Usualmente las reflexiones diarias de la liturgia las
suelo hacer basándome en el Evangelio que nos propone la liturgia para cada día
durante la semana. Hoy creo muy
conveniente reflexionar en la primera lectura de este Martes de la XIV semana
del Tiempo ordinario de nuestro calendario litúrgico.
¿Cuántas veces, como Jacob hemos tenido este tipo de
batallas contra Dios? Quizás no físicas pero
sin duda alguna espiritualmente sí que las hemos tenido en algún momento de
nuestra historia las hemos tenido.
Hoy la Palabra de Dios nos presenta esta lucha o
batalla que tuvo Jacob con Dios (o con el ángel de Dios). Para poder entender esta Palabra de Dios
veamos cuál es su contexto de las creencias de la época y el contexto histórico. Éste era que se creía que en cada rio había un
ángel que lo protegía. En el inicio del capítulo 32 del Génesis leemos
que Jacob estaba de regreso a su tierra.
Este seguramente estaba consciente de que el reencuentro con su hermano
Esaú será muy riesgoso y hasta peligroso. Y es en ese contexto que se sitúa la lucha de
Jacob con Dios.
Después de estar luchando toda la noche el ángel del Señor
le cambia el nombre de Jacob a Israel.
El cambio de nombre en la Biblia es bien común. Este (cambio de nombre) implica la función dentro
de la historia de la Salvación que va a tener (y tiene) dicha figura Biblica. Por ejemplo Dios le cambia el nombre a Abram (=
padre exaltado) para ser Abraham (= padre de muchos). Igualmente Dios le cambia el nombre a Saraí por
Sara, (= princesa).
En Nuevo Testamento Jesucristo le cambia el nombre a Simón
Bar Jona (hijo de Juan), Simón pasa a ser Pedro (Kefas = piedra). Aquí Jesús les está dando a sus primeros discípulos
que con Pedro (como cabeza visible y Pastor entre los pastores [= papa]) los Apóstoles;
Él edificó su Iglesia la cual germinó y cimentó en el “vientre o lo más íntimo
del Ministerio o la Vida Pública de Jesús” (ver Mt. 16, 16-20; Jn. 1, 42).
Sea cual sea la batalla que llevemos contra Dios
recordemos algo que contrario a Jacob sin duda alguna será Dios quien
gane. Ya sea que nos rindamos y hagamos
lo que Él nos pidió, gano Dios. Ya sea
que nos resistamos y no queramos ceder a nuestra manera de pensar y actuar a la
larga ganará Dios.
Como sucedió con Jacob este tipo de lucha contra Dios
debe entrar la oración. “No te
soltaré hasta que me bendigas. El otro le preguntó: ‘¿Cómo te llamas?’ Él le dijo: ‘Jacob’. El otro prosiguió: ‘En
adelante ya no te llamarás Jacob sino Israel, porque has luchado con Dios y con
los hombres y has salido victorioso’. Jacob le dijo: ‘Dime cómo te llamas’. El
otro le respondió: ‘¿Por qué me preguntas mi nombre?’ Y ahí mismo bendijo a
Jacob” (Gn. 32, 27-30). En mi caso
cuando estoy en ese tipo de contienda con el Señor yo suelo decirle a Él a
manera de oración: “Señor ayúdame porque sin ti nada puedo”.
Recordemos todas las veces que hemos luchado contra
Dios, quizás no en forma física pero si de manera espiritual la cual podría ser
más intensa que luchar físicamente.
Cuantas veces nos hemos resistido por medio de una “batalla campal
espiritual” ya sea de una vocación (ej. sacerdocio, vida consagrada,
matrimonio, soltería o hasta alguna profesión, etc.) a la cual nos llama el
mismo Dios.
Pueden ser muchas las batallas contra Dios o contra
nuestra vida espiritual pero recordemos que Dios, de una forma u otra siempre saldrá
ganando. Y si Dios gana también ganamos
nosotros.
Los santos no llegaron a ser santos porque lo fueran
desde que nacieron sino más bien porque lucharon sus batallas perseverantemente. Como dice San Pablo y espero un día también yo
poder decir: “He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he
guardado lo que me confiaron. Sólo me
queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el
Señor, juez justo; y conmigo la recibirán todos los que anhelaron su venida
gloriosa” (2Tim. 4, 7-8).
¡Que San Pablo interceda con cada uno de nosotros, para
que sepamos luchar en perseverancia la buena batalla, para crecer en el amor
cuya fuente es el mismo Dios!
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