8 de mayo de 2016

La Misericordia no se puede relativizar…

En este Año de la Misericordia el Santo Padre Francisco nos ha llamado a acogernos a la Misericordia de Dios.  Muy elocuentemente lo ha expresado al introducir la Cartas Apostólica Misericordiae Vultus (MV).
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret” (MV # 1).
La Misericordia (el perdón y por ende el amor) sin duda alguna siempre tiene un precio a pagar.  A Jesucristo le costó una gran batalla, un caudaloso derramamiento de sangre y la muerte en la cruz.  Podríamos discernir si a Nuestro Señor le costó tal precio a nosotros nos debe costar precio similar.
Esta palabra misericordia tiene su origen del latín misere o sea miseria o necesidad. Prosiguiendo  con esta etimología también tenemos cor y cordis también del latín que significa corazón. “Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (MV # 1).
La Misericordia de Dios es Justicia. O sea es el Corazón de Dios que se desborda en Justicia.   Exhorto a que lean la reflexión que escribí hace casi un año atrás: ¿Puede haber misericordia sin la verdad y sin la justicia?  En esa reflexión mencionaba que: “Tener y obrar en misericordia es poseer un corazón solidario con todos aquellos que tienen y padecen necesidad”.
La pregunta que nos debemos hacer es la siguiente: ¿Qué precio yo (y usted hermano[a]) estamos dispuesto a pagar?  Es muy conveniente recordar lo que dijo el novelista Thomas Mann.  “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad” (Thomas Mann).
Podríamos decir que la misericordia de Dios tiene como fruto la remisión de los pecados.  “El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf. Lc 15). El ángel anuncia a José: ‘Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: ‘Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados’ (Mt 26, 28)” (CIC # 1846).
Cuando decimos que nos acogemos a la misericordia divina estamos aceptando de tenemos la necesidad imperante y apremiante de la confesión de nuestros pecados.  “Dios, ‘que te ha creado sin ti,  no te salvará sin ti’ (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. ‘Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia’ (1Jn 1, 8-9)” (CIC # 1847).
“Como afirma San Pablo, “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm. 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado” (CIC # 1848).
Como podemos ver la misericordia no es algo ajeno o distante a la obra redentora y la salvadora de Dios.  La Misericordia de Dios implica reconocimiento del pecado, confesión, perdón, justicia y amor.
Entonces ¿Qué es relativizar la misericordia?  El relativismo como indica el Apologista Católico Frank Morera “es la tolerancia al mal”.  Sería el querer o pensar que recibiré el perdón de Dios sin hacer nada de mi parte.  Además de eso, como tengo la falsa impresión que Dios me perdona como sea y donde sea hare todo en libertinaje (abuso de la libertad) y cuando me plazca exigiré el perdón.
Pero esto y todo lo que implica la relativación de la misericordia es lo que NO queremos hacer debemos ser esa voz profética que corre a la “velocidad de la luz” por todas las esferas o facetas que se desarrolla nuestra vida diaria.
La misericordia implica oración para pedirle al Espíritu Santo que nos conceda siempre el don del arrepentimiento y el don de la conversión de vida espiritual.   ¡Que Jesús el Dios lento a la ira y rico en misericordia guie siempre por sendas de justicia, amor y paz para construir el Reino de Dios!

¡María Santísima Reina y Madre de la Misericordia Encarnada ora e intercede por nosotros para que seamos misericordiosos como el Padre Dios!

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