Psicológicamente está comprobado que los lazos
familiares nos ayudan a crear nuestra propia personalidad. ¿Cuántas veces nos han dicho? Especialmente
cuando éramos niños, “eres igualito(a) a tu padre, o eres igualito(a) a
tu madre”. Hoy
en día aunque muchos quieran cambiar los parámetros de lo que Dios instituyo
como matrimonio y familia la verdad es que como individuos y personas hemos de
nacer de un padre y una madre.
El evangelio de hoy muchos lo suelen clasificar como “anti familia”
pero cuando lo reflexionamos profundamente
notaremos que no es así. El Señor Jesús
estaba enseñando y en medio de esto llegan sus familiares.
Apreciaremos que Jesús no se negó a hablar con los suyos
pero aprovecha esta oportunidad para sacar una enseñanza: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano
a sus discípulos, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que
cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi
hermana y mi madre” (Mt. 12, 48-50).
Cuando cumplimos la voluntad de Dios adquirimos una relación
íntima con El, tal como era su relación con su familia y seres queridos. Pero nos demos preguntar: ¿Cómo descubro la
voluntad de Dios para mi vida, ya sea personal, familiar, profesional, etc.? Los seres humanos adquieren un mutuo
conocimiento relacionándose entre sí pero para esto es necesario pasar tiempo
junto, dialogando y compartiendo en distintas actividades. Algo así sucede con nuestra relación con Dios
debemos pasar tiempo junto en oración y otras series de actividades (Sacramentos,
estudio o formación de la Palabra de Dios, dirección espiritual entre otras
cosas) para conocer más y más a Dios.
Jesús no está negando la importancia y significancia de
los lazos familiares en este texto, ni en ningún otro. Más bien nos está diciendo que nuestra relación
con Él debe estar en primer lugar antes que la misma familia. Ya Jesús le había demostrado esto a José y a María
apenas cuando era adolescente (ver Lc. 2, 41-51).
Recordemos que la relación familiar es importante pero
nuestra relación con Dios debe ser mucho más importante. Más aun como laicos
nuestra relación con Dios y nuestra relación familiar se deben
complementar. Recordemos que la Iglesia
nos enseña que la familia es la “Iglesia Domestica”.
Nuestra relación con Dios y nuestra relación personal
con Cristo Jesús (que es la misma) le deben dar mayor trascendencia a las demás
relaciones humanas. El amor que le
expresamos en nuestro matrimonio, a nuestra familia, a nuestros padre, etc. Debe
estar fundamentado en el amor y nuestra relación con Dios. Más que negar la relación familiar yo
considero que Jesucristo está poniendo en perspectiva y dándole un orden o
escala de valor.
Jesús inicio su Ministerio Publico predicando la conversión
o “metanoia” (griego) o sea cambio
radical de nuestra mentalidad y de hacer las cosas para formar parte del Reino
de Dios. Esta es la voluntad del Padre
Dios, para eso fuimos creados. Este
reino divino se distingue porque es un reino de amor, justicia y paz. En nuestro Bautismo recibimos las tres virtudes
teologales: la fe, la esperanza y la caridad.
La fe y la esperanza un día se terminaran pero la caridad (= amor hecho acción) es eterno (ver 1Cor. 13,
8).
El amor a Dios es primero luego van el amor y la dedicación
que le damos a las demás relaciones humanas según su propia significación y
valor.
¡María Santísima Madre de Jesucristo y de la Iglesia que nos diste el Fiat
y un Si incondicional a Dios ora e intercede por nosotros!
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