“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5,3).
Esta bienaventuranza tiene una gran relación con la humildad. San Gregorio de Niza hizo esta equiparación y ubica paralélame te la pobreza de espíritu con la humildad. Es por eso que los anawim o los pobres del Señor on aquellos que acogen la pobreza con humildad, acatamiento y dependencia de Dios independientemente que tengan poco o mucho.
“El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para ‘anunciar la Buena Nueva a los pobres’ (Lc 4, 18; cf. Lc 7, 22). Los declara bienaventurados porque de ‘ellos es el Reino de los cielos’ (Mt 5, 3); a los ‘pequeños’ es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46)” (CCE # 544; énfasis añadido).
El cristiano que es pobre de espíritu se distingue no solo por la humildad, sino que además que hacer de su pobreza de espíritu ese amor activo que no es otra cosa que la caridad fraterna.
Lo contrario a la pobreza de espíritu es el egoísmo, autosuficiencia, el individualismo, la ambición, la avaricia, etc. ¿Qué causa esto? Sin duda alguna el mismo pecado, que nos hace pensar y creer que podemos hacer todo y tener todo en esta vida sin Dios.
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A esta primera bienaventuranza le corresponde el don de temor de Dios. Hay que aclarar que aquíno se trata de tenerle miedo a Dios sino más bien una disposición especial que nos hace reconocer que Dios es nuestro Padre y que nos ama infinitamente. Al reconocer esto sabemos y reconocemos que ofender a Dios debe estar fuera de cualquier opción y/o acción nuestra. El temor de Dios nos hace reconocer con todo nuestro corazón y nuestro ser lo que el Acto de Constricción dice: “me pesa haberte ofendido porque eres infinitamente bueno y digno de ser amado”.
He aquí algunas preguntas que nos podrían ayudar a la reflexión de esta primera bienaventuranza.
¿Cuán imperfecto es mi amor hacia Dios?
¿Cuánto debe mejorar?
¿Cuán imperfecto es mi amor hacia el prójimo?
¿Cuánto y cómo debe mejorar?
¿Cuán solidario soy con mi prójimo?
Me mueve o me inspira esta bienaventuranza a actuar y vivir siempre en caridad fraterna.
¿Cuán paciente soy en el momento de la prueba?
¿Cuán paciente soy cuando me toca ayudar a los demás?
Le pido en oración al Espíritu Santo el don de temor a Dios para perfeccionar en mi alma las virtudes de la esperanza y la templanza.
Cuando oro le pido al Señor este don de temor a Dios para obtener los frutos de la modestia, la templanza y el de la castidad.
Señor que por medio del santo temor seamos capaces de despojarnos de nosotros mismos para que la pobreza de espíritu siempre sea el norte de la brújula de la caridad fraterna en nosotros para con todos los demás. ¡Que así nos ayude Dios y su Espíritu Santo Paráclito nos permita perseverar hasta el final! ¡Amén!
¡Santa María Madre y Mujer Pobre de Espíritu ora e intercede por nosotros!
Para su beneficio les dejo los enlaces de las siguientes partes de esta reflexión de cómo hacer un examen de conciencia con las bienaventuranzas.
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los Mansos – Parte 2)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los que lloran – Parte 3)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Hambre y Sed de Justicia – Parte 4)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los Misericordiosos – Parte 5)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los limpio de corazón – Parte 6)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Los que trabajan por la Paz - Parte 7)
Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Conclusión)
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