8 de diciembre de 2017

Segundo Domingo de Adviento (Ciclo B): La epidemia del desconsuelo y del desaliento parecen estar de moda…

Primera lectura: Is. 40, 1-5. 9-11

Salmo Responsorial: Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14

Segunda Lectura: 2 Ped. 3, 8-14

Evangelio: Mc. 1, 1-8

 

En cualquier parte de este planeta que uno tenga la oportunidad de viajar y visitar es muy tangible ver personas que sufren de una forma u otra.  Por distintas y variadas razones él desconsuelo y él desaliento parecen estar en las primeras filas de todos los ambientes que nos rodean.

La primera lectura el Segundo Isaías o Deutero-Isaías (capítulos 40-55) nos pone una de las profecías más importante en toda la Palabra de Dios.  Está sé cumple con la figura monumental del Adviento Juan el Bautista.  Él Segundo Isaías es parte del pueblo Judío que está desterrado en Babilonia.  Está situación sin duda hace que haya un desconsuelo colectivo.  Pero Dios que conoce y no deja desamparado a su pueblo inspira consuelo y aliento para él pueblo judío.

La Segunda Carta de San Pedro juega con nuestra noción del tiempo.  Por eso nos dice él Libro de los Salmos “pues mil años a tus ojos son un ayer que paso, una vigilia en la noche” (Sal. 90, 4).  Aquí cabe preguntarnos cuál es el tiempo de Dios.  Antes de contestar está pregunta veamos que nos dice está Segunda Epístola de Pedro: No olviden que, para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día (2Ped. 3, 8). 

¿Qué implica esto? Aquí aprovechemos y como dice la expresión popular: “matemos dos pájaros con un solo tiro” contestando la pregunta anterior a la misma vez que está.  Que él tiempo de Dios no es como nuestro tiempo.   Nuestro tiempo se compone del pasado, él presente y el futuro.  Él tiempo de Dios podríamos decir que es un “eterno presente”.

Tengamos en cuenta que estos son misterios de Dios.  Como ya he definido en otras ocasiones, lo que es él misterio cristiano, vuelvo y digo que él misterio cristiano es aquello que Dios nos revela pero que no conocemos del todo.

Retomando nuevamente está segunda lectura, San Pedro nos da una explicación sencilla, pero a la vez profunda cuando la reflexionamos y la meditamos.  No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan(2Ped. 3, 8-9).  Este quizás sea la realidad más profunda que pueda tener Dios.  Que su amor es tan profundo e infinito que Él no quisiera (ni quiere) que nadie se pierda o extravíe y que, de esta forma perdamos la gloria eterna que él mismo Dios nos ha prometido (ver Mt. 25, 31-46). 

El evangelio de este domingo comienza citando al Profeta Isaías (o sea al Deutero-Isaías o Segundo Isaías): He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino.  Voz del que clama en el desierto: ‘Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos’” (ver Is. 40, 3-4; Mc. 1, 2-3). 
Está es una misión que no ha terminado.  Todos los bautizados estamos llamados a continuar está misión del Juan el Bautista de allanar los senderos del Señor.  Ya que hay muchos que pueda que la única alternativa de escuchar el Evangelio de Cristo Jesús sea a través tuya o mía.  Puede que alguien se convierta no por lo que sé escuche verbalmente sino más bien por lo que digan y expresen nuestros corazones ya sea por nuestro testimonio de vida cristiana. 
Hoy en día, como ya previamente mencioné hay necesidad de preparar y allanar los caminos del Señor.  ¿Por qué digo esto?  Porque estamos viviendo ante la “cultura de la indiferencia”.  
¿Qué frutos nos deja está cultura de la indiferencia?  En primer lugar, tenemos que nos deja una “moral relativa”.  Para los cristianos nuestras acciones o son buenas o son malas, no hay rodeos o paños tibios.  Pero para muchos las acciones son relativas, o sea una acción puede ser mala para unos y buena para otros.
Entonces tenemos que surgen las excusas de porque algo que la moral cristiana nos indica que es malo en su propia naturaleza (o intrínsecamente) para los de “libre pensar” puede ser relativo.  La moral sea cuál sea NO puede ser relativa.  Una cosa es buena para todos o es mala para todos.
En segundo lugar, está cultura de la indiferencia tiende a ser más propicia a ser parte del ateísmo practico.   Cuando una cultura o sociedad que me dice que todo es relativo ya sea directa o indirectamente negar a Aquel que es absoluto y rotundo desde su más íntima fibra, negar a este resulta lo más fácil de este mundo, casi “como quitarle un dulce a niño”.

El Evangelio de San Marcos, como ya habíamos mencionado antes, nos presenta a la figura del Bautista.  Este reconoce la grandeza del Mesías por eso nos indica que él no es digno de desatarle las correas de las sandalias.  Para reforzar lo que previamente nos dice él Bautista, posterior a eso nos dice que “yo los bautizo con agua, pero Él los bautizara con él Espíritu Santo” (ver Mc.1, 7-8).   

Como podemos apreciar Juan el Bautista no niega aquí al que es plenamente absoluto y rotundo.  Por el contrario, no solo lo reconoce, sino que acentúa su grandeza.  Esto debe servirnos de ejemplo para visualizar si en mí vida, en las cosas que realizo está palpable la grandeza de Dios.  Además, el Bautista disminuyo para que Dios sé muestre más y más grande, o sea omnipotente.  De esta forma otros se enamoren de Él como debemos estarlo todos los cristianos consiente de nuestro compromiso bautismal.

En cualquier parte de este planeta que uno tenga la oportunidad de viajar y visitar es muy tangible ver personas que sufren de una forma u otra.  Por distintas y variadas razones él desconsuelo y él desaliento parecen estar en las primeras filas de todos los ambientes que nos rodean.  Pero también es una realidad que cuando uno conoce hermanos en nuestras comunidades eclesiales que sé han convertidos él sufrimiento en especial el desconsuelo y él desaliento parecen ser cosas del pasado.

Aquí no sé trata estas cosas desaparezcan como arte de magia sino más bien que cuando sé acoge la Palabra de Dios, a la Iglesia y por ende sé acoge a Cristo en nuestro corazón todo sé va transformando en la esencia de Dios que es el amor.  De esa forma todo va cambiando para bien y para Gloria de Dios en nuestras vidas.

La Palabra de Dios hoy nos va encaminando en esta temática del desconsuelo la cuál ante la óptica de Dios va transformándose en consuelo en especial la primera lectura.  El evangelio hoy brida a Juan el Bautista que para él Pueblo Judío y para nosotros sé convierte en la figura del consuelo. 

Juan sé nos muestra aquí preparando los caminos del Señor.  Todo esto tiene pleno sentido cuando durante el ministerio publico de Jesús, él mismo habría de llamar al Espíritu Santo él consolador o él paráclito.  Espíritu Santo consolador de los cristianos danos tus dones para que de esta forma podamos seguir cumpliendo la vocación de la evangelización.

¡Virgen María Madre del Buen Consuelo, ruega por nosotros!


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