“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt. 5,6).
¿De qué hambre y sed se nos habla aquí? Las Sagradas Escrituras tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento vemos que se nos mencionan a hombres y mujeres que llevaban una vida justa. ¿Qué implica este tipo de hombre o mujer justo(a)?
Veamos el caso de San José el esposo de la Virgen María que nos dice “que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt. 1,19). Este término “justo” en la Palabra de Dios se refiere a que era una persona que buscaba a realizar lo que Dios le agrada, o sea justo aquí es en cierto modo sinónimo de santidad. Por lo tanto, esta bienaventuranza nos habla de la justicia divina que es diametralmente distinta a la justicia humana.
Un buen amigo mío ya fenecido me solía decir: “la justicia divina comienza con la justicia humana”. Y solía añadir: “eso es así siempre y cuando la justicia humana no sobrepase la moral porque ya deja de ser justicia y se convierte en injusticia”.
Una cosa hay que tener muy clara tanto en el AT como en tiempos de Jesús no había distinción entre ley humana o civil y la ley de Dios. Para la Edad Media algo similar sucedía que, aunque existían leyes “civiles” la Iglesia era la que servía de enjuiciadora inclusive antes de que se formara la Inquisición[1]. O sea que la distinción entre ley civil y divina-religiosa no era fácil de hacer. Ahora hay una distinción debido a la separación de Iglesia y Estado.
Esta hambre y sed de justicia solo la puede satisfacer y saciar Dios. Veamos cómo nos lo describe de forma elocuente y a la misma vez sencilla San León Magno.
“Ninguna cosa corporal apetece esta hambre ni ninguna cosa temporal anhela esta sed, sino que desea saciarse del bien de la justicia y, oculta a la mirada de todos, desea llenarse del mismo Señor. Dichoso el espíritu que ambiciona esta comida y arde por esta bebida, que no la desearía si no hubiese gustado, ya estásuavidad. Al escuchar al espíritu profético que le dice: ‘Gusten y vean quésuave es el Señor’ (Sal. 33,9), recibió una porción de la dulzura celestial y se inflamó del amor hacia el casto placer, de modo que, abandonando todas las cosas temporales, anhela con todo su afecto comer y beber la justicia y abraza la verdad del primer mandamiento, que dice: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (ver y leer Dt. 6,5; Mt. 22,37; Mc. 12,30; Lc 10,27), porque amar la justicia no es otra cosa que amar a Dios. Y, puesto que al amor de Dios se une el cuidado del prójimo, a este deseo de justicia se añade la virtud de la misericordia, y se dice: La misericordia nos asemeja a Dios” (San León Magno; Homilía núm. XCV [95]; énfasis añadido).
La justicia divina nos dará entrada Reino de Dios que es justicia, paz y gozo (ver y leer Rm. 14,17) en el Espíritu Santo. Por esta razón hay que distinguir que la justicia divina siempre (y siempre aquí significa SIEMPRE) comienza con el Amor. En otras palabras comienza con la caridad (el amor hecho acción) fraterna para con todos los seres humanos. Porque como muy acertado decía nuestro muy querido papa polaco “todo hombre es mi hermano”.
El don que corresponde a esta bienaventuranza es el de fortaleza ya que para ser justos y querer obrar siempre en justicia hay que ser fuertes. “A los que tienen hambre se les ofrece la saciedad, como premio que alienta a trabajar por la eterna salvación” (San Agustín de Hipona).
Es por eso por lo que un débil nunca podrá ser justo. Pero este don, como todos los dones, hay que pedirlo en oración. Lo contrario a la fortaleza es la debilidad, la flaqueza y la inconsistencia.
Veamos algunas preguntas que nos pueden ayudar en nuestro examen de conciencia en esta cuarta bienaventuranza.
¿Cuánto esfuerzo realizo en ayuno, oración, vida sacramental y en dirección o acompañamiento espiritual hago por tener hambre y sed de justicia (justicia de Dios)?
¿Ayudo y motivos a otros en la comunidad (en mi familia) a querer vivir en hambre y sed de justicia?
¿Pido yo en oración el don de la fortaleza para este don obtener los frutos de la longanimidad y la paciencia?
Mi testimonio de vida cristiana:
¿Ayuda y motiva a otros (familia, comunidad, etc.) a vivir en la justicia divina?
¿Respeto y valoro las justas y razonables leyes civiles que de una forma u otra se asemejan a la justicia divina?
Señor con humildad te pedimos que nos concedas el don de fortaleza para que perfecciones en cada uno de nosotros la virtud cardinal de la justicia. Que tu fortaleza nos permita siempre obrar con entereza, integridad y en lealtad para con todo lo que hacemos de una forma u otra manera. Que este don nos ayude siempre a superar el temor, las pruebas y las dificultades ante todas las cosas pero en especial aquellas que son muy difíciles de superar. ¡Espíritu Santo dador de todos los bienes celestiales concédenos por medio de tú admirable don de la fortaleza siempre obrar en toda justicia con nosotros mismos y con los demás. ¡Por eso te pedimos que envíes desde el Cielo tú luz de justicia y fortaleza! ¡Amén!
Que el Espíritu de Dios que sobrepasa la justicia de forma incalculable por medio de tu misericordia y con mayor razón al brindarnos tu amor de manera incondicional guíe y proteja a la Iglesia para que sea siempre ese faro muy en lo alto con tu luz transformadora e inconmensurable.
Santa María Madre de todos los hombres, tú que siempre obraste en justicia y fortaleza para el bien común de toda tú familia obra de esa misma forma por tú familia extendida que llamamos humanidad orando e intercediendo por nosotros.
Para su beneficio les dejo los enlaces de las siguientes partes de esta reflexión de cómo hacer un examen de conciencia con las bienaventuranzas.
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los Misericordiosos – Parte 5)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los limpio de corazón – Parte 6)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los que trabajan por la Paz - Parte 7)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Conclusión)
[1] La Inquisición contrario a lo que muchos piensan y dicen nunca perteneció a la Iglesia sino más bien cada nación. La Iglesia y algunas órdenes religiosas sirvieron de administradores de la Inquisición. Veamos el ejemplo de Santa Juana de Arco (n. 1412 – m. 30 Mayo 1431). A ella la enjuició y la quemó en la en la hoguera la Inquisición de Inglaterra. Si la Inquisición hubiese pertenecido a la Iglesia Católica Francia muy bien pudo haberla reclamado. Tengamos en cuenta que para la Guerra de los Cien Años (1337–1453) entre Inglaterra y Francia; Inglaterra todavía era católica ya que está se separó de la Iglesia Católica en 1534 durante el reinado de Enrrique VIII.
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