nuestra alma y nuestro ser. En la Reconciliación el sacerdote nos perdona los
pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Por eso en la más íntima esencia es Dios quien
nos perdona. Ya que este nos dice: “por
el poder ministerial (o sea el Orden Sacerdotal) que me confiere la
Iglesia yo te absuelvo de tus pecados en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo”.
¡Señor cura mi lepra de mi mente, de mi alma y de
todo mi ser! Amén.
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