Primera lectura: Is. 40, 1-5. 9-11
Salmo Responsorial: Sal 84, 9ab-10. 11-12.
13-14
Segunda Lectura: 2 Ped. 3, 8-14
Evangelio: Mc. 1, 1-8
En cualquier parte de este planeta que uno tenga
la oportunidad de viajar y visitar es muy tangible ver personas que sufren de
una forma u otra. Por distintas y
variadas razones él desconsuelo y él desaliento parecen estar en las primeras
filas de todos los ambientes que nos rodean.
La primera lectura el Segundo Isaías o Deutero-Isaías
(capítulos 40-55) nos pone una de las profecías más importante en toda la
Palabra de Dios. Está sé cumple con la
figura monumental del Adviento Juan el Bautista. Él Segundo Isaías es parte del pueblo Judío
que está desterrado en Babilonia. Está
situación sin duda hace que haya un desconsuelo colectivo. Pero Dios que conoce y no deja desamparado a
su pueblo inspira consuelo y aliento para él pueblo judío.
La Segunda Carta de San Pedro juega con nuestra
noción del tiempo. Por eso nos dice él Libro
de los Salmos “pues mil años a tus ojos
son un ayer que paso, una vigilia en la noche” (Sal. 90, 4). Aquí cabe preguntarnos cuál es el tiempo de
Dios. Antes de contestar está pregunta
veamos que nos dice está Segunda Epístola de Pedro: “No olviden que, para el
Señor, un día es como mil años y mil años, como un día”
(2Ped. 3, 8).
¿Qué implica
esto? Aquí aprovechemos y como dice la expresión popular: “matemos dos pájaros con un solo tiro” contestando la pregunta
anterior a la misma vez que está. Que él
tiempo de Dios no es como nuestro tiempo.
Nuestro tiempo se compone del pasado,
él presente y el futuro. Él tiempo de Dios
podríamos decir que es un “eterno presente”.
Tengamos en
cuenta que estos son misterios de Dios.
Como ya he definido en otras ocasiones, lo que es él misterio cristiano,
vuelvo y digo que él misterio cristiano es aquello que Dios nos revela pero que
no conocemos del todo.
Retomando
nuevamente está segunda lectura, San Pedro nos da una explicación sencilla, pero a la vez profunda cuando la reflexionamos y la meditamos. “No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en
cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no
quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan” (2Ped. 3,
8-9). Este quizás sea la realidad más
profunda que pueda tener Dios. Que su amor es tan
profundo e infinito que Él no quisiera (ni quiere) que nadie se pierda o
extravíe y que, de esta forma perdamos la gloria eterna que él mismo Dios nos
ha prometido (ver Mt. 25, 31-46).
El evangelio de este domingo comienza
citando al Profeta Isaías (o sea al Deutero-Isaías o Segundo
Isaías): “He aquí que yo envío a mi
mensajero delante de ti, a preparar tu camino.
Voz del que clama en el desierto: ‘Preparen el camino del Señor,
enderecen sus senderos’” (ver Is. 40, 3-4; Mc. 1, 2-3).
Está es una misión que no ha terminado. Todos los bautizados estamos llamados a
continuar está misión del Juan el Bautista de allanar los senderos del Señor. Ya que hay muchos que pueda que la única alternativa
de escuchar el Evangelio de Cristo Jesús sea a través tuya o mía. Puede que alguien se convierta no por lo que sé
escuche verbalmente sino más bien por lo que digan y expresen nuestros
corazones ya sea por nuestro testimonio de vida cristiana.
Hoy en día, como ya previamente mencioné hay necesidad de preparar y
allanar los caminos del
Señor. ¿Por qué digo
esto? Porque estamos viviendo ante la “cultura de la indiferencia”.
¿Qué frutos nos deja está cultura de la
indiferencia? En primer lugar, tenemos
que nos deja una “moral relativa”. Para los cristianos nuestras
acciones o son buenas o son malas, no hay rodeos o paños tibios. Pero para muchos las acciones son relativas, o sea una acción puede ser mala para unos
y buena para otros.
Entonces tenemos que surgen las excusas de porque algo
que la moral cristiana nos indica que es malo en su propia naturaleza (o
intrínsecamente) para los de “libre pensar” puede ser relativo. La moral sea cuál sea NO puede ser relativa.
Una cosa es buena para todos o es mala para todos.
En segundo lugar, está cultura de la indiferencia tiende
a ser más propicia a ser parte del ateísmo practico. Cuando una cultura o
sociedad que me dice que todo es
relativo ya sea directa o indirectamente negar a Aquel que es absoluto y rotundo desde
su más íntima fibra, negar a este resulta lo más fácil de este mundo, casi “como quitarle un dulce a niño”.
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