Aquí
no nos referimos a la inteligencia humana. El don de sabiduría nos hace apropiarnos
de los hábitos de Dios. Esto es lo
más importante y esencial en este don de sabiduría.
Como
suelen decir muchos teólogos y autores espirituales “el
demonio tiene inteligencia pero no tiene sabiduría”. La sabiduría es un gusto especial que nos da
el mismo Dios para todo lo que se refiere a Dios y el bien del alma. Igualmente se llega estimar valiosamente
todas las cosas espirituales.
Este
don nos da una experiencia sabrosa por sobrenatural. Este don no se refiere para nada a sentimentalismos
sino que es (y nos da) una profunda convicción.
La
Sabiduría se encarga de perfeccionar la virtud de la caridad o sea el amor
hecho acción. De la misma forma que la
caridad es la virtud más excelsa así también la sabiduría es don más sublime.
La sabiduría es de vital importancia
para la vida espiritual y por ende la vida de santidad.
El vicio de la virtud de la caridad lo es la envidia. El vicio contrario al don de la sabiduría es la necedad (ineptitud, estupidez)
espiritual. Esto sucede con aquellos que escogen las
cosas fútiles (triviales, insustanciales) de este mundo y resistirse a todo
aquello que le agrada a Dios.
El
Don de la Sabiduría corresponde a la Bienaventuranza de la paz: “Bienaventurados los pacíficos
(que trabajan por la paz), porque serán llamados hijos de Dios” (Mt.
5, 9). El Fruto del Espíritu Santo que pertenece
al don de sabiduría, es el de la FE; porque gustando el alma las cosas
divinas, las cree con mayor firmeza, y teniendo de ellas un conocimiento como experimental, llega a verlas con una especie de evidencia…
Ej.:
la Resurrección del Señor, a quienes se les apareció:
-
Simón
Pedro: 1 Corintios 15; Lucas 24, 34
-
María
Magdalena: Marcos 16, 9-11; Juan 20, 11-19;
-
Mujeres
Miróroba (tradición bizantina): Mateo 28, 9-10
-
Discípulos
de Emaús: Marcos 16, 12-13; Lucas 24, 13-35
El
“Doctor de la Gracia”
(San Agustín de Hipona) hace una excelente relación entre los pacíficos y la
sabiduría divina. “A los pacíficos se les concede la
semejanza de Dios. Todas estas cosas pueden cumplirse en esta vida, así como
sabemos que se cumplieron con los Apóstoles, porque lo que se ofrece después de
esta vida no puede explicarse con palabras” (San
Agustín de Hipona).
“Porque la Sabiduría
vale más que las perlas, y nada apetecible se le puede igualar. Yo, la
Sabiduría, habito con la prudencia y poseo la ciencia de la reflexión”
(Prov. 8, 11-12).
“¿Y
quién podrá conocer tus intenciones, si tú no les has dado primero la
Sabiduría, o no le has enviado de lo alto tu Espíritu Santo? Así fue como los
habitantes de la tierra pudieron corregir su conducta; al saber lo que te
agrada, fueron salvados por la Sabiduría” (Sab. 9, 17-18).
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