4 de abril de 2018

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya! (Parte 3)


Jesús sé les manifestó glorificado (resucitado) a distintos discípulos de una u otra forma.  De todas estas mí favorita es cuando le salió al paso a los discípulos de Emaús.
Aunque son varias las veces que Jesús sé le aparece resucitado a sus discípulos me he de detener a reflexionar en el suceso de los discípulos de Emaús.
En primer lugar, es muy interesante cómo Jesús comienza a caminar con ellos manifestando su gloria nublada o velada a sus ojos (ver Lc. 24, 16).   De camino le tiene que explicar la Torah (La Ley) y los Profetas.
Podríamos decir que todo esto es cómo un rompe cabeza.  Hay ocasiones que las piezas las encontramos fácil en especial las de los bordes.  Entre más detalles tiene este “rompe cabeza mesiánico-bíblico” la cosa sé pone más y más complicada.  Algo así podríamos decir que le paso a los discípulos de Emaús y a todos los discípulos en términos generales.
En este dialogo podemos apreciar cómo los judíos esperaban a un “mesías político-militar” (ver Lc. 24, 21).  A pesar de que había signos y manifestaciones previas del resucitado cómo quiera la duda persistía (ver Lc. 24, 22-24).

Es que aquí en este punto que da comienzo a la catequesis que le da Jesús a Cleofás y su compañero.  Le explicaba que por causa del pecado y ruptura de la Alianza los hombres que ya estaban destinados a la muerte (por causa del pecado) necesitaban purificarse.

Con Moisés llega la ley y después de esto Dios fue llamando profeta tras profeta para guiar a su pueblo elegido.  Son los profetas los que además de velar por la conducta moral de los reyes y del pueblo fueron anunciando con sentido esperanzador que llegaría un mesías del linaje de David.
Estos (los profetas) fueron anunciando cómo el mesías esperado (Jesús) debía padecer, morir y resucitar para lograr la purificación (redención y salvación) que necesitamos todos los seres humanos. 
Este evento culmina con un acto sacramental o sea con un signo sensible y palpable, el de partir el pan que les abrió los ojos (no solo físico sino y esencialmente espiritual) a los discípulos.  Esto sucede todos los días  cuando el presbítero parte el en la consagración  en la Sagrada Eucaristía.  Cómo dice la canción “te conocimos Señor al partir el pan, tu nos conoces Señor al partir el pan”.  Una vez esto el Señor sé desapareció, cómo dice el texto lucano, de su vista.
Para los que niegan del  Sacramento de la Eucaristía y su presencia real en las especies eucarísticas del pan y el vino, la Iglesia enseña que Jesús esta presente en la comunión con su cuerpo, alma y divinidad (ver CIC # 1373-1374).  Hay que tener muy claro que negar la eucaristía equivale a negar la resurrección del Señor, cómo ha dicho mí hermano en Cristo Fran Morera (ver CIC #1362).

“No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba y nos explicaba las Escrituras” (Lc. 24, 32) sé decían ellos.  Esto nos debe hacer reflexionar y preguntarnos ¿de verdad arde nuestro corazón, nuestra alma cuando la Iglesia y su Magisterio (el Papa y los obispos en comunión con el Santo Padre) nos explica las Escrituras de una u otra forma?  Esta pregunta sin duda alguna merece una gran reflexión.
Este grandioso evento concluye con estos discípulos hiendo a indicarle a Pedro y a los demás Apóstoles lo que les había sucedido.  Esto tiene una trascendencia muy importante.  En la Iglesia (diócesis, parroquias, misiones y comunidades eclesiales) no debe haber individualismos sino más bien sentido, colaboración y acción comunitaria.  La Iglesia “no soy yo” más bien “somos nosotros”.
“Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es su fe” (1Cor. 15, 14).
Cómo dije al comienzo de esta reflexión la resurrección del Jesús es la cumbre de la fe cristiana.  Pido al Señor de todo corazón que esta Pascua de Cristo sea motivo de unirnos en la oración y caridad fraterna, motivándonos unos a los otros a permanecer fieles al Señor y a la Iglesia que el fundó.
Para finalizar esta reflexión (extendida y dividida en tres partes) quisiera usar nuevamente por su importancia y trascendencia las palabras de San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es su fe” (1Cor. 15, 14). 
¡Ven Espíritu Santo y danos tus dones para vivir la Pascua del Señor en toda su intensidad!
¡María Santísima Madre del Cordero Pascual te pedimos que ores e intercedas por todos nosotros siempre!
¡Dios… Bendiga… Amén!

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