La
resurrección del Jesús es la cumbre de la fe cristiana. Podríamos decir que la resurrección es el “alfa y omega” de la fe en Cristo Jesús.
Pero debemos preguntarnos ¿Qué es la
resurrección? ¿De donde los cristianos adquirimos
ese “concepto” (cómo suelen decir
algunos {cómo decía mí abuelita} “que no
creen ni en la luz eléctricas”) de la resurrección?
Antes de
contestar la pregunta anterior veamos el significado y algo de la etimología u origen de
esta palabra. La palabra “resurrección” tiene su origen del latín
“resurrectionis” y significa levantarse, alzarse, resurgir, o renacer.
El termino en griego para esta palabra (resurrección) es “anastasis” que significa levantamiento (un levantar) o despertamiento (un despertar).
No cabe
la menor duda que, aunque este termino resurrección de una forma u otra estaba
en otras culturas los cristianos lo heredamos del Pueblo de Israel y
posteriormente del judaísmo (antes y durante el tiempo de Jesús). Recordemos que la revelación en el Antiguo Testamento
es progresiva y no podemos pretender ver la resurrección aquí que con la misma concepción
que en el Nuevo Testamento.
El
Primer Libro del Profeta Samuel en lo que sé conoce cómo el Cantico de Ana nos
da una idea clave para comenzar a entender lo que es la resurrección. Aquí Ana nos dice: “Yahvé da muerte y vida, hace bajar del Abismo y retornar” (1Sam.
2, 6). Veamos cómo el hagiógrafo o autor
sagrado aquí acentúa que Dios da o dispone la muerte y después de esta puede y
da la vida.
El Libro
de los Salmos expone la resurrección con simpleza, pero con elocuencia a la
misma vez. “El, que tus culpas perdonan, que cura todas tus dolencias, rescata tu
vida de la fosa, te corona de amor y ternura, satura de bienes tu existencia, y
tu juventud sé renueva cómo la de águila” (Sal. 103, 3-5). En la lectura de este salmo veremos que Dios no
sé contenta con darnos lo que es justo, sino que va más allá lo que nos
merecemos. Si fuera que nos mereciéramos algo (comenzando por mí) sino que nos
colma con lo más grande, lo más abundante (v. 5).
Este
salmo sin duda alguna es una joya poética.
Te recomiendo mí muy apreciado hermano(a) que saques tiempo para leerlo
y meditarlo. Personalmente me encanta
cómo termina este Salmo 103 “Bendice,
alma mía, a Yahvé” (Sal. 103, 22).
En el
Antiguo Testamento podemos apreciar cómo Dios por medio de la intercesión de
algunos de sus profetas realiza milagros de resucitación o vivificación. El Primer Libro de los Reyes nos presenta la
resurrección del hijo de la viuda de Sarepta (ver 1Re. 17, 17-24). En similar forma, el Segundo Libro de los
Reyes nos presenta la resurrección del hijo de la sunamita (ver 2Re. 4, 31-37).
En el
Antiguo Testamento también la resurrección es usada con sentido alegórico o
metafórico. En este sentido sé nos habla
de la “resurrección del pueblo de Israel”
haciendo alusión a culminación del destierro.
El profeta Isaías nos dice: “Revivirán
tus muertos, tus cadáveres resurgirán, depertarán y darán gritos de júbilo los
moradores del polvo; porque roció luminoso es tu roció, y la tierra echara de
sus senos las sombras” (Is. 26, 19).
Otra
cita bíblica similar a la anterior la podemos encontrar en el Libro del Profeta
Ezequiel donde Dios anuncia la restauración de Israel (ver Ez. 37, 1-14). La Biblia de Jerusalén nos dice en los
comentarios de este texto de Ezequiel que los símbolos (ej. los huesos) usados
aquí orientan y apuntan a la resurrección de la carne que los católicos
proclamamos cómo dogma de fe en tanto en el Credo de los Apóstoles cómo en el
Credo de Nicea-Constantinopla.
Jesús
hace una analogía con los tres días que estuvo Jonás dentro del cetáceo o gran
pez (ver Jo. 2, 1-11). Por eso antes de
resucitar el Señor de la misma forma que Jonás estuvo tres días y tres noches
dentro del “monstro marino” así Jesús
debía estar tres días y tres noches en el seno de la tierra (Mt. 12,
38-42).
¡Ven Espíritu Santo y danos
tus dones para vivir la Pascua del Señor en toda su intensidad!
¡María Santísima Madre del Cordero Pascual te pedimos que
ores e intercedas por todos nosotros siempre!
¡Dios…
Bendiga… Amén!
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