Si.
(o
Eclesiástico) 3, 3-7. 14-17a
Sal. 127,
1-2. 3. 4-5
Col. 3, 12-21
Lc. 2,
22-40
En este Tiempo de Navidad solemos prestar
mucha atención en Jesús y así debe ser, pero muchas veces descuidamos los otros dos integrantes de la Sagrada Familia a San José y a la Virgen María. En este domingo la liturgia quiere enfocar
la atención no en solo miembro de la Sagrada Familia sino en todos ellos.
Muchas veces
cuando pensamos en la Sagrada Familia solemos pensar solo desde plano
humano. Esto no está mal pero no podemos
olvidar la dimensión espiritual que ella (Sagrada Familia) representa. Ambas dimensiones la humana e la espiritual están
íntimamente ligadas. Es por eso que
nuestra reflexión estaría incompleta si solo tratamos de ver e entender la dimensión
espiritual sin ver la humana.
Quienes no
comprenden la razón de la Iglesia en este mundo puede que vean a la Sagrada
Familia cómo una familia más o una de tantas.
Pero cuando analizamos los textos bíblicos que hablan de esta (directa o
indirectamente) podemos comenzar a visualizar su trascendencia a lo divino o
espiritual. Para esto quisiera ir
reflexionando en cada una de las lecturas que nos ofrece él leccionario este
domingo.
La primera
lectura de Libro del Ben Sira o Eclesiástico resume lo que conocemos cómo él cuarto
Mandamiento de la Ley de Dios que nos pide honrar a los padres y a las
autoridades ya sean eclesiásticas o civiles entre otras. Claro está que, aunque este cuarto mandamiento
implica mucho más que a los padres él texto se enfoca en los padres.
Todos los
seres humanos al ser parte del misterio de la creación de Dios nacemos de unos
padres (hombre y mujer). De esta forma
de ser parte de una familia pasamos a ser parte de una sociedad, país, nacionalidad
etc. Todos nosotros de una forma u otra
formamos parte de la creación de Dios e está da inicio con los padres. De esta forma tenemos que Dios sé encarno e fue
fiel en este sentido al plan creador de Dios.
La respuesta
que damos al Salmo (o sea Salmo Responsorial) dice: “Dichoso él que teme al Señor” (Sal. 127, 1). Aquí hay que aclarar que temor de Dios no es
tenerle miedo al nuestro Creador e Ser Supremo. Sino es más bien él velar de no ofender a
Dios e a nuestros hermanos porque cómo dice la oración del Acto de Contrición, Él
es “infinitamente bueno e digno de ser
amado” ya que nuestra vida cristiana e espiritual es una eterna vigilancia
teniendo cómo ley suprema él mismo Amor de Dios.
Es por eso cómo
nos dice este salmo entre más tememos al Señor más dichosos, felices y bienaventurados
hemos de ser. Este mismo temor de Dios (aunque
no de la misma forma) se podría aplicar cuando velamos y procuramos honrar a
nuestros padres e a las autoridades ya sea religiosas o civiles cómo antes
mencione. Cuando leemos los evangelios
podemos notar que Jesús siendo Dios se sometió a este cuarto mandamiento en todo
el sentido de la palabra.
Claro está él
cumplimiento de este mandamiento como todos los demás mandamientos es necesario
la asistencia del Espíritu Santo para que nos de la fuerza de lo alto. Aunque Jesús es Dios sabemos que su oración constante
al Padre siempre fue su sostén. De esta forma
que podríamos decir que la oración fue su asistencia en cumplimiento de su misión
y voluntad del Padre Dios.
La segunda
lectura San Pablo les escribe a los cristianos de Colosas en Frigia del Asia
Menor. El Autor Sagrado les presenta una
especie de código de ética domestica-comunitaria que buen provecho nos hace a
nosotros cristianos o no-cristianos de hoy en día. Este les pide que “sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y
pacientes” (Col.
3, 12). Estas, aunque son virtudes
cristianas es bien común verlas que son practicadas por personas no-cristianas,
cosa que la Iglesia aplaude e ve como algo positivo.
¿Por qué esto es así? Porque la ley de Dios siempre ha estado inscrita
en el corazón del hombre (ver Ez. 36, 26-27). Por esta razón era muy común ver en civilizaciones
antiguas y pueblos en nuestros tiempos donde la estima e valorización de los
ancianos era muy común. De igual forma se
podía apreciar con otros mandamientos cómo él de no matar. Por eso nos podemos dar cuenta que esa ley
natural que todos pueblos han practicado es la misma Ley de Dios dada por el Espíritu
Santo al Pueblo de Israel y a los cristianos.
El evangelio lucano nos
presenta a José y María con su hijo Jesús recién nacido que cómo fieles judíos llegaron
al Templo de Jerusalén a cumplir con lo que establecían las leyes mosaicas. San Lucas nos presenta tres eventos (presentación
de Jesús en él templo; bendición o cantico y la profecía de Simeón; y la profecía
de Ana) que sin duda alguna tuvieron que ser impactante a María y no dudaría que
a José también.
En primer lugar, vemos que
Jesús fue llevado a ser presentado cómo primogénito (ver Lv. 13, 1-2). Aquí primogénito no significa necesariamente
que Jesús fuera en primero entre otros hermanos menores. Según la
Tradición Apostólica sabemos que no fue así o sea Jesús fue hijo único de María. De forma similar, podemos ver que Samuel (último
de los jueces y primer profeta de Israel) que fue él hijo único de Ana y el primogénito
(ver Sam. 1, 1-25).
Él cantico de Simeón (ver Lc.
2, 29-32) que la ha recogido para la Liturgia de las Horas en las Completas u Oración
de la Noche. Para los que solemos rezar
la liturgia de las horas en la Completas en este cantico de Simeón lo
introducen con un subtítulo que dice: “Cristo,
Luz de las naciones e gloria de Israel”.
Esto a mí humilde entender es que quiere presentarnos él hagiógrafo o
autor sagrado cómo tema principal de este texto.
Es de vital importancia
entender que Simeón es un símbolo de esperanza para la Iglesia que encabezada por
su Magisterio (el Papa y los Obispos en plena comunión con el Papa) vive e sigue las
inspiraciones del Espíritu Santo. Sobre
este particular nos toca orar a toda la comunidad eclesial o sea a todos los
bautizados.
Hay una expresión muy
popular e inspirada en la Palabra de Dios que dice “la caridad comienza por la casa”.
Cómo esposos estamos llamados a darnos y vivir ese amor hecho acción o
caridad incondicional que lo da todo sin reservas. Cómo padres estamos llamados a amar, educar y
velar siempre por el bien de nuestros hijos.
Cómo hijos estamos llamados a obedecer (siempre que sea justo y moral) a
nuestros padres, y otros tipos de autoridades.
Además, una velar por estos en todo en lo que esté a nuestro alcance.
¡Sagrada Familia de Nazaret ruega por la familia “extendida por todo el mundo” que Jesús
fundo e que llamamos Iglesia!
¡Sagrada
Familia de Nazaret ruega por todas las
familias de este mundo para que los padres sean cómo San José, las madres cómo María
y los hijos cómo Jesús él Hijo Santísimo por excelencia!
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