Muchas veces cuando alguien nos pide que le definamos
lo que es el amor parecería que la única forma de definir el amor es como algo
abstracto como si fuera algo difícil e imposible de realizar. En realidad Jesucristo y en la Palabra de
Dios en general los define como algo tangible y posible de realizar.
La Primera Carta de San Juan nos indica más que claro
que Dios es Amor (leer 1ª Juan 4, 7-21).
Cuando yo suelo escribir esa oración (o frase) “Dios es Amor”
se fijaran que escribo la palabra amor con letra mayúscula. Esto tiene una razón de mucha importancia y
trascendencia. Bajo ninguna
circunstancia quiero olvidar (no solamente al escribir sino también en mi
diario actuar y vivir) que amor en Dios no solo es un atributo de Dios sino más
significativo y trascendental es que el Amor de Dios abarca toda su plenitud.
Teniendo esto en cuenta debemos entender que en Dios
amar es su principal razón de ser. Según
los teólogos, del Amor Infinito entre el Padre y el Hijo brota el Espíritu
Santo. En otras palabras el Espíritu
Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo y viceversa pero este es un Amor que
no termina o sea que es infinito.
Cuando Jesús les prometió a los discípulos que le
enviaría a otro Paráclito (leer Juan 14, 15-17; 15, 26-27; 16,
7-15) o sea Abogado, Consolador, etc.
Con esta promesa del Espíritu Santo les estaba diciendo que les enviaría aquel
quien es todo Amor para consolarlos.
Esta promesa es tan actual que equivale con tal fuerza para los
cristianos hoy en día, y con todos los problemas sociales, culturales y de
injusticias que afectan las fibras más íntimas de la persona sin duda alguna
que necesitamos la consolación divina.
Los psicólogos aseguran que no hay nada mejor que
consuele a una persona que el amor de un ser querido. Nos podríamos imaginar si esto es una gran realidad
en los seres humanos cuan mayor verdadera
y soberana lo es de parte Dios para con nosotros.
Sería muy conveniente ver la etimología (origen de las
palabras) y la significación de esta palabra misericordia. Etimológicamente hablando esta palabra tiene
su origen del latín misere o sea miseria o necesidad. Continuando con esta etimología también
tenemos cor y cordis también del latín que significa corazón. Finalizando con ia (también latín)
cuyo significado es hacia o para los demás. O sea que tener misericordia es poseer un
corazón solidario con todos aquellos que tienen y padecen necesidad.
Teniendo la definición de misericordia nos daremos
cuenta que esta palabra es sinónimo de caridad.
De hecho la caridad es el amor hecho acción y no solamente dar limosnas
como muchos suelen pensar. Pero es
importante no confundir la misericordia con la lastima. La misericordia requiere más cercanía y
fraternidad en Cristo Jesús mientras que la lastima puede estar vacía del
contexto cristiano.
Jesús nos da muchos ejemplos de cómo Él nos Amó con
grandiosa misericordia. Aquí al comenzar
el Sermón de la Montaña podremos ver que inicia esta con las
Bienaventuranzas. La quinta
bienaventuranza nos propone que los misericordiosos obtendrán misericordia
(leer Mateo 5, 7). Podrimos decir que
Jesús con las Bienaventuranzas nos expone la forma definitiva más cabal e
integra de vivir el cristianismo. Con las
Bienaventuranzas Jesús nos está diciendo que el amor es la máxima expresión de
la vida cristiana.
El Señor estaba cenando en la casa de Mateo quien era
conocido como Levi. Los fariseos les
cuestionaban a los discípulos por qué su maestro comía con publicanos y
pecadores. Las respuesta de Jesús sin
duda alguna fue muy impresionante. “Vayan
y aprendan que significa: Misericordia quiero y no sacrificios. Porque no he venido a llamar a los justos
sino a los pecadores” (leer Mateo 9, 10-13). “Misericordia quiero y no sacrificios”
con este cita Jesús hace alusión al Profeta Oseas (leer Oseas 6, 6).
El Libro de Oseas nos dice en esta cita: “porque yo
quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos”
(Oseas 6, 6). Oseas a la vez se inspira
en el Profeta Samuel (leer 1ª Samuel 15, 22).
Aquí Samuel le decía al rey Saúl el cual había desobedecido a Dios: “La
obediencia vale más que el sacrificio, y la fidelidad, más que la grasa de los
carneros” (1ª Samuel 15, 22). Una
cosa va con la otra obedecer la Palabra de Dios es amar y vivir la misericordia
es amar.
Como verán para los profetas Samuel y Oseas el amor y
todas sus formas de manifestarlo son más importantes que el sacrificio y el
holocausto. El mismo Jesucristo ponía
por encima del holocausto y los sacrificios al amor y por ende a la caridad y
la misericordia. Por eso Jesús les dice
a sus discípulos: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo
rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el
Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo
conoce” (Juan 14, 16-17).
Puede que se nos olviden los Mandamientos de la Ley de
Dios pero si nos preguntan el primero sin duda alguna sabremos decir cuál es: “Amar
a Dios sobre todas las cosas” (leer Éxodo 20, 2-6). Es precisamente cuando cumplimos los
mandamientos (de corazón y no como algo impuesto) estamos amando a Dios. Análogamente cuando amamos a Dios (si lo
hacemos de corazón y no como una mera observancia) estamos cumpliendo la
palabra de Dios. Pero esto aplica también
a todos los bautizados ya que más adelante en el Evangelio de San Juan nos dirá:
“El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama.
El que me ama a mí será amado por mi
Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14, 21).
La Carta Encíclica Misericordiae Vultus (MV) o
sea el “bulto de la misericordia”
(recordemos que en un bulto, en especial en nuestros países latinoamericanos,
caben muchas cosas) con la cual el Papa Francisco convoco el Año de la Misericordia
(que dará inicios el día 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada
Concepción y concluirá en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 20
de noviembre de 2016) nos dice: “Jesucristo es el rostro de la misericordia
del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta
palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de
Nazaret. El Padre, ‘rico en misericordia’ (Ef. 2,4), después de haber revelado
su nombre a Moisés como ‘Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y
pródigo en amor y fidelidad’ (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios
modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la ‘plenitud
del tiempo’ (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación,
Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera
definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de
Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la
misericordia de Dios” (MV # 1).
La Iglesia nos enseñado y recalcado siempre sobre las
obras de misericordias tanto las corporales como las espirituales. Las obras de misericordias son acciones
amorosas las cuales practicamos por medio de la caridad fraterna. Las obras de misericordia son 14 y se dividen
en siete que son corporales y otras siete que son de índole espiritual. De estas sin duda alguna Jesús es el modelo
perfecto a imitar.
Nos debemos preguntar: ¿Por qué la Iglesia nos invita y
exhorta a vivir las obras de misericordias?
Esto lo podremos comprender mejor
cuando tenemos muy presente cual es el primer Mandamiento de la Ley de Dios en
cual es amar a Dios sobre todas las cosas. Cuando le preguntaron a Jesús cual era el
principal mandamiento después de indicarlo Jesús nos dice que el siguiente es
amar al prójimo como a nosotros mismos (leer Mateo 22, 34-40). Si tenemos en cuenta que la Ley y los
Profetas se basan en estos dos mandamientos sin duda alguna las obras de
misericordias estarán siempre en nuestro corazón y nuestro ser no solo para
conocerlas sino más bien para realizarlas y hacerlas una realidad en nuestra
vida cristiana.
Veamos cuales son estas obras además como el Señor Jesús
vivió la misericordia.
Las siguientes son las obras corporales de misericordia:
dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; dar
posada al necesitado; vestir al desnudo; visitar al enfermo; socorrer
a los presos y enterrar a los difuntos.
Las siguientes son las obras espirituales de
misericordia: enseñar al que no sabe; dar buen consejo al que lo
necesita; corregir al que está en error; perdonar las injurias;
consolar al triste; sufrir con paciencia los defectos de los demás;
rogar a Dios por vivos y difuntos.
Ahora veamos como Jesús vivió la misericordia.
Jesús era muy famoso porque recorría de pueblo en
pueblo de aldea en aldea. De estas
andanzas no dice San Mateo que en sus itinerarios de recorridos educaba en las
sinagogas, proclamaba el Reino de Dios, curaba las dolencias y enfermedades. Además sentía compasión o sea misericordia con los que padecían y estaban
tristes, decaídos y desanimados porque estaban como oveja sin pastor (leer
Mateo 9, 35-36).
Una de las obras de misericordias o más bien varias en
este relato no los indica San Juan en su Evangelio. A Jesús estando en Jerusalén ensenando en el
Templo le llevan una mujer adúltera. La
ley mosaica indicaba que la mujer cogida en adulterio tenía que ser apedreada
(leer Éxodo 20, 14; Deuteronomio 5, 18).
Pero Jesús que ve más allá de las mentes o sea más allá de la mentalidad
humana le indica que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Aquí Jesús no solo perdono a la mujer adúltera
sino que da una lección importantísima que lo que es la misericordia y por ende
el amor de Dios.
Las obras de misericordias en Jesús son tantas que no daría
100 artículos y reflexiones como esta. Quisiera
terminar esta reflexión citando al Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium (EG). “La Iglesia tiene que
ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse
acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio”
(Papa Francisco, EG # 114).
Santa María
Madre de la Misericordia Encarnada ruega por tus hijos, todos los bautizados
que buscamos un día por la misericordia infinita de Dios llegar a la Patria
Celestial. ¡Que así nos ayude Dios!
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